Cleva Solís
1. En un poema en prosa Cleva Solís relata cómo fue descubriendo los reinos del azul. Dice que un día un pavo real cruzó el patio de su casa y el añil de las plumas la hirió con acabado eterno. Me gusta la resonancia de esa imagen. También la dulzura con que después deja caer algún diminutivo, “clarito entre las aguas”, para evocar cómo conoció el turquesa una mañana, en la bañera. Me la figuro, además, con el sombrero de fieltro, bien bonito, que su madre le compró, sin sospechar que ese día le estaba regalando los delicados dominios del pastel.
2. Fina García abrió la puerta y un azul desconocido entró a la casa. Dirían que entró la pintora, pero también versos serenos se fueron apostando en la ribera más suave de la sala. Pudieron, entonces, haber dicho que entró la ondina o el elfo –por recordar a Samuel Feijoo-, pero el olor de las mandarinas impregnó el ambiente y Cintio y Fina supieron a dúo que, en realidad, había entrado la reina cienfueguera de los fogones. Cleva inició su oficio de inmediato.
Lo explicaría más tarde Cintio en un poema epistolar de Hojas perdidizas: Cleva “se puso el delantal e hizo la sopa”. Hubo charla sobre mariposas lezamianas y hubo jazz. Para hacer el plato, Cleva empleó una auyama mediana, tres cucharadas de aceite de oliva, una cebolla, dos dientes de ajo, caldo de vegetales, el jugo de dos mandarinas, poco menos de un vaso de nata batida, yerbabuena fresca, sal y pimienta.
Se dice que escucharon en algún momento la Obertura cubana de su amado Gershwin.