martes, julio 28, 2015

Postdatas para un MacGuffin gastronómico



Mrs. y Mr. Oxford en Frenesí (Vivien Merchant y Alec McCowen)
1. Además de la frugalidad involuntaria del detective Oxford, en las comidas de Frenesí encontramos otro “régimen”: el de Mrs. Blaney, que come sólo frutas porque está a dieta. El asesino llega justo a la hora del almuerzo y toma la manzana que ella tiene sobre la mesa y le dice: “Una comida muy frugal para una mujer muy opulenta”. “Por eso mismo”, le responde ella. Y agrega: “Para bajar la opulencia”.  

Le quedaban media manzana y tres minutos de vida.
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2. Una intuición femenina vale más que todos esos laboratorios
(Mrs. Oxford).

Almuerzo en casa de Oxford. Aparte de la comida (una sopa de pescados de entrada y codornices), hay otro detalle que solemos no advertir, concentrados como estamos en el MacGuffin gastronómico de Hitchcock: a la esposa de Oxford no la convencen los argumentos de su marido para culpar a Blaney, único sospechoso de los crímenes. A ella le parece que éste no es el asesino.  

Mucho se ha comentado del respeto que Hitchcock le tenía a las opiniones de su esposa Alma (excelente cocinera, según dicen), quien lo acompañó en numerosas rodajes de películas, ocupándose de decorados, guiones y diálogos. ¿No será Oxford un avatar autobiográfico de Hitchcock? Como se sabe, Mrs. Oxford termina teniendo la razón, una razón que poco a poco surge también en el inspector. Por otra parte, aunque Oxford está muy lejos de poseer la contextura física de Hitchcock, parece coincidir con él en el gusto por los desayunos ingleses y en las cenas de solomos con papas. Agréguese el chiste final de Oxford (“Mr. Rusk, no lleva usted corbata”) para completar el juego de esta hipótesis con el hilo común del humor británico que armoniosamente los enlaza.

“Creo que hemos encerrado al hombre equivocado”, dice el Comisario cuando su ayudante le lleva las pruebas de que el asesino es Rusk. Mrs Oxford, al oírlo, responde, acérrima: “¿Cómo que ´hemos encerrado´? Tú lo encerraste”. La reacción de su marido vendrá unos minutos después y tendrá que ver con la comida. Condolida por la injusticia cometida con Blaney, la señora Oxford dirá: “Lo menos que podemos hacer por ese pobre hombre es invitarlo a una buena cena, por ejemplo, a un ‘caneton aux cerises”. La demoledora respuesta del inspector fue como un desahogo: “Después de la comida de la cárcel, él estará preparado para cualquier cosa”.  

Dan ganas de ir con Mrs. Oxford a la cocina, para beberse con ella el “margarita” que el ayudante del Comisario dejó casi entero en la copa, por el apuro o por el "regaño” de su primer y único sorbo. Lo cierto es que la señora también aprendió coctelería.
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(Hoy, seleccionando algunos textos sobre cocina y cine, di nuevamente con uno acerca de Frenesí de Hitchcock, al que le corresponden las postdatas anteriores, que, creo, no estaban en este blog)

http://wwwconuqueando.blogspot.com/2013/09/digresiones-sobre-un-mac-guffin.html

viernes, julio 17, 2015

Mesas literarias



Un recuerdo de La educación sentimental: 

Viajó. Conoció la melancolía de los barcos y los fríos amaneceres bajo las carpas. Se aturdió con múltiples paisajes visibles e invisibles. Conoció la inconveniencia de las amistades interrumpidas, pero no perdió la fe. Siguió aventurando, hasta que un día retornó. Frecuentó la sociedad y tuvo amores nuevos. Se sumó en molicies cotidianas, pero la vio a ella un anochecer, a finales de marzo de 1867 y recordaron. Recordaron, entre otras cosas gratas, las comidas de sus viejos tiempos, la buena compañía, los platos, el ambiente, la mesa llena de cristales de Bohemia, las diez clases diferentes de mostaza, así como los meros de Córcega y los vinos blancos más extraordinarios del imperio. Fueron felices reviviendo mesas. El se llamaba Fréderic Moreau y ella era la señora Arnoux.

jueves, julio 16, 2015

Lorena gastronómica


En una grata novela de Jünger (Juegos africanos) encuentro este magnífico párrafo sobre los benéficos efectos de un yantar. Quien habla es un adolescente alemán que se ha fugado de la casa. Comienza la segunda década del siglo veinte. Va rumbo a Verdún con el propósito de alistarse en la Legión Extranjera. Ahora está en Metz y cree que para darse ánimo (debe mentir varias veces), lo mejor será comer sabroso y completo: 

“…pensé que una buena comida contribuiría a darme la necesaria seguridad.// Conseguirlo era tanto más fácil cuanto que en Metz tiene la cocina francesa una de sus avanzadas. Así que poco después me hallaba sentado en una terraza de cristales cerca de la estación donde daba aún el sol otoñal. Delante de mí, una botella de Haut-Sauternes, cuyas gotas se adherían al cristal como si fuera aceite, y un plato de caracoles, de los que abundan en los viñedos alrededor de la ciudad. // El servicio fue excelente. Después de semejantes preparaciones gastronómicas me sentí dueño de la suficiente sangre fría como para disponerme a cruzar la frontera sin pasaporte. No sólo un buen traje, también una opípara comida aumenta la confianza en nosotros mismos y hace que pisemos la calle con una notable sensación de seguridad”. 

El adolescente -sin duda, un alter ego de Jünger-, al volver a su compartimento exageró la nota de aplomo: encendió una pipa y se puso a fumar a grandes bocanadas. A un oficial pareció agradarle la escena, pero una mujer le lanzó una mirada de rechazo y se levantó a abrir la ventana. Por fortuna, no pasó de allí (è pericoloso sporgersi), y el joven, que había disfrutado al máximo los caracoles en caldereta, siguió mejorando sus ejercicios de humo.
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Sin estrellas Michelin todavía (por obvias razones cronológicas), los restaurantes de Metz, incluidos los que servían a los viajeros durante las paradas del tren -como éste del joven jüngeriano-, gozaban de buena fama. También los comensales. Álvaro Cunqueiro evocó a los obispos de Metz comiendo alondras asadas con nabos tiernos y destacó su propensión a abusar de la mostaza. No olvidemos tampoco que fue allí, en Metz, donde nació la deliciosa “quiche lorraine”, paisana de aquel poeta que Rubén llamó “padre y maestro mágico” en un célebre responso. Pero esa es otra historia, como es otro el motivo que hoy me llevó a buscar algunos libros de Jünger, llenos de enseñanzas para nuestra época de oprobios. Como la gastronomía literaria también es un vicio, me entretuve en ella y por eso esta pequeña nota.

martes, julio 14, 2015

Pedro Cunill y la alegría de la guanábana




Hablar de Pedro Cunill Grau es hablar de una vida consagrada al amor por nuestras tierras y a su conocimiento pleno. Su luminosa trayectoria traza una línea ascendente en los estudios geográficos de América. Desde los primeros trabajos realizados en Chile, su país de origen, hasta los más recientes aportes sobre su patria venezolana, Pedro Cunill Grau no ha dejado de ofrecer profundas y lúcidas visiones de historias y lugares, que, sin su mirada sabia, quizá no habríamos advertido en su justa dimensión. Formado en un ámbito educativo en el que, gracias a la impronta de Andrés Bello, todavía las humanidades y las ciencias no estaban divorciadas, Cunill Grau supo darle continuidad y enriquecer ese enorme legado intelectual. Su amplia, densa, amable, visionaria y certera obra académica lo confirma con creces.   
 

Al mencionar sus dos patrias, la memoria me lleva a una breve conversación con él, que, como anécdota, redunda en su indiscutible amor por Venezuela, demostrado suficientemente en sus libros y en el aula. Sin embargo, creo que la misma me permite ilustrar otra arista importante de sus devociones. Había ido yo unos días a Santiago y a mi retorno, tuve la suerte de conversar con el profesor Cunill y de referirle mi feliz experiencia chilena, sin omitirle algunos momentos gastronómicos. Así, le expresé mi gusto por esa maravilla que es la “chirimoya alegre”, en una versión que me había encantado: la pulpa fresca de la sabrosa fruta, extraída por completo de su cubierta y puesta en un plato sobre jugo de naranja. El profesor Cunill se sonrió y me dijo: “A los venezolanos nos queda más rica y la hacemos con guanábana. Es la que a mí me gusta”.  

Su respuesta no solo era la de un compatriota mío, sino también la de un maestro en el tema de las sensibilidades. Esa capacidad suya de ver en nuestros frutos y, en general, de apreciar en nuestra naturaleza señas de memoria y de cultura, lo condujo a explorar nuevos caminos para la geografía y la historia. Ahí está ese monumento que integran los dos tomos de Geohistoria de la sensibilidad venezolana, publicado por la Fundación Polar, con admirable diseño de Álvaro Sotillo y que constituye un mapa vivo de los afectos cotidianos. En su prólogo, dijo José Balza: “…sé que este libro poseerá una singular resonancia: la de convertir lo geográfico es un atributo de todos; la de inquietar a científicos y poetas. Porque creo que nunca antes los vínculos domésticos o intelectivos de nuestra población con su paisaje habían sido recorridos con tanta precisión y pasión”.
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De más está decir que desde el comentario del profesor Cunill acerca del célebre manjar chileno, cuando añoro la chirimoya (cada vez más ausente en nuestros mercados) es la guanábana la que alegra mi mesa.