Pasta al pomodoro. Foto tomada del blog de la Juani de Ana Sevilla
En la cronología que Ana María Del Re preparó para su magnífica
traducción de El Cancionero (Monte Ávila, Caracas, 1990), leo que Umberto
Saba conoció a Gabriele d' Annunzio en los primeros años del siglo XX, cuando
el joven poeta de Trieste tenía unos 22 años y el de Pescara, 42. La mención me
recordó el hermoso texto que Saba dedicó a ese encuentro inolvidable. Lo busco
y leo de nuevo el momento en que Saba entra a la villa de D'Annunzio en la
Versilia y ve que lo recibe un blanco e inmaculado señor. Quiso decir, por
supuesto, que lo recibió un señor impecablemente vestido de blanco, joven aún,
que tenía, “y sabía que tenía”, una sonrisa fascinante.
La visita la había preparado Gabriellino, a quien Saba conoció en
Florencia, donde ambos vivían por esa época. Pedirle al hijo que lo llevara a
conocer a su padre, que no estaba muy lejos de allí, fue inevitable para Saba.
La tentación de ver y estrechar la mano de D'Annunzio, una especie de
“rock-star” literario, debió serle irresistible. Así, por vía telegráfica se
concertó el encuentro con “il poeta-divo”.
Una semana pasó Saba en la Versilia, en una villa que había alojado
muchas veces a Eleonora Duse y que estaba llena de imágenes radiantes, pero de
esos días dannunzianos, dice el poeta en su crónica, lo que más recuerda es un
“piatto di pasta al pomodoro”. Su descripción del momento en que el camarero
Rocco Pesce aparece en el comedor con el “tagliatelle” o los “spaghetti”,
cubiertos de abundante salsa, es sublime, para exagerar un poco, a lo
D'Annunzio. A Saba le pareció que “il piatto sembrava una rossa bandiera
trionfale”. Ese estandarte rojo (pasta al pomodoro) quedó para siempre en su
memoria. Tanto, que llegó a decir que sólo tres versos (“no entre los más
brillantes de la Autobiografía”) y el modo de preparar la pasta con tomate,
fueron los únicos bienes reales que logró sacar de su visita a la Capponcina.
Para un triestino que en verano comía una salsa de tomate que apenas
teñia la pasta “del suo bel colore”, fue un acontecimiento toparse con esa
generosa maravilla de la cocina meridional que encantaba a D'Annunzio. Por un
momento el joven Saba pensó que “la pasta al pomodoro” era una invención
“dell'Immaginifico”. Poco después supo que el cocinero del poeta era un hombre
del sur.
Dejo la lectura, pues debo ir a votar por Macario, mi candidato a Alcalde
de Barquisimeto y sus alrededores. Al retornar, la otra elección, la del
almuerzo, ya ha sido tomada. De más está decir que hoy habrá pasta al pomodoro.
Al pomodoro dannunziano.