martes, octubre 20, 2015

Notas para la cocina Woolf


The Kitchen. Vanessa Bell, hermana de Virginia Woolf
 
Lo primero: la via para el (dis)curso será la de los fragmentos que tal vez se hilvanarán sobre su marcha. ¿Barthesiano? No. Pretendido tal. Paródico, si acaso.

Un diálogo gastronómico con Virginia Woolf supone pan de pasas, pollo con papas, boeuf en daube, lenguado a la crema, bacalao, salchichas, helados y trifle de frutos rojos, entre otros signos de la mesa Woolf. También, algunos actos culinarios, válidos para el oficio escritural: amasar, clarificar, combinar, sazonar, rectificar. Tras un rastreo por sus libros, es posible anotar e ir degustando esas presencias: los “pequeños milagros cotidianos” que vio Blanchot en ella y que nada dicen “fuera de sí mismos”.  

Asomar un inicio con el bacalao y las salchichas. Recordar que provienen de la última anotación de su diario, enlazan con una dedicación personal a los fogones, pero también con un momento cercano al río Ouse y a las piedras. ¿Costumbre? ¿Parte de un ejercicio? ¿Símbolos de qué? Inquirir en las cocinas inglesas.
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Proponer una aproximación al “haddock”. Pensarlo como metáfora. Verlo en la página y tratar de ponerlo en el plato.  

“Ahora, no sin placer descubro que son las siete, y que debo hacer la cena. Bacalao y salchichas. Al parecer, si se describen el bacalao y las salchichas se adquiere cierto dominio sobre ellos” (V.W. Diario, 24-03-41)
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Retomar una vieja entrada del diario: salida al restaurante Etoile, por invitación de E. M. Forster, teniendo en casa “una rica empanada de ternera y jamón”. Seguir el hilo del comentario: Virginia escribió la frase y pensó que la misma era de un clásico corte periodístico. No entretenerse mucho con el tema en boga de periodismo y gastronomía, pero tampoco desdeñarlo.
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Anotar los alimentos. Nunca dejarlos por fuera en la novela, como demandaban las convenciones de su tiempo. Jamás decir solo que “la cena fue espléndida”. Informar por qué y qué se comió. Después, cocinarla. Hacer lo mismo para la lectura de la novela. Detenerse en la mesa.
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Proceso de escritura= proceso culinario: “Dejar que Al Faro se haga a fuego lento, añadiéndole algo entre la merienda y la cena hasta que esté lista para escribirla entera” (Diario, 14-05-1925).
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“Durante la guerra le gustaba considerarse una muy buena cocinera”, afirmó Alix Strachey en la declaración que le dio a Vivianne Forrester (El vicio absurdo, Emecé editores)  

“¿Lo era en realidad?”, repreguntó Forrester. “Se las arreglaba con las salchichas”, dijo Strachey.
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Revisar los cabos y tratar de no dejarlos tan sueltos en las próximas sesiones.

lunes, octubre 19, 2015

Un menú de Bloomsbury


Para elegir la comida -la ocasión lo merecía- pensaron en Francia y le pidieron a Virginia que propusiera algo. “Si fuese por Roger, el postre sería manzanas a la Cézanne”, dijo Vanessa, quien hizo el diseño del menú que esa noche circularía entre los invitados. ¿O lo hizo Duncan Grant? Habrá que averiguarlo. 

Era junio de 1913. Se iniciaba la fascinante experiencia de diseño integral que fue Talleres Omega, y esto cenó Bloomsbury con sus allegados:
 
 

 

sábado, octubre 10, 2015

No me dignaría


Virginia Woolf por Roger Fry
 
Antes de leerme la entrada del diario de Nellie Boxall (la gran cocinera de Virginia Woolf), Cuchi me dice que disfrute primero de la fecha. Sabe que la respuesta de Nelly, al final, será para mí una delicia:  

Richmond. Hoy. 
El disgusto de la señora conmigo se debe a que cuando se acercó a la cocina, mientras yo preparaba  el plato principal de la cena (esta noche vienen los Eliot), me anunció que tendrían la visita de unas amigas y necesitaba servirles té, scons y sandwiches de berros y pepino. Consciente de que eso perturba mi trabajo, no me ordenó, sino que me preguntó modosamente ‘si yo me dignaría’ preparar la mesa de té. Mi respuesta fue tajante: “No me dignaría” y seguí en lo mío”.
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Tenía razón Cuchi. Ya he repetido varias veces la áspera fulminación de Nelly, la insumisa. 

Por cierto, no estaría mal un fool de ruibarbo para estos días. Lo digo porque en una entrada anterior Nelly dijo haberle hecho uno a lady Ottoline.

Pan de pasas de Virginia Woolf



Virginia Woolf. Foto de Lady Ottoline Morrell

Si hoy habrá cena con el señor Tom y su esposa, lo que de por sí me da mucho trabajo, cómo es posible que ahora la señora me diga que unas amigas suyas vendrán a tomar el té. ¡Y son cinco, válgame Dios!”.
 
Es del "diario" de Nellie Boxall. Prepararle la cena a los esposos Eliot no le disgustaba, pero lo otro...

Cuchi continúa la lectura y me lee otra entrada:

 
Voy a la alacena y cojo las húmedas bolsas que contienen las pasas. Pongo la pesada masa de harina en la limpia, recién fregada, mesa de la cocina. Amaso. Aplano. Tiro, metiendo las manos en el cálido interior de la masa. Dejo que el agua fría pase por entre mis dedos y caiga después formando abanico. Estoy segura de que Mrs. Woolf entrará cuando el pan haya levantado y yo la haya puesto en un paño limpio, formando una pequeña y blanda cúpula, entre los tarros de mermelada”.  
 
Me intriga el párrafo. Sospecho de Las olas. Busco la novela y lo confirmo: salvo ciertos añadidos, esas líneas espléndidas son parte de uno de los monólogos de Susan. Y no es para menos. En ellas está el gran orgullo culinario de Virginia Woolf, que si algo sabía hacer bien -además de escribir- era panes excelentes.  

El recetario de Nelly


Linda Bassett como Nellie Boxall (Nelly), la cocinera de los Woolf, en Las Horas, de Stephen Daldry


Cuando Virginia Woolf, imaginándose futura lectora de sí misma, escribió que el “retrato de Nelly” era lo más llamativo de sus diarios, abrió el camino para muchos y diversos proyectos literarios.  No se trataba solo de leer esas páginas como si fuesen una novela. Se trataba –y se trata todavía- de escribir, entre otras cosas, la novela de Nelly, la biografía de Nelly y hasta los diarios de Nelly, como fuente principal de todo lo demás. Claro, Virginia Woolf invitó a sus lectores a inventar y su llamado, a fe que no ha caído en el vacío. 

En el año 1997, la española Alicia Giménez Bartlett publicó “Una habitación ajena”, novela escrita a partir de las rutas asomadas por la autora de “Las olas”. Además de los diarios de Virginia Woolf, a Giménez Bartlett le sirvieron como fuente principal los “cuadernos íntimos” de la propia Nellie Boxall, que “halló” en Londres en una de sus pesquisas bibliográficas. “Una habitación ajena”, cuyo título paródico es una evidente seña de identidad, ganó el premio Femenino Lumen de ese año. Su escena de la habitación es, sin duda, una proclama. 

Por su parte, el Turco Najul me informa que no hace mucho comenzó a escribir una novela que tiene como personaje principal a Charles Laughton y que uno de los capítulos más interesantes será el dedicado a Nellie Boxall y sus constantes amenazas de irse o de quedarse. Por el Turco supe que Else Lanchester, actriz y mujer de Charles Laughton, consideraba que Nellie era una “mucama comunista”.  Al parecer, la entrada del diario en la que Virginia se horroriza porque, tanto ella como Nelly han votado por los laboristas, es el inicio de su investigación para esa parte de su libro en ciernes, en el que las discusiones políticas con Nelly serán importantes. 

Le refiero todo eso a Cuchi, mientras damos dos vueltas al parque. Ella escucha con interés, menciona semejanzas cercanas y al final me advierte que no está dispuesta a hacer los platos de Nellie Boxall. No entiendo, pero enseguida aclara: “Aunque no lo has dicho, sé que estás pensando en el recetario de Nelly y en algunas comidas para el grupo de Bloomsbury, ¿verdad?” 

Su pregunta, por supuesto, es retórica. Me ha adivinado una vez más.

lunes, octubre 05, 2015

Una cocinera en los diarios de Virginia Woolf


Nellie Boxall a la izquierda. En el centro, la "nurse" Lotte Hope. A la derecha, Nellie Brittain. La niña es Angelica Bell, sobrina de Virginia Woolf
 
Durante dieciocho años marcó la vida doméstica de los Woolf, como se aprecia en los diarios de Virginia. Quienes vieron Las Horas, tal vez recuerden una escena en la que ella participa. Nelly (Linda Bassett) sube a hablar con Virginia Woolf (Nicole Kidman), para pedirle instrucciones acerca del almuerzo, pero la novelista, concentrada en la escritura de La señora Dalloway, no permite la interrupción. Le dice a Nelly que bajará después a la cocina y, un tanto perturbada, trata de retomar el hilo. Todo había ido bien esa mañana, por haber estampado la estupenda frase del inicio: “La señora Dalloway dijo que ella misma se encargaría de comprar las flores”, como leemos para siempre en esa novela extraordinaria que le costó lo suyo a la escritora. 

Poco más tarde Virginia fue a la cocina y vio que Nelly cortaba un trozo de carne. Antes de que le preguntara qué iba a preparar con eso, Nelly le informó: “Usted estaba muy ocupada y nadie me dio instrucciones, así que decidí hacer un pastel de cordero”. Sin contrariarse, la escritora le añadió una tarea inesperada. Esa tarde vendría Vanessa con sus hijos, y Virginia quería servirles té chino y galletas de jengibre, pero no tenía en casa ni lo uno ni lo otro. Asi que le pidió a Nelly que fuese a Londres a buscarlos (no olvidemos que por esos años los Woolf vivían en Richmond). Nelly dejó la carne a medio cortar, se quitó el delantal, lo tiró al piso y se fue de mala gana para Londres a cumplir con su mandado.
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Si vamos a los diarios que Virginia Woolf llevó desde 1925 a 1930, el primer nombre propio que encontraremos será el de Nellie Boxall o simplemente “Nelly”, como escribe con frecuencia la diarista. La frase que esa vez (6-01-25) le dedicó es de una elocuencia fulminante, que podría haber servido para el inicio de la gran novela inglesa sobre el servicio doméstico que ella no llegó a escribir, pero a la que se aproximó bastante en sus cuadernos personales:  

“Hoy Nelly ha presentado su dimisión número 165”.  
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A lo largo de los diarios son tantas las ocasiones en que la escritora da cuenta de sus conflictos con Nelly, que llega un momento en que se imagina ser la futura lectora de sus diarios y anota esta inesperada maravilla: 

Si yo estuviera leyendo este diario, si fuera un libro que cayera en mis manos, creo que me fijaría con especial interés en el retrato de Nelly e inventaría una historia, quizás haría que toda la historia girase en torno a ella; eso me divertiría”. Y añade: “Su carácter, nuestros esfuerzos por librarnos de ella, nuestras reconciliaciones”. 

Cuando llegué a esa entrada del 15 de diciembre de 1929, yo, que venía subrayando todas las referencias a Nelly, tuve -como a muchos otros lectores les puede haber ocurrido- la sensación de que había sido sorprendido por la autora. En un diario en el que son muchas las referencias a la vida literaria y abundantes las menciones a Keynes, Roger Fry, Vanessa Bell, Lytton Strachey y Eliot, entre otros grandes, estar pendientes de Nellie Boxall era como abusar de la confianza y meterse, cual Pedro por su casa, en la cocina. Claro, de eso se trata también en diarios como los de Virginia Woolf, pero a uno no dejan de asombrarlo ciertos azares concurrentes o algunas líneas autorreferenciales…
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Que se soportaran tanto tiempo los Woolf y Nellie Boxall, tuvo su razón, precisamente, en la cocina. Aparte del valioso testimonio que aportan los diarios de la autora de La señora Dalloway a los estudios sobre la vida londinenese en esos tiempos (en particular, a la vida en Bloomsbury), su mirada privilegia la gastronomía casera. A sentirse bien la ayudaba un pollo asado por su cocinera excelsa. Y cómo la entristecia que, por su carácter indócil, Nelly se negara a veces a hacerle mermelada de naranja. Un día, tras dimitir por enésima vez, Nelly se fue refunfuñando. Al rato regresó directo a su oficio, como si nada. Sólo informó: "Fui a buscar una crema para hacer la cena. No podía dejarlos sin comida".  

“Nelly cocina admirablemente”, escribió Virginia. Lo dijo todo.
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Cuando terminé la lectura de los diarios, busqué más datos sobre Nellie Boxall y supe, como era de suponer, que el tema de la servidumbre doméstica de Virginia Woolf ha dado para varios estudios. Así, en el 2008 se publicó uno titulado Mrs. Woolf and the servants. An Intimate History of Domestic Life in Bloomsbury. Lo escribió Alison Light y fue publicado por Bloomsbury Press. Por una reseña de ese libro me enteré de que Nellie Boxall, después de haberle trabajado por mucho tiempo a los Woolf, sirvió en la casa del gran actor Charles Laughton y tuvo desde entonces “una vida más glamorosa”.  

Pienso ahora que la amable y rubicunda imagen del admirado Laughton mucho le debe a la estupenda cocina de Nellie Boxall.

viernes, octubre 02, 2015

Cine y cocina en la memoria


En "Martha's Café, Martha (Ruth Donnelly), Morgan (Gene Tierney) y Mark (Dana Andrews)
 
Arroz con pollo (y Gene Tierney) 

Al borde del peligro” (Where the Sidewalk Ends, 1950) del gran Otto Preminger, con Gene Tierney. La bella protagonista come con Mark Dixon (Dana Andrews), en un pequeño y modesto restaurante (“Martha’s Café”) de Nueva York, que atiende Martha (Ruth Donnelly), su dueña.

“El mejor arroz con pollo de la ciudad”, le dice Dixon a Morgan Taylor, mientras se pone su gabardina para salir. Y es que lo acaban de llamar por teléfono al restaurante, para notificarle de un nuevo asesinato. Ojalá no vuelva más y nos deje solos con Gene Tierney por el resto de la película.
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El filete de la discordia en Peter’s Place

El hombre que mató a Liberty Valance (1962), una de las obras maestras de John Ford, con John Wayne, James Stewart y Lee Marvin.  

Lejano oeste. Estamos en Peter’s Place, el restaurante de John Qualen (Peter Ericson), en Shinbone. Hallie (Vera Miles) le sirve a Peabody (Edmund O’Brien), el borracho editor del periódico Shinbone Star, filetes con frijoles y papas. En realidad, es ese el único plato que sirven en el concurrido mesón de pueblo, aparte del postre: tarta de manzana.  

Son inmensos los filetes de carne. No caben en el plato. Por una zancadilla que Liberty Valance (Lee Marvin), le mete a James Stewart, el filete que le llevaban a John Wayne, cae al piso y se produce un altercado memorable.
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Passata 

La salsa de la vida” (The Thrill of It All, 1963)  la divertida comedia de Norman Jewison, con Doris Day y James Garner. También con Elliot Reid, el detective privado de “Los caballeros las prefieren rubias”, que terminó en el altar con Jane Russell.

En este momento Beverly Boyer (Doris Day) hace una prueba para un comercial del jabón Happy y aparece la nueva empleada doméstica, la rubicunda señora Goethe, cuyo inglés siguie siendo alemán y nadie la entiende. Pronto, la espumosa escena de la piscina. 

Recordemos. Beverly Boyer, ama de casa, casada con un ginecólogo y madre de dos niños, comienza a hacer comerciales de jabón en la TV y se convierte en una celebridad. A partir de allí, todos los equívocos, todos los conflictos. El guión es de Carl Reiner. 

Antes de dedicarse a hacer el comercial del jabón, Beverly se ocupaba de hacer passata. El momento de los tomates en su casa, es magnífico, inolvidable. Toda Italia, en el oficio.
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La cocina rememora 

Un viaje de diez metros (The hundred-foot Journey, 2014), de Lasse Hallström, con una Helen Mirren formidable. 

“La cocina rememora”, dice con frecuencia el joven chef indio, dotado de una enorme capacidad para integrar sabores. Combina los suyos con los que rápidamente irá conociendo en Francia.  

La trama de la competencia feroz entre dos restaurantes en un pueblo del Midi muestra las señas de identidad de dos cocinas en disputa. También, noblezas (también pequeñas trampas, todo hay que decirlo) de una y otra parte. Por encima de todo y de todos, Hassan, el joven cocinero.  

“Empecé con las cinco básicas”, le informa Marguerite a Hassan. Las cinco básicas son las cinco salsas básicas de la cocina francesa: bechamel, velouté, holandesa, de tomate y española. En pocos días Hassan se le presenta a Marguerite con una degustación de las cinco salsas que, como buen autodidacta, aprendió a hacer maravillosamente.

Hassan gana estrellas Michelin, en el pueblo y también en París, pero nunca pierde el gusto por los erizos de mar que su madre preparaba en Bombay.  

Ciertamente, “la cocina rememora”. Es su ley.