Roger Fry. Autorretrato
Después
de leer las páginas que Gerald Brenan dedica a Roger Fry en sus memorias, el
Enfermero entendió mejor la admiración que por él sintieron dos mujeres muy
distintas: Virginia Woolf y Nelly Boxall. La primera, poco dada a la escritura de
biografías, hizo la de su amigo Roger, con la sobriedad que le era propia,
ceñida a los aspectos más resaltantes de la actividad artística e intelectual
del biografiado. Nelly, quien fue cocinera de Fry desde 1912 hasta 1916, anotó
en “su” diario algunos detalles que permiten confirmar los rasgos más
resaltantes que tanto Brenan como Virginia destacan en el gran artista y
crítico de arte de Bloomsbury: su enorme cultura, su inteligencia, su buena fe
y su afectuoso trato. A propósito de esto último, Brenan refiere algo que al
Enfermero le recuerda lo que Borges dijo de Macedonio Fernández, cuando comentó
sus dotes de amable y cortés conversador. De Fry dijo Brenan esta maravilla:
“Su don especial era conseguir que la gente
hablara mejor que de ordinario. Toda idea nueva le interesaba, trataba a todo
el mundo como si tuvieran su misma inteligencia y podía tomar una observación
casual hecha en el curso de la conversación y desarrollarla de manera que
pareciese más interesante de lo que realmente era”.
Además
de devoto del arte, ese estupendo señor fue amante de la cocina francesa y
procuró que Nelly compartiera con él sus gustos
culinarios. Bien sabemos que los Woolf, años más tarde, inscribirían a
Nelly en un curso con el chef francés Marcel Boulestin, pero lo cierto es que
fue Roger Fry el primero en mostrarle las excelencias de esa ilustre
gastronomía. De allí, esta nota que el Enfermero “encontró” en el diario de
Nelly:
“Durbins, hoy. Estoy feliz. La comida para
Duncan Grant y los marchantes amigos del señor Fry fue todo un éxito. Desde
hace varios días venía haciendo unas pruebas. La de hoy fue la definitiva y la
pasé. Sé que no es exactamente la receta del “boeuf en daube” que me pasó el
señor Roger, pero es que siempre se me ocurre alguna cosa distinta. Así, mariné
la carne con una mezcla de especias que no estaban en la receta. Le puse
jengibre y cardamomo y todo salió bien. Y el postre, no se diga. Era la segunda
vez que lo hacía: “tarte tatin”. Oí que el señor les contó a sus invitados el
origen de ese postre que a todos les gustó mucho. “Esta comida francesa es en
homenaje a Cézanne”, dijo el señor Fry, quien parece que venera a ese pintor.
Mañana le pediré que me hable más de los platos franceses. Voy descubriendo que
cocinar también es una escuela, no sólo un trabajo. ¿Llegará a ser para mí como
una religión?”
El
Enfermero, por datos que obtuvo de otras lecturas, infiere que esa comida fue
muy importante, pues determinó la decisión de Roger Fry de fundar los talleres
de diseño Omega, con Duncan Grant y Vanessa Bell, la hermana de Virginia. La
comida se dio en 1912. A los meses siguientes ya Omega estaba por abrirse.
Nelly,
en su diario, muchos años después, anotó que, al estudiar cocina francesa en el
restaurante de Marcel Bouletin, se encontró de nuevo con Roger Fry, no sólo por
la gastronomía, sino también por la
decoración. En las paredes, en los manteles y en los platos estaba la huella
del diseño. Todo era Omega. Es decir, todo era Fry. Y Durbins, desde
luego.