lunes, octubre 24, 2016

¡Qué lluevan papas!





 MFK Fisher


En 1937 publicó el primer libro. Su prosa, amable y sazonada, atrajo de inmediato, no sólo a los interesados en el tema gastronómico, sino también a quienes, como el poeta Auden, apreciaron enseguida su talento y se deleitaron con unos textos que parecían provenir de la cocina literaria de los ángeles, que a uno se le antoja pintada igualmente por Murillo. Firmaba con las iniciales de Mary Frances Kennedy y con el apellido de su primer marido: Fisher. En una exigente lista de literatura gastronómica del siglo XX, ese nombre (MFK Fisher) es imprescindible.

Invitado por Luisa Teresa Yépez a recordarla, hoy volví a las páginas de su primer libro: Sírvase de inmediato (Anaya & Mario Muchnik, Barcelona, 1991), hallado en la suculenta biblioteca de Cuchi. Me reencontré con la gracia de quien supo armonizar el disfrute de la cocina con el de las letras, con entera libertad y sin andar dictando cátedra en tribuna alguna o fatigándonos con los vocablos de moda del viejo mundo gourmet. Para su fortuna, en esos tiempos (años 30, 40), el panorama, si bien menos abundante que el de hoy, ofrecía mayores niveles de exigencia, tanto literaria como gastronómica...
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Ahora la veo titulando su artículo sobre la papa, como una cocinera que pone unas hojitas de salvia sobre el plato que nos acaba de servir: “Ojalá lluevan patatas”. Así lo llama, pero no lo deja como oculto guiño shakespereano, y escribe debajo: Las alegres comadres de Windsor. Y lo dice todo.

Viene de hablarnos de una historia que comenzó en los Andes prehispánicos y copó tierras y mesas de otros mundos. En pocas líneas nos ha paseado con la papa por todo el universo y nos ha contado anécdotas o referido alguna preferencia: “Sola, o con una gran taza de leche fría y espesa o una lonja de buen gruyere, llena el alma y el estómago de una satisfacción poco habitual”. No olvida la sazón de un relato eduardino o la alusión a un chef francés, de esos que admiraba en Dijon, recién casada. Finalmente, exalta la papa como complemento supremo, porque, sin ella, un plato principal no sería nunca de primera:

Fritas, otorgan mejor sabor al filete a la plancha; en puré, con crema de leche y mantequilla salada, permiten salvar el mortífero abismo entre un ragut y una ensalada; asadas, abiertas y radiantes de blancura, realzan el grueso y picante sabor de un par de salchichas

Podemos añadirle ejemplos. De algún modo, Fisher nos invita a hacerlo. Nos provoca, mostrándonos una mirada que no pretende imponerse sobre la nuestra. Es el placer gastronómico lo que la mueve a interperlarnos. De una, yo me imagino a Manco Cápac comiendo como plato fuerte papas asadas con ají o a unos campesinos españoles estofando patatas con cebollas, pimienta y perejil.

Bien creo que su libro vale un vaso de bon vino, o de vodka, para mencionar una bebida que también tiene que ver con el tubérculo.

Me sumo a Falstaff en Las alegres comadres de Windsor: “¡Que lluevan papas!”. Vale decir, me sumo (me copio) a MFK Fisher.