viernes, febrero 28, 2014

Paz para comer



 Manuel Cabré. El Avila

Tres vueltas al parque en el retorno.  Poca gente estos días, según reporte preciso del Inspector Ardilla. Migraron las guacamayas y aún no aparece Su Ilustrísima. Turpiales de su cuenta.

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“Pido la paz y la palabra”. Así tituló famosamente Blas de Otero uno de sus libros. Lo recordé hace un momento mientras leía el sabio artículo que Santiago Key Ayala le dedicó al vocablo “paz” en esa espléndida obra que es Monosílabos trilíteros de la lengua castellana. Allí están la paz y la palabra. Y está Key (otro trilítero), con la llave maestra del humanismo y la elegancia de su prosa.

El primer párrafo incluye una hermosa estampa que vale por todo un tratado. Otra voz semejante concurre en esas líneas: “Pan”.

Key ilustra la paz que necesitamos para comer, así:

Uno de los espectáculos más aleccionadores que he presenciado en mi vida, fue el almuerzo de un obrero en una calle de París. Había conquistado su pan con la receta formulada por Dios en el Paraíso, refrendada y despachada por el farmacéutico de la Vida. Lo había conquistado, no sólo con el sudor de su frente sino con el de su cuerpo entero. Estaba sentado a horcajadas en uno de esos bancos de piedra sin respaldo, abundantes en las calles de vestidas de arboleda. A un lado, el bollo de pan bien oliente, de corazón blanco y tez tostada. Frente a él, un plato donde lo aguardaba resignado, paciente, provocativo un rico pollo. Testigo dispuesto a confesar sus secretos, el complemento del pan y el ave, una botella de vino, del tinto. Un vaso, dispuesto a servir de intermediario. Circulaba la muchedumbre, densa y apretada. Pasaba indiferente, con la libertadora indiferencia de la multitud en las grandes capitales. Por su parte, el obrero no veía a nadie. Estaba consagrado en cuerpo y alma a su labor. Partía el pan, descuartizaba su pollo, consultaba su botella de vino. El mundo era para él su comida y su banco. Lo admiré un buen rato. Cuando proseguí, me pareció que yo había participado del almuerzo. Había vivido unos momentos cerca de la paz, y la paz había entrado en mi corazón”.--

Después de decir que la paz “no es inercia, ni oportunismo, ni mimetismo, ni contemporización indecente”, el caraqueño nos recuerda esto:


Y queda todavía una mal llamada paz. La que reinó un día en Varsovia y resonó en el mundo como la más trágica de las campanadas. La paz de los cementerios. La paz de los sepulcros. Paz negativa, falsa paz. Porque no hay sujeto que la goce. La que hubiera sido el almuerzo del obrero, sin el obrero. Cosa exánime. Con razón exclamó el poeta, que no creía en la paz de los sepulcros (…)”

“Paz del ánimo, paz de los hombres de un mismo pueblo, paz entre las naciones, una humanidad lacerada te reclama con angustia. Clama por el arcángel inerme que te diga, nuncio de redenciones: Salve! y diga a todos: La paz sea con vosotros. Bello lo presiente en versos admirables:

El hombre tras la cuita y la faena,
quiere descanso y oración y paz.
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Escritor olvidado hoy en día, Santiago Key Ayala, es una fuente de paz. Perteneció a esa fraternidad de hombres cultos que vivieron bajo el signo del Avila, ese sagrado protector de Caracas.

miércoles, febrero 26, 2014

Paco, el de Lucía





Oigo Entre dos aguas. La puse, apenas me enteré de la triste noticia: Paco de Lucía ha muerto.

Que los sonidos negros de esa portentosa improvisación por rumba, acompañen el dolor. Son incontables las veces que los he oído desde el año 74. Siempre me hacen viajar a Barcelona, donde los escuché por vez primera.

Hoy vuelvo a la rockola, en la esquina de la calle Parlamento, a una cuadra del Paralelo. Allí, Cuchi y yo repetíamos, incansables, a Paco de Lucía...

Ahora lo lloramos y pedimos por su alma.
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LLORA LA SIGUIRIYA

Hace poco menos de un mes murió su amigo Félix Grande, uno de sus más entusiastas seguidores. A su poesía acudo para decir:

Escucho la guitarra de Paco de Lucía.
La música me araña los huesos de la edad.
Lejanamente todo mi pasado se enfría.
Una gotera insiste entre la soledad.

La madrugada apoya su frente en la ventana
y me confía unas sílabas de pena y compasión:
se lo agradezco desde la yel de esta desgana.
Hay una losa de algo sobre mi corazón.

Una gotera. Una gotera hay en mi casa
en esta rara noche de música y de adiós.
Y en esta siguiriya que me hiela y abrasa
veo el golpe de la nada como un golpe de tos.

(…)

Perdona, Paco. Excusa esta porción de invierno
con que te está escuchando mi viejo corazón.
Y que Dios te bendiga por ese ruido eterno
que suena como suena la palabra perdón.

FÉLIX GRANDE

sábado, febrero 22, 2014

De la hora y la deshora



 Alfred Eisenstaedt


22-02-14: La ciudad duerme todavía. Pájaros y calma.

Seguimos sin parque.

Anoche anoté en este cuaderno la repentina sensación de estar sitiado.

Los siete contra Tebas y de nuevo la impresión del coro dividido.
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Hoy, mi amigo Miguel Veyrat, poeta y escritor español de izquierda, escribió esto en el facebook de este servidor:

"Una enorme confusión se ha creado entre una falsa izquierda nacida chavez-kichneriana (da lo mismo que mussoliniana o etarra). Ya no leen, ya no piensan, ya no luchan, se miran el sucio ombligo. A muchos, nacidos en los años 30 nos pasó lo mismo con Fidel. Y muchos aún tienen los ojos tapados con su propia zulla".

21-02-14: Sin parque, pero con Seferis, esperando el sol. Y el cielo ahí, fiel, inacabable.

Antes había puesto un tuiter con estas líneas: “Aunque es difícil hacerla ahora mismo, la reflexión serena sobre lo que ocurre debe empezar con un autoexamen, no con una acusación”
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En la ventana, el silencio que deja ver la luz. En la mesa, Seferis:


Era mío este sol y era tuyo: lo compartíamos.

¿Quién sufre tras la seda de oro? ¿Quién está muriendo allí?

Una mujer golpeándose el pecho seco, gritaba:

“Cobardes,

se llevaron a mis hijos, los han masacrado

(…)



Llegaron los mensajeros, sucios, extenuados.

Balbucearon sílabas incomprensibles.

Veinte días y veinte noches sobre la tierra estéril y con espinos

(…)



Expiraron diciendo: “No tenemos tiempo”.

(…)



Este sol era nuestro. Lo ocultaste sólo para ti

y no quisiste seguirme.

Yo supe esto después, detrás del bordado de seda y oro.

No tenemos tiempo. Tenían razón los mensajeros.

(G. Seferis, Nuestro sol)

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El cielo ahí. También los árboles, los pájaros.

Suena Theodorakis. Ayer me lo trajo la inolvidable película de Cacoyannis, mientras hacía una pausa en esta vertiginosa hora que vivimos.
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(...)

Sin muchas ganas de hacer estas anotaciones. Siento que este país es otro. Uno va pasando de la indignación a la tristeza.