Un plato de Quentin Bell, sobrino de Virginia Woolf
“y la
vajilla heredada de mi pasado matrimonio”
Yolanda Pantin
El poeta no recordó el menú de esa ocasión, ni
el color del mantel. Aparte del vestido almidonado y de luto de la tía, recordó,
nítido, un sonido: el de la vajilla sobre la mesa espléndida. Su tintineo.
Era la hora de comer y la penumbra quieta del
refectorio ayudaba al entresueño.
Ella le escribe al sabio Alvarado y le dice que,
recién llegada de la hacienda, donde pasó una temporada larga, está ahora, “de
rodillas ante una gran caja de madera”, ocupada en “desenterrar de la paja y
los papeles viejos mi vajilla de loza blanca cifrada en azul”. Al terminar la
extensa carta, le dice a don Lisandro:
“…vuelvo a mi vajilla… Voy a revisar una tras
otra en el armario de la loza las largas hileras de platos, a fin de comprobar
si alguno ha sido roto por los vaivenes del viaje y apresurarme así a
reemplazarlo cuanto antes”
(El poeta es López Velarde, en homenaje a su prima
Águeda. Y ella es Teresa de la Parra. No. Corrijo. Ella es María Eugenia Alonso,
la de “Ifigenia”).
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