jueves, septiembre 21, 2017

Los caballeros de la gula






Cuatro de la mañana. Toto de Lima bebe café y añora en voz alta el olor del mastranto. En rigor, recuerda el comienzo de un poema suyo en homenaje al llano. Se levanta, abre la ventana y viaja. Cuando dirige la mirada a la taza es porque ha vuelto. “Y ahora, sigamos leyendo a Cunqueiro”, dice.

A Cunqueiro lo descubrió por Luis Beltrán Guerrero, en 1969, en uno de sus artículos de El Universal. Desde entonces lo tiene por su mago literario predilecto.

Antes de retomar la lectura, Toto cuenta de nuevo un episodio de la visita de Cunqueiro a Caracas, ese mismo año 69: tras la presentación de su libro sobre Orestes (Premio Nadal), Cunqueiro hablaba con Guerrero sobre diablos. El primero sabía mucho de brujos y demonios, y el otro, de uno en especial: el Diablo de Carora.

Cuando don Álvaro –gastrónomo al fin- inquiría a Luis Beltrán acerca de la ingesta cotidiana del demonio caroreño, un joven de unos diecisiete años, con un libro en la mano, pidió permiso y le preguntó a Cunqueiro si podía firmarle una página de ese ejemplar. Lo abrió y se lo pasó al mago. Éste leyó en voz alta lo que estaba escrito en la página marcada por el joven:

Ismael Florito. Demonio que vino de sastre a Cambray, y para quitarse unas molestias de espinazo que se le habían puesto en las alamedas de bajo tierra. Pasó en Polonia por portador de la peste bubónica. Compró el alma del coronel Coulaincourt de Bayeux en el patio de armas de Sedán, y cumplió siete años y un día de cárcel en Liverpool, por monedero falso. Quiere pasar de modisto a París, pues siempre fue muy aficionado a conversar con el mujerío”.

Rieron los tres y los escritores miraron con asombro al muchacho, a quien Cunqueiro -para estampar la dedicatoria- preguntó el nombre: “Salvador Tenreiro”, respondió el mozo. Así, en un ejemplar de la primera edición de Las crónicas del Sochantre, el autor escribió:

Para el más joven de la cofradía, este recuerdo de Merlín Cunqueiro”.
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Ahora Toto le pide al Turco Najul que le lea la brevísima semblanza del Colegial Mayor, para disfrutar una vez más el detalle del Prior de la Capilla de Pontivy que había preparado el primer capón de perdiz de que haya noticia, y que ordenó poner en latín ese triunfo en su sepultura.

Leído como ha sido el espléndido párrafo, Toto vuelve al café y moja en la taza un pedazo de acemita, mientras recuerda, con Luis Beltrán Guerrero, que los diablos no podrán nunca con los caballeros de la gula.

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