viernes, agosto 14, 2020

La importancia de llamarse Nelly

 

De nuevo, la mañana. Una mañana de los últimos días de invierno. Creo que no hay manera de que no lo sea. Siempre lo mismo. Hoy, lo único distinto es que ya no tengo gripe.  Sentí ganas de quedarme un rato más en la cama, reviviendo el grato sueño que tuve. Soñaba que estaba en mi casa de Farncombe y que la señora Vanessa me visitaba sin los niños y me llevaba flores. Después llegó Jack, diciendo que ya no estaría más en Irlanda. Me desperté justo en el momento en que los invitaba a tomar el té.

Tal vez me desperté porque hoy debo prepararme temprano para las visitas que tiene esta tarde la señora. Vendrán su amiga Vita y el señor Forster y para el té debo hacer, además de los scones, suficientes sánduches de pepino. Por cierto, con picardía, la señora prometió ayer no comérselos todos antes de que lleguen los invitados. Una vez le pasó y se reía, recordando una obra de Oscar Wilde: La importancia de llamarse Ernesto.

Me contó la escena en la que el señor de la casa, cuando su elegante tía le preguntó por los famosos bocadillos de pepino, simuló sorprenderse frente a una bandeja vacía y le reclamó a su criado Lane por la ausencia del prometido manjar. El criado le respondió, imperturbable, que en el mercado no había pepinos ni para remedio. La elegante invitada se conformó entonces con comer pan con mantequilla. Para mi gusto, otra delicia, sin duda.

La señora, al contarlo, seguía riéndose. Al concluir el relato me dijo: “Ya sabes, Nelly, si me vuelve a pasar debes decir lo mismo que el criado de Oscar Wilde”.

Acá termina la risa de Mrs. Woolf. Sabe que mi respuesta sería otra.

(Del diario de Nelly Boxall)

Fool de ruibarbo en su memoria

 

 Jack George Philipps, telegrafista del Titanic

 

El Enfermero se acaba de topar en uno de los cuadernos de Nelly con una mención que lo asombra. Nelly se refiere en ella a un joven de su pueblo. Al parecer, había pegado una foto suya en la página. No está la foto en el cuaderno, pero sí lo que escribió debajo. El Enfermero lo lee con avidez:

Este es mi amigo Jack. Prometió que me iba a escribir cartas, desde los puertos a los que llegase, porque nunca se olvidaría de mí. Me acabo de enterar -y estoy muy triste por eso- que Jack murió en el hundimiento de ese enorme trasatlántico del que tanto hablan estos días. Llorando, recorté la foto de uno de los periódicos que lee el señor Fry. Dicen en la noticia que Jack cumplió con su trabajo hasta el último momento. No dejó su puesto de trabajo y siguió enviando mensajes pidiendo auxilio a otros barcos. Era uno de los telegrafistas del Titanic. He rogado a Dios por su alma y me siento desolada. Jack me llevaba tres años. Un día me escribió desde Irlanda. Estoy seguro de que me habría escrito desde New York”.

Más adelante, Nelly anota en su diario que ella admiraba a Jack y que los mejores recuerdos de su pueblo están relacionados con él. Habla de la enorme emoción que le produjo encontrar un día, en su casa de Farncombe, una carta en la que Jack le envió, con una bella dedicatoria, el menú de primera clase de un barco en el que trabajaba en esa época. Lo copia:

Pavo asado con salsa de arándanos y arroz hervido. Prime rib roast con papas al horno con crema y ensalada de berros. Postres: gelatina de champaña, pastel de helado vienés, nueces variadas, fruta fresca, queso y galletas. Café”.

Inglesa al fin, Nelly apunta que echa de menos el cordero a la menta y que le intriga eso de “Prime Rib Roast”. Anota debajo: “Debo preguntarle al señor Fry”.

Por momentos, la cocina le hace olvidar a Nelly la triste imagen de su amigo Jack, a quien un día, por su cumpleaños, le hizo un “fool de ruibarbo” que le encantó. Cierra la entrada de su diario así: “Hoy haré “fool de ruibarbo” en su memoria.

El Enfermero no sale todavía de su sorpresa y se queda pensando en la radio sin respuesta del Titanic, con la íngrima voz de Jack como grito final de la tragedia.

Nelly y un amante de la cocina francesa

Roger Fry. Autorretrato 

Después de leer las páginas que Gerald Brenan dedica a Roger Fry en sus memorias, el Enfermero entendió mejor la admiración que por él sintieron dos mujeres muy distintas: Virginia Woolf y Nelly Boxall. La primera, poco dada a la escritura de biografías, hizo la de su amigo Roger, con la sobriedad que le era propia, ceñida a los aspectos más resaltantes de la actividad artística e intelectual del biografiado. Nelly, quien fue cocinera de Fry desde 1912 hasta 1916, anotó en “su” diario algunos detalles que permiten confirmar los rasgos más resaltantes que tanto Brenan como Virginia destacan en el gran artista y crítico de arte de Bloomsbury: su enorme cultura, su inteligencia, su buena fe y su afectuoso trato. A propósito de esto último, Brenan refiere algo que al Enfermero le recuerda lo que Borges dijo de Macedonio Fernández, cuando comentó sus dotes de amable y cortés conversador. De Fry dijo Brenan esta maravilla:

Su don especial era conseguir que la gente hablara mejor que de ordinario. Toda idea nueva le interesaba, trataba a todo el mundo como si tuvieran su misma inteligencia y podía tomar una observación casual hecha en el curso de la conversación y desarrollarla de manera que pareciese más interesante de lo que realmente era”. 

Además de devoto del arte, ese estupendo señor fue amante de la cocina francesa y procuró que Nelly compartiera con él sus gustos  culinarios. Bien sabemos que los Woolf, años más tarde, inscribirían a Nelly en un curso con el chef francés Marcel Boulestin, pero lo cierto es que fue Roger Fry el primero en mostrarle las excelencias de esa ilustre gastronomía. De allí, esta nota que el Enfermero “encontró” en el diario de Nelly:

Durbins, hoy. Estoy feliz. La comida para Duncan Grant y los marchantes amigos del señor Fry fue todo un éxito. Desde hace varios días venía haciendo unas pruebas. La de hoy fue la definitiva y la pasé. Sé que no es exactamente la receta del “boeuf en daube” que me pasó el señor Roger, pero es que siempre se me ocurre alguna cosa distinta. Así, mariné la carne con una mezcla de especias que no estaban en la receta. Le puse jengibre y cardamomo y todo salió bien. Y el postre, no se diga. Era la segunda vez que lo hacía: “tarte tatin”. Oí que el señor les contó a sus invitados el origen de ese postre que a todos les gustó mucho. “Esta comida francesa es en homenaje a Cézanne”, dijo el señor Fry, quien parece que venera a ese pintor. Mañana le pediré que me hable más de los platos franceses. Voy descubriendo que cocinar también es una escuela, no sólo un trabajo. ¿Llegará a ser para mí como una religión?

El Enfermero, por datos que obtuvo de otras lecturas, infiere que esa comida fue muy importante, pues determinó la decisión de Roger Fry de fundar los talleres de diseño Omega, con Duncan Grant y Vanessa Bell, la hermana de Virginia. La comida se dio en 1912. A los meses siguientes ya Omega estaba por abrirse.

Nelly, en su diario, muchos años después, anotó que, al estudiar cocina francesa en el restaurante de Marcel Bouletin, se encontró de nuevo con Roger Fry, no sólo por la gastronomía, sino también por  la decoración. En las paredes, en los manteles y en los platos estaba la huella del diseño. Todo era Omega. Es decir, todo era Fry. Y Durbins, desde luego.