Cuatro de la mañana. Toto de Lima bebe café y
añora en voz alta el olor del mastranto. En rigor, recuerda el comienzo de un
poema suyo en homenaje al llano. Se levanta, abre la ventana y viaja. Cuando
dirige la mirada a la taza es porque ha vuelto. “Y ahora, sigamos leyendo a
Cunqueiro”, dice.
A Cunqueiro lo descubrió por Luis Beltrán
Guerrero, en 1969, en uno de sus artículos de El Universal. Desde entonces lo
tiene por su mago literario predilecto.
Antes de retomar la lectura, Toto cuenta de
nuevo un episodio de la visita de Cunqueiro a Caracas, ese mismo año 69: tras
la presentación de su libro sobre Orestes (Premio Nadal), Cunqueiro hablaba con
Guerrero sobre diablos. El primero sabía mucho de brujos y demonios, y el otro,
de uno en especial: el Diablo de Carora.
Cuando don Álvaro –gastrónomo al fin- inquiría a
Luis Beltrán acerca de la ingesta cotidiana del demonio caroreño, un joven de
unos diecisiete años, con un libro en la mano, pidió permiso y le preguntó a
Cunqueiro si podía firmarle una página de ese ejemplar. Lo abrió y se lo pasó
al mago. Éste leyó en voz alta lo que estaba escrito en la página marcada por
el joven:
“Ismael
Florito. Demonio que vino de sastre a Cambray, y para quitarse unas molestias
de espinazo que se le habían puesto en las alamedas de bajo tierra. Pasó en
Polonia por portador de la peste bubónica. Compró el alma del coronel
Coulaincourt de Bayeux en el patio de armas de Sedán, y cumplió siete años y un
día de cárcel en Liverpool, por monedero falso. Quiere pasar de modisto a
París, pues siempre fue muy aficionado a conversar con el mujerío”.
Rieron los tres y los escritores miraron con
asombro al muchacho, a quien Cunqueiro -para estampar la dedicatoria- preguntó
el nombre: “Salvador Tenreiro”, respondió el mozo. Así, en un ejemplar de la
primera edición de Las crónicas del Sochantre, el autor escribió:
“Para el
más joven de la cofradía, este recuerdo de Merlín Cunqueiro”.
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Ahora Toto le pide al Turco Najul que le lea la
brevísima semblanza del Colegial Mayor, para disfrutar una vez más el detalle
del Prior de la Capilla de Pontivy que había preparado el primer capón de
perdiz de que haya noticia, y que ordenó poner en latín ese triunfo en su
sepultura.
Leído como ha sido el espléndido párrafo, Toto
vuelve al café y moja en la taza un pedazo de acemita, mientras recuerda, con
Luis Beltrán Guerrero, que los diablos no podrán nunca con los caballeros de la
gula.
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