Natalia Ginzburg
Lo
encuentro en una página de Léxico familiar, un bellísimo libro de Natalia
Ginzburg. Dice Natalia que lo detestaba de niña, como detestaba la leche. Por
eso, no le gustaba desayunar. En las manañas siempre había mezzorado en su
casa.
Su
padre, que lo había aprendido a hacer en Cerdeña con unos pastores, se
levantaba todos los días a las cuatro de la madrugada y lo primero que hacía
era ir a ver si el mezzorado había “salido”. Hecha la inspección, se daba una
ducha y pegaba un grito ante el primer latigazo del agua. Ese grito era una
señal cotidiana de frío, y de vida.
Después
del baño, ya vestido para ir a su laboratorio, Giuseppe Levi pasaba de nuevo a
la cocina y engullía grandes tazas de mezzorado gélido, al que añadía muchas
cucharadas de azúcar.
Por
su delicadísima elaboración, el mezzorado también se convirtió en casa de la
escritora en una tortura cotidiana. Cualquier nimiedad impedía que ‘saliera’. Y
el padre de Natalia tronaba: “¡Lidia! ¡El mezzorado no ha salido!”.
Cuando
viajaban, llevar consigo “la madre del mezzorado” era una obligación. Giuseppe
no podía iniciar el día sin mezzorado. Y si por alguna negligencia “la madre”
no aparecía en la mochila de viaje, tenían que hacerla surgir de la nada, con
levadura de cerveza.
Mezzoràdo.
Me gusta la palabra. Veo en la red que alguien lo llama ahora "yogurt a la
Natalia", en homenaje a la escritora y a su maravilloso Léxico familiar,
que es como decir su memoria.