lunes, marzo 31, 2014

¿A qué sabe la chía?

Octavio Paz y Jorge Luis Borges. Foto de Paulina Lavista


Borges se encuentra un día con Octavio Paz. Cortés, como siempre, le habla de sus poetas mexicanos predilectos, en especial de Ramón López Velarde y comienza a recitar estrofas de “Suave Patria”. De pronto se detiene porque quiere satisfacer una vieja curiosidad y le pregunta a Paz: ¿a qué sabe la chía? Octavio Paz, nuestro maestro, se encontró en un difícil trance. No conseguía palabras. No encontró la palabra certera y tuvo que responder con una metáfora:

“Es un sabor terrestre”.

Borges movió la cabeza, insatisfecho.
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¿Constatamos en esa anécdota una limitación de la palabra? Tal vez no. Elaborar con palabras otra realidad, otro mundo, es una de las riquezas más deslumbrantes del universo. ¿La limitación no será dejar de buscar cuando se cree encontrada la palabra justa? Que Hans Georg Gadamer conteste por nosotros:

Hablar es buscar la palabra. Encontrarla es siempre una limitación. El que de verdad quiere hablar a alguien lo hace buscando la palabra, porque cree en la infinitud de aquello que no consigue decir y que, precisamente porque  no se consigue, empieza a resonar en el otro”. 

miércoles, marzo 19, 2014

Una receta entre libros



Yorkshire Pudding

Ayer, en un amable comentario al post de las Noticias, mi querido amigo Isaac López refirió que recientemente vio dos películas que lo hicieron recordarme. Dio el nombre de una de ellas: “84 Charing Cross Road”.

No sabe Isaac cuánto me complace esa asociación. La película, y la obra en la que está basada, constituyen, para quienes amamos el mundo de los libros, dos hermosas piezas de entrañable culto.

Leer el epistolario de Helen Hanff con el librero Fran Doel, de Mark & Co., así como con otras personas de esa histórica librería londinense, es entrar de una vez en la amorosa fraternidad de unos seres apasionados por los libros. Una íntima fraternidad de solitarios.

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Ver la película, no es verla. Es conmoverse. Recuerdo las lágrimas de una compañera de trabajo, encargada de la biblioteca, cuando terminó la proyección del film en el cine club “En construcción”, de San Felipe. Algún momento de su historia personal acababa de ver en la pantalla. Claro. Para quienes trajinamos a diario con los libros, en su viejo, adorable y persistente formato, “84, Charing Cross Road” es un enorme campo minado de emociones, que Anne Bancroft, Anthony Hopkins y Judy Dench,  nos ayudan a activar.  

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Esta mañana, animado por la referencia de Isaac, busqué el libro y le comenté a Cuchi, interesadamente (todo hay que decirlo), una carta, no de Frank, sino de Cecily, quien también trabajaba en la librería. Cecily inició con Helen un vínculo epistolar aparte, imprimiéndole al conjunto uno de sus mejores rasgos novelescos. Comparto un párrafo de esa carta y arrimo así la brasa para mi sardina gastronómica:

Mi querida Helene:

Hay muchas maneras de hacerlo, pero mamá y yo pensamos que ésta es la más sencilla para que pruebes a prepararlo. Pon en un cuenco grande una taza de harina, un huevo, media taza de leche y una buena pizca de sal, y mézclalo todo bien hasta que adquiera la consistencia de una crema espesa. Mételo en el frigorífico durante varias horas. (Lo mejor es que lo hagas por la mañana, si vas a prepararlo para la noche). Cuando pongas la carne en el horno, mete también otra fuente más de hornear, para que se caliente. Media hora antes de que el asado esté a punto, vierte en esta segunda fuente parte de la grasa del asado: nada más que lo suficiente para cubrir el fondo. Recuerda que esa fuente tiene que estar muy caliente. Vierte enseguida la masa, y el asado y el budín estarán listos a la vez.

Yo no sabría cómo describírselo a alguien que no lo hubiera visto nunca, pero un buen budín de Yorkshire debe subir mucho, ha de quedar tostado y crujiente y, cuando lo cortes, tienes que encontrarlo hueco por dentro”.

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Cuchi me dice que cuando Mrs. Dyer hacía el Yorkshire Pudding, lo comenzaba la noche anterior.