martes, mayo 14, 2019

Un banquete para el Señor (con pastel de alondra y de membrillo)




Gustavo Doré. Ilustración de Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais

Ante los preparativos de un banquete, a Giovanni de Médicis,  convertido ya en el papa León X, lo invade el recuerdo de un viejo condiscípulo de la Universidad de Pisa, que fue su compañero y confidente:

“Competí con él por ser primero en todo, pero no hubo terreno donde mi amigo no me aventajara, salvo en el purpurado, pues mi designación como cardenal ocurrió un poco antes. De todos modos, esto fue menos un triunfo mío que de mi padre Lorenzo, el Magnífico. Mi amigo, muy inteligente y estudioso, se me adelantó en la obtención del grado académico, cosa que sí dependía más de nosotros que de nuestros progenitores, y llegó a ser examinador en mis pruebas finales. A él –como a mí- lo acompañaba una Corte. También en esto me superaba fácilmente. Poseía una escolta de maestros, asistentes y palafreneros, cuyo número excedía lo aparentemente necesario para su condición de príncipe eclesiástico. Esa Corte la tuvo también en Perugia, pero en Pisa su crecimiento fue ostensible. Habrían sostenido solos la “torre pendente” de la ciudad, si ésta hubiese decidido precipitarse de una vez. Mi amigo era tan apuesto y gentilhombre que bien pudo haber sido el modelo para que Baltasar Castiglione trazara los rasgos de su Cortesano. Por las cartas que yo enviaba a Florencia, hablando, por ejemplo, de las finas tapicerías que había visto en la residencia de mi compañero, la imagen de éste comenzó a hacérseles familiar a Piero, mi hermano, y a Esteban de Castrocaro, nuestro canciller, quien sí notó algo raro en mi amigo: algunos miembros de su séquito eran siniestros, como venidos de otro mundo. Por cierto, hablando de cartas, ¡qué bellas eran las que escribía mi amigo!”.    

Pero más que esas imágenes, hay otra que le interesa ahora al papa Médicis. No le viene por un recuerdo suyo, sino por una referencia legendaria. Años después, cuando yo no se veían y cada uno había tomado su rumbo (el amigo fuera de la iglesia y él dentro de ella para siempre), Giovanni supo de un banquete que en Valencia de Francia le ofrecieron a su viejo compañero de la Universidad de Pisa. Dicen que su amigo, ya Duque,  vio llegar a la mesa “veintiocho capones, veinticuatro conejos, catorce docenas de perdices blancas y dos de rojas, dieciséis patos, veintiocho tórtolas, treinta y seis becadas, media docena de lebratos, tordos y alondras, una docena de pavos reales, diez faisanes, un muslo de ternero y otro de buey, un quintal y medio de tocino, dieciocho platos de gelatina con lengua de carnero, otros tantos de pastel de capón, e igual cantidad de pastel de alondra y de membrillo, tortas y cremas a la inglesa, platos de tortitas, y luego almendras, naranjas, dulces, uvas, ciruelas, dátiles, granadas y muchos otros frutos…”

El papa sonríe al imaginar el goce de su amigo ante la exuberancia y se resigna a la sobriedad del banquete que dará dentro de pocos días. Sabe que lo de “sobriedad” es sólo un decir comparativo, pues también él es dado a los yantares epicúreos, como corresponde a su familia, cuyo nombre es ya obligada referencia en la gastronomía renacentista.

Su amigo murió hará unos siete años. “De haber permanecido como cardenal, habría llegado a Papa antes que yo”, piensa ahora León X, al cerrar el recuerdo de su brillante condiscípulo, quien fue Duque de Valentinois, Duque de Romaña,  Señor de Urbino y “Príncipe” de Maquiavelo. Se llamaba César Borgia.
--

(Fuente de algunos datos: Biografía de César Borgia, de Clemente Fusero)
 

No hay comentarios.: