miércoles, mayo 29, 2013

Geografía y sarrapia



Julien Gracq

Cuatro vueltas al parque y víspera del día del Geógrafo. Anteayer, en una de las entradas de este cuaderno, estuve recordando un bello libro titulado Chile o una loca geografía, escrito por un médico. Hoy recuerdo a un escritor admirable que fue profesor de geografía: Julien Gracq.

Gracq adoraba la cartografía y, sobre todo, las insólitas historias que ella suscita. Me imagino que el cuarto de los mapas que aparece en su maravillosa novela El mar de las Sirtes pudo haber sido también una metáfora de su taller de escritura, un espacio de múltiples hechizos geográficos, cuyas láminas escondían los secretos de Farghestán que Gracq descubrió una tarde navegando por el mar de las Sirtes.

Conjeturaba Octavio Paz que el nombre de Farghestán lo derivó Gracq de un reino ubicado en los extremos de la Conchinchina, en el Asia Central, a lo largo de la ruta de la seda. Ese reino se llamaba Ferhana y fue una tierra famosa por sus caballos. Seguramente en uno de ellos cabalgó este profesor de geografía que supo darle vida a los mapas en su novela inolvidable y linda…

La geografía es una fuerza mítica y así la viven los poetas y escritores. Recuerdo a nuestro mejor ensayista contando cómo conoció el Orinoco. Uno de los momentos más nítidos de su primera visita al río fue cuando percibió un aroma desconocido y poderoso. Estaba en Caicara y se sintió poseído por un olor “meloso y penetrante” que emanaba de todas las tiendas y negocios. Era la sarrapia, que le descubría a Picón Salas otra Venezuela.

Le geografía es un territorio de emociones. Por eso, quienes la cultivan como ciencia, no pueden alejarse mucho de la poesía.

P.D: Felicitaciones a los geógrafos, especialmente a Gustavo Machado, quien me recordó que mañana será su día, a Héctor Hernández Alvarez, quien a su vez se lo recordó ayer a Gustavo y al admirado Pedro Cunill Grau, maestro y amigo.

lunes, mayo 27, 2013

Salicornia

Salicornia
 
Cuatro vueltas al parque y una rápida incursión en Atacama, adonde fui llevado sin consulta por el llamado tentador de una palabra. Ahora, en las páginas del hermoso libro de Subercaseaux sobre la loca geografía chilena, encuentro la poesía de los desiertos: “El hombre, que debería huir, se queda. Ya no sabe volver ni lo desea. Hay un mundo fuera del mundo que lo atrae como un torbellino de silencio”. Habla don Benjamín de la faena de los salitreros que pasaban "provisoriamente" su vida entera en esas tierras…

Llego a mi segunda estación. Es un poeta que leí a comienzos de los noventa (o poco antes) y que ahora no frecuento. Veo a la madre de Raúl Zurita (de él se trata, por supuesto) lloviendo sobre la tierra yerma. Leo en voz alta:

Sobre el vacío del mundo se abrirá completamente el verdor infinito del Desierto de Atacama

De un libro a otro, transcurre la mañana.

Vuelvo a la palabra que me llevó a las sequedades: salicornia. En una publicación de temas gastronómicos abren con ella un artículo sobre las verduras del desierto. Se trata de un arbusto que vive en suelos salinosos próximos al litoral y que tiene hoy en día notables usos culinarios. Al indagar un poco, supe que un chef alicantino incluye en su menú unas vieiras rehogadas con mantequilla de salicornia, que me imagino exquisitas. Un bloguero español informa que Arzak tal vez fue el primer gran cocinero español en emplear la salicornia. Otro habla de los viveros de ese arbusto en Eritrea. Allí, con agua del mar Rojo canalizado riegan amplios campos de salicornia.

En Alicante la llaman “barrilla” o “espárrago del pobre”, me informa google, y en un diccionario de botánica para cocineros que tiene Cuchi en su biblioteca, leo que le dicen “alacranera de las marinas” y también “polluelo”. De sus semillas se produce aceite y hay quienes aprovechan su vigor salobre para darle sabor a la comida simple de los hipertensos.

Sin duda, el vocablo “salicornia” enlaza la sal del arbusto con sus puntas, puntas que otros asocian, como vimos, a tenazas de alacrán.

En Atacama, ante la aridez de las zonas más cercanas a la costa, también es la salicornia una esperanza.

Yo le doy las gracias porque hoy me ha devuelto a Zurita, y por el gusto perenne de leer de nuevo ese clásico que memorablemente se llama
Chile o una loca geografía. 

domingo, mayo 26, 2013

El índice del libro más bello

 
La belleza de las letras en un libro de Cunill. Vine temprano a sus páginas en pos de la sarrapia, pero de nuevo el índice maravilloso me entretuvo. Es tan bueno, que, además de su normal función utilitaria, sirve también de ilustración a la sobrecubierta de los dos volúmenes. Portada, contraportada y lomo son sus primeros espacios. Leerlo allí, es hacer un fabuloso recorrido y admirarse de pronto de que hasta el canto tiene cosas que decirnos.

Adentro, es una fiesta el prodigioso índice. Redondos los tipos. Cursivos sólo para los nombres del autor, el prologuista y la editora. Y una audacia: las dos páginas como si fuesen una. Un sobrio juego de tamaño y de negritas, y lo que faltaba afuera: el número de la página en que cada capítulo se inicia.

Leo en la sobretapa que el capítulo que busco es el XXXII, porque, entre otras cosas se refiere a las “materias primas para sensibilidades aromáticas: anís, vainilla y sarrapia”. Entro.

Alabados sean Pedro Cunill, Alvaro Sotillo y el arte noble de la tipografía.

P.D: El libro se titula bellamente Geohistoria de la sensibilidad de Venezuela. Fue publicado por la Fundación Empresas Polar en el 2007 y en febrero del 2008 se ganó en Leipzig el premio al libro más bello del mundo. Después hablamos de la sarrapia. 

viernes, mayo 24, 2013

Moustaki


Barbara y Moustaki, 1968. La dame brune

Recibido por Barbara, en su cielo.

Grande Moustaki.

Acá están, en el 68, eternos:

 http://www.youtube.com/watch?v=7m7eK8-h5j0

miércoles, mayo 22, 2013

La gallina ciega


Goya. La gallina ciega
 
Encuentros con la gula en las páginas de un español a quien alguna vez llamaron con razón “inventor de existencias”. La frase aludía a una de sus obras maestras, a partir de la cual se tejió una divertida leyenda en el mundo del arte, con su buena ración de chascarrillos. Pero no son esas las líneas que ahora leo. En mis manos tengo una cocina.  

El autor está de visita en su patria después de tres décadas de exilio, y en sus recorridos amistosos, además de la literatura, mesas y pitanzas llaman su atención. Va comiendo, toma nota, y de pronto se percata del registro minucioso de la gula que su Diario ya contiene. Comenta asombrado la capacidad de sus paisanos para hacerse tragaldabas “en nombre y honor de la patria”. Beben y fuman, pero no tanto como comen. Y no es para menos, porque no hay jamones comparables al de Sierra Nevada ni pescado frito como el de Málaga ni caracoles como los de Valencia y, menos aún, tortillas de patatas como las que, acompañadas de ajoaceite, bien llaman “españolas”.  

Así, entre menciones tentadoras y miradas perspicaces, va dibujándose, sin aspaviento alguno, un rápido perfil de la sabrosa cocina de esas tierras. Ese dibujo bien podría interesar a los estudiosos del tema, si optaran también por la literatura y no sólo por los libros técnicos. Reparo en una aguda percepción que pone de relieve la riqueza de la ancestral cocina pobre, de la que podemos encontrar claros ejemplos en nuestras comarcas alimentarias no tan soberanas. Cito: 

“…donde el español se la echa al más pintado es precisamente en los platos de ingredientes baratos: nada de particular tienen los sabores ibéricos de la perdiz o el faisán, la tórtola o el salmón, la langosta o la trucha, la liebre o los espárragos –con todo respeto para los de Aranjuez-. Lo importante es saber freír los huevos y la merluza, adobar las judías y las patatas, dar su punto a la ensalada y a los garbanzos.  

–Quedan los arroces, pero mejor es comerlos que hablar de ellos”. 

Como escribir la lectura también es cocinarla, después de esas líneas busqué otro libro del autor para concluir y sazonar la nota. Felizmente, encontré lo que buscaba: 

DEL PESCADO 

La raja llena el plato, desbordada por el rebozo de huevo y harina que la cubre. ¡Feria de amarillos! Las mollas de la carne del pescado, desprendiéndose en capas nacaradas, bocados blancos, firmes, lucientes, todavía saben al mar en que fueron. Las separa el tenedor y se funden en la boca con la sola presión de la lengua, que aprecia; los dientes rematan. Fruición de lo cuscurroso revuelto con la blancura de lo principal, matrimonio feliz. El lejanísimo picor agrio del aceite de oliva y de la sal marina se funden en lo que no tiene más nombre que el propio: merluza frita”.

Creo que ya la mesa está servida para seguir leyendo La gallina ciega y todo cuanto podamos convocar de ese enorme escritor valenciano nacido en París, que famosamente se llamó (y se llama) Max Aub. 

P.D: El libro al que hago alusión al comienzo es, por supuesto, Jusep Torres Campalans, biografía de un artista cuya vida y obra fueron inventadas por Max Aub. El texto de la merluza es de La uña.

El gusto del espliego

Espliego o lavanda
 

"...malvas,/ sus sombras pasan, soñando"
Juan Ramón Jiménez

Miro el valle y la colina. Hoy quedó algo de penumbra y está bien. Creo que así fulgen más las flores de la enredadera.

En su oficio, la mañana siempre tiene una sorpresa. Ahora mismo cambió de color y volvió el malva de Jimé
nez en un verso.

Agradezco la dicha irrepetible y me doy al gusto del espliego en el pastel del desayuno.

P.D: La última frase es un modo de nombrar el delicioso ponqué de lavanda de Luisa Teresa Yépez, que disfrutamos desde ayer. Modo de nombrar y dar las gracias.

lunes, mayo 20, 2013

Una ceiba para Ángel

Vermay. Misa a la sombra de una ceiba
 
Noviembre del 67. Está Valente de visita en La Habana y María Zambrano le ha pedido a Lezama, en nombre de ese reino de dios que es la amistad, que lo lleve a ver la ceiba, que lo haga sentir el terral a las diez de la noche, que le revele a Ángel las bondades de ciertas hojas y le cuente algún secreto del cual el etrusco habanero sea custodio principal. Ella sabe que Lezama, partiendo de un verso, puede iluminar perplejidades.

Recuerda María, agradecida, que en esa isla aprendió a mirar el alba y a escuchar la respiración de la noche. Sabe que a la ceiba madre se le pide permiso antes de pisar su sombra y que Lezama se alivia del asma con cocimientos de hojas del yagrumo. Una vez leyeron juntos recados ancestrales en su tronco.

Ahora quiere que su amigo reciba un claro del bosque lezamiano, , un destello en la manigua, a cambio de “algo lúcido y viviente” que sabrá entregarle Angel, como ofrenda de una España de “extraña decadencia”, y se despide María con un abrazo de la amistad más cierta y pone su firma en el papel.
   

jueves, mayo 16, 2013

Pan y sal de Key


Margot Benacerraf. Araya
 

Santiago Key-Ayala tuvo el acierto de dedicarle un libro a las palabras que, como su primer apellido, constituyen un territorio mágico de la lengua. Tres letras bastan para formar un cosmos. Así, la palabra “pan”, con la que el autor abre su deliciosa obra publicada en 1952. Ella integra el catálogo mayor de esos vocablos, es decir, los constituidos por una vocal atrapada por dos consonantes. Ella es como Vid, como Col, como Sal y como Ron. Key-Ayala, fascinado por la estructura de tales monosílabos, los llama “átomos del idioma”: la vocal hace de protón y las consonantes de electrones. Su analogía le permite afirmar que la consonante inicial posee una carga eléctrica diferente a la final, lo que aprecia como una “especie de sexualidad” o de feliz ayuntamiento que tiene su centro en la vocal y es determinante del sonido.

En esto del sexo de las letras, Key-Ayala no duda en sostener que en español prevalece el femenino. Sin embargo, algunas consonantes –dice- hacen gala de varonía. Indica como ejemplo la P, a la que atribuye la facultad de empujar y hasta de atropellar a la vocal que acosa. Nos llama la atención acerca de que la referida consonante está siempre al comienzo, nunca al final. Con ella disparamos: “¡pam! ¡pum! y llenamos la sala de pólvora.

Es curioso que al hablar específicamente de la palabra “Pan” el autor no haya reiterado la comparación sexual. Nos había dicho en el prólogo que así como la “P” se las da de macho, la “N” es absolutamente femenina. Y coqueta, agregaría yo. Nada mejor entonces que los extremos para conformar con la primera letra del alfabeto ese alimento imprescindible, antonomásico y milenario que en América hacemos de maíz y sin el cual no hay pueblos ni culturas. Pan de los elegidos, pan de los niños, pan de la esperanza, pan de la vida, pan de los constantes y pan dulce para el desayuno de mañana.

Lo dice Key: tres letras y un mundo en la palabra mágica: Pan!

¿Qué dijo don Santiago de la sal? me pregunta Victorino. Copio la respuesta:

Entre las sales ofrecidas y puestas desde luego a disposición del hombre hay una tan importante, tan indispensable, que en nuestra lengua pareciera haber asumido la representación de todas las sales. Es la sal por antonomasia; la sal común, la sal de cocina. En el gran mundo se codea con los sabios; usa con todo derecho la preposición de; se deja llamar con énfasis cloruro de sodio. Pero es demócrata por temperamento y excelente ama de casa. Metida en la cocina, allí se encuentra con en su trono; decide la suerte de muchos manjares, puede hacerlos apetitosos o indiferentes al paladar, según ella participe con más o menos tino en la confección. Los mayores glotones, los más pintados golosos, están pendientes de sus decisiones. Reina sobre potentados y monarcas tanto como sobre los burgueses y miserables. Ennoblece a sus ministros y cortesanos. Los distingue con grandes y vistosas condecoraciones de variadas jerarquías. La más preciada de ellas se denomina cordon bleu en francés, como homenaje al gusto de los franceses por la buena comida y por las condecoraciones. Vitelios, Heliogábalos y Lúculos le rinden homenaje. Han llegado a la Historia, más que por otros méritos, por haber rendido culto a la sal, disponer de un buen paladar, gran estómago y mejor diente. Se pesa la sal, se la mide. Algún inconforme autorizado la echa de menos: ´¡Perdón! Pero me parece que le falta una pizca de sal´. Ella representa el antídoto, el específico del más vituperable de los defectos, del más imperdonable de los delitos: la insipidez”.

No me negarán que después de leer la prosa de Key-Ayala, con su justo punto de sal, provoca decir otro trilítero: ¡Olé!
 

P.D: El libro de Santiago Key-Ayala se titula Monosílabos trilíteros de la lengua castellana

 

Atanasia

Rosemary Woodhouse (Mia Farrow) en la célebre película de Roman Polanski
 
Adentro, esa raíz de inquietante olor y de extraña procedencia. El inocente collar se lo regaló Ruth Gordon, quien estuvo fabulosa como actriz de reparto en esa ocasión inolvidable.

Tanaceto se llama y bellamente también le dice
n Atanasia.

Además del célebre uso que le dio el Bajísimo en el edificio Dakota, sabemos de sus aplicaciones curativas.
 
Si bien posee más prestigio gástrico que gastronómico, leo hoy en un diccionario de botánica para cocineros, que puede ser empleada en rellenos, budines y tortas, así como en un guisado de peras con tocino que hacen los alemanes. Claro, siempre en pequeñas cantidades.

Llevará razón Victorino cuando me diga que atanasia puede ser el nombre de una ciudad invisible de Italo Calvino. Recordará que su casi homófona, Anastasia, es “una ciudad bañada por canales concéntricos y sobrevolada por cometas”, en la que se cocina la carne de faisán dorado sobre una llama de leña de cerezo y se espolvorea con orégano.

Lo es sí –me asegura Santiago Pol- de un antiguo tamaño de letra porque con ella se imprimió la vida de San Atanasio.

En el primer tratado sobre la imprenta que apareció en Europa, el de Caramuel, que bien podría figurar en una antología de literatura fantástica, se lee que, conforme al cuerpo de los tipos, uno de ellos, en efecto, lleva el nombre de atanasia.

Pienso en la raíz y en el origen del vocablo que la nombra (a-tánatos), esas otras raíces que la alejan de la muerte.

En algún lugar de Ucrania –no me acuerdo cuál- alivian todos los dolores con un bebedizo de atanasia y miel.
 

lunes, mayo 13, 2013

Quiebro (ejercicio de s.e.p)

Jorge Eduardo Eielson. Poema en forma de pájaro

Algarabía. Me gusta esa palabra cuando el canto puro de los pájaros plena, acompasado, los ramajes, y la mañana, ceñida a un verso desnudo, extiende las primeras líneas como remedo taciturno de viejas voces, dulces y lejanas. Cesa la algarabía y la luz, puntual y silenciosa, llega a la sala. La página espera por el quiebro, nada más por el amago rápido. Su débil limpidez cura y preserva. Sólo la roza la mudez del aire, para alojar en ella este relente.
 
(S.E.P: soneto en prosa)

domingo, mayo 05, 2013

Infantesa y postre Maragall

Joan Miró. El comienzo del día

Cinco y media. Domingo de nubes y Maragall. En la primera anotación del día, la eterna cadencia de sus versos y una palabra que ilumina.

Es la infancia de nuevo, la cálida maravilla de una fe y esta delicia de la verba catalan
a:

Oh Jesús de ma infantesa!
oh petit Nostre Senyor!
Bon Jesuset de les panses i figues,
i nous i olives i mel i mató!


Si conseguimos buena ricota, le pediré a Cuchi, por favor, que haya postre Maragall en el almuerzo.

El cielo se arrumaza en mi ciudad. Pájaros y vientos.

Y una oda de Maragall, interminable, acoge todo lo que canta, todo lo que suena. 
 


P.D: “Oh Jesús de mi niñez,/ chiquito Nuestro Señor!/ ¡Buen Jesusín de los higos y pasas,/ nueces y olivas, miel y requesón!”.

sábado, mayo 04, 2013

Triste como un presentimiento





Foto de Cbales Marville. Rue de Gaillon. Por ahí vivió Saint-Just en los tiempos del Terror y cuando no existía el daguerrotipo
 
El Saint-Just de David en un grabado

Hoy bajé un libro de la biblioteca de mi padre. Al hojearlo, encontré una sorprendente nota manuscrita de su amigo José Manuel Sánchez. La copio:

Aunque procuremos no herir al amigo alemán de Camus que todo
s tenemos, hay cosas que no pueden omitirse. Claro, hay modos de decirlas. Una vez más, ensayemos otra.

Es una historia conocida. Todos recordamos que ante la debacle que se le avecinaba a la revolución, Robespierre decidió incrementar el uso de la guillotina, pero la carnicería apresuró los hechos, y no sólo rodó su cabeza, sino también la de quien, por su enorme talento, debió haber advertido la tragedia.
Lastimosamente, el intelectual enceguecido aplaude al ciego y termina siendo más jacobino que el jacobino, quien, sin decirlo de manera explícita, lo que está pidiendo por piedad, es que lo moderen”.

Mi asombro continuó, porque al final de la página 331 (ahí estaba la nota de Sánchez) comienza un breve y hermoso episodio.

Después de la muerte de Saint-Just, una joven prófuga, vestida de lavandera, con un niño de seis meses en los brazos, se presenta en la casa de la rue Gaillon (última morada de Sain-Just) y le pide a la patrona que le venda un retrato. Sabía la joven fugitiva que la patrona de Saint-Just era pintora de profesión y que había retratado al joven republicano, amigo de su marido, quien también falleció en la brutal degollina.

La viuda de Labás deseaba con toda la fuerza del mundo tener una imagen que le recordara a su esposo. El cuadro valía seis luises, que, por supuesto, no llevaba la enlutada joven. Ante la insistencia, la pintora accedió a un trueque: le entregó el retrato a cambio de un cofre que sólo contenía ropa blanca y un traje de bodas.

El autor, Alphonse de Lamartine, rubrica ese glorioso relato romántico con estas líneas prístinas:

“…el amor conyugal pudo legar a la posteridad la única imagen de aquel joven revolucionario, bello, fantástico, vago como una teoría, meditabundo como un sistema, y triste como un presentimiento”.


P.D: El libro de Lamartine se titula La Revolución Francesa. Adoro los tres tomos de Ramón Sopena.


jueves, mayo 02, 2013

Corre el amok

María Félix en Amok
 
La barbarie no tiene límites. Corrijo de una vez: sí los tiene. Lo que realmente carece de barreras es el odio que suele moverla o el desenfreno emocional que la arrastra a la abyección. Ese mecanismo incontrolable e infernal lo conocen muy bien las culturas que nos advirtieron con ejemplos elocuentes de la terrible hybris o del ominoso amok, fuerzas desbordadas y feroces del enceguecimiento. Nada valioso las inhibe. Con el aplomo que da la rabia extrema, marchan aturdidas y se llevan por delante cuanto encuentran a su paso.

Por la palabra malaya “amok” he recordado hoy a Stefan Zweig, y también a Anderson Imbert. Un minicuento suyo lleva el mismo título que el austríaco dio a la célebre novela.
 
He recordado también a María Félix, cuya belleza imponderable protagonizó en los años 40 la versión cinematográfica del libro de Zweig, con guión de Max Aub, otro nombre imprescindible.