lunes, octubre 30, 2006

La poesia y la cocina saben a Gloria


Gloria y Marleny


"Para mí cocinar es hacer poesía". Esto respondió Gloria Hinostroza cuando le preguntaron hace poco en San Felipe por la naturaleza de su oficio.

Gloria -una de las más importantes cocineras peruanas y una sensible investigadora de la cocina precolombina de su patria- ha venido demostrando que la memoria y la invención poética en los fogones no están reñidas, y que es posible con técnicas de hoy mantener fidelidad a la digna tradición gastronómica de los incas.

La delicadeza y profundidad de las búsquedas culinarias de Gloria Hinostroza y de su asistente, la chef Marleny de Banda, son un ejemplo de devoción y gusto genuinos por la cocina.

Gloria lleva, de alguna manera, el sello de "los maravillosos frutos" a los que se refirió el gran poeta peruano Rodolfo Hinostroza, hermano de Gloria, en un memorable poema dedicado al padre.

La cocina peruana sabe a Gloria.

Los nombres de la yuca


Alfredo Armas Alfonzo


Cuando una sociedad se corrompe lo primero que se gangrena es el lenguaje, nos dijo Octavio Paz en la postdata de su inolvidable “Laberinto”. Un poeta venezolano, Rafael Cadenas, en sentido similar, nos habló de una quiebra. En verdad, perder palabras es arruinar el alma, quebrar la vida. Por eso qué bueno nos parece el hallazgo, probablemente involuntario -o por lo menos sin conciencia filológica que los animara de manera expresa- de unos ingenieros agrónomos que alguna vez recogieron los numerosos nombres venezolanos de las diversas variedades de la yuca. Puestos a nominar, nominaron indetenibles.

Alfredo Armas Alfonzo lo refirió asi:

“...En occidente, desde el Zulia al Yaracuy, Amarilla, Berrenda, Camagüera, Ceibita, Cordereña, Charaleña blanca, Lengua de culebra, Palo amarillo, Palo de paloma, Sabaquera, Sardina, Tempranita y Turupiala”.

Por todas las regiones fueron nombrando los agrónomos la yuca. Y la llamaron en la región llanera “Alazana, Algodona, Aparecida, Amarilla, Barina amarga, Biscochuela, Blanca, Blancona, Blancora, Bonifacia, Brasileña, Cachicoma, Cacho de toro, Cadena, Canilla de negro, Catira, Ceibita, Concha morada, Corcovada, Corcovadita, Cubana, Chapapotera negra, Dulce, Lanceta, Lancetilla blanca, Llanera, Maliciosa, Menudita, Morada, Morotuta, Negrona, Pata de negro, Pata de paloma, Pata de pipe, Panera llena canastos, Pebeta, Pierna negra, Piñona, Querepa, Querepa rosada, Rafaelita, San Caleña, Sanjuanera, Sardina, Sardina oscura, Siete brincos, Toponama, Taureña, Túatúa, Vara de arpón, Valencia, Velásquez, Verde dulce, Verdecilla, Yabitera y Yagusa”.

No conforme con el catálago agronómico, Armas Alfonzo buscó apellidos indígenas para el casabe, el pan secular que se hace con la yuca. Y añadió: “Guaica, Uracamau, Cabadia, Guararima, Panaguare, Guaramato, Arai, Chaurán, Macuare, Seique, Tupamo y Maremare”.

Y terminó recordando un canto de su infancia
:

“Maremare se murió/ camino de la Angostura/. Yo no lo vide morir/ mas vide la sepultura”.

lunes, octubre 23, 2006

Me he de comer esa tuna




Quiero compartir con ustedes una parte de la ponencia presentada por los cocineros mexicanos Yuri de Gortari y Edmundo Escamilla:

"En México desde los tiempos más antiguos, la gastronomía tiene raíces muy profundas. Retomando un concepto que ya mencionamos anteriormente, para los mayas a diferencia de otros pueblos de la antigüedad, el hombre perfecto, el hombre más parecido a sus deidades, es el hombre de maíz; con huesos y carne de ese alimento sagrado entregado por los dioses a nuestros antiguos padres. A partir de que posee este maravilloso tesoro, el hombre puede desarrollarse y crear grandes urbes, donde sobresalieron hermosos templos para mostrar el agradecimiento a sus dioses. Claro que al igual que los mayas en todas las culturas de Mesoamérica, el hombre siempre tuvo presente mostrar el agradecimiento a sus creadores.

Con la domesticación del maíz, aproximadamente hace ocho mil años, Mesoamérica aporta a la alimentación del mundo uno de los tres cereales que significan las culturas del orbe: como el trigo en Europa y el arroz en Asia. Y se inició el desarrollo de los pueblos mesoamericanos. Se dio la organización social, económica y política de los habitantes de estas tierras. A partir de la agricultura y de la domesticación de los animales, el hombre logró establecerse de manera sedentaria y únicamente de esta forma las civilizaciones lograron desarrollarse

Es para todos conocido que las culturas mesoamericanas alcanzaron un alto grado de refinamiento, más aún, de sofisticación, reflejo que se tiene en escultura, arquitectura, pintura mural, indumentaria y evidentemente de pensamiento y concepción del mundo y del universo. Una evidencia de este refinamiento es la sofisticada, compleja y elaborada gastronomía que desarrollaron con la extraordinaria riqueza que la naturaleza nos brindó en esta tierra. De aquí partieron productos maravillosos, y la forma de transformarlos en alimento, para todo el mundo. Nunca estará de más insistir en el importantísimo papel que juegan en la repostería más famosa del universal ámbito culinario la vainilla y el chocolate, sencillamente sin ellos casi no tendría razón de ser ¿Y qué decir del jitomate, la calabaza, el frijol...? Aun el chile, identificado, en momentos, estrechamente con lo mexicano, también él ha jugado ya un papel fundamental en muy diversas gastronomías del mundo entero.

Por lo que resulta innegable la importancia del aporte al paladar universal de los sabores emanados de la gastronomía mexicana, que como tal juega ya un papel como patrimonio intangible de la humanidad. Vale la pena insistir, no sólo se ha aportado el producto en sí, sino la manera de aprovecharlo e integrarlo a la cocina para transformarlo en alimento. A excepción del maíz del cual no se ha aceptado plenamente la nixtamalización universalmente, como nuestra técnica ancestral para obtener el máximo provecho del grano.

Si hablamos del maíz, el esencial cereal de América, de Mesoamérica, a partir de su salida de América al mundo todo, ha jugado un papel esencial en la alimentación, para rescate de muchísimos pueblos de las hambrunas que en diferentes momentos de la historia ha debido enfrentar la humanidad. Ha llegado a ser el ingrediente básico de platillos de identificación nacional como la “polenta” en Italia, o la “mamaliga” en Rumania, el “ugali” en Kenia."


Yuri de Gortari y Edmundo Escamilla
Representantes de México en el Taller de Gastronomía
del VII Encuentro de Patrimonio Inmaterial.

Cocina colombiana en el Encuentro


Ramiro Delgado, Rufa Herrera y Andrés Vera


Colombia representó La Fiesta de San Pacho en taller de cocina tradicional(Prensa UNEY – Anairene Asuaje).-

La delegación colombiana fue la encargada de abrir el último día de los Talleres de Cocina Tradicional del VII Encuentro para la Difusión y Promoción del Patrimonio Inmaterial de Países Iberoamericanos.
Los instructores fueron Ramiro Delgado, Rufa Herrera y Andrés Vera, y tuvieron la particularidad de representar mediante diversos platos típicos, la fiesta de San Pacho, una fiesta patronal muy importante en Colombia, en la que quisieron involucrar a los participantes para mostrarles cómo la comida es el alma de la celebración.

El menú estuvo compuesto, en primer lugar, por sancocho de carnes con res ahumada y cerdo ahumado. Ensalada con papa, yuca, plátano, cebolla, culantro, tomate, perejil y orégano. Además de “la picada” que se compone de patacones de plátano, longaniza, queso costeño y pescado ahumado.

Con su propuesta, no quisieron solamente traer una receta y unos ingredientes, sino envolver a la gente en ese hecho cultural tan importante. La señora Rufa, cocinera de gran experiencia en hoteles, restaurantes e instructora en el laboratorio gastronómico de la Universidad de Antioquia, señala al respecto: “Esa es una gran fiesta en la que todo el mundo está bailando, y disfrutando de un sabor con un pedacito de esto, y luego con un pedacito de lo otro, y come y toma miche, y aunque esté bailando, disfruta de la comida, simultáneamente. Después de un rato que todos estén prendidos, se hace el sancocho y para el amanecer se vuelve otra vez con la picada y fritangas que uno consiga por ahí”.

Por su parte, Delgado comenta que esta es la primera vez que presentan un taller de esta manera. La vez anterior que estuvieron en Venezuela para el segundo de estos encuentros en Santa Ana de Coro, también trajeron comida relacionada con otra historia de Colombia, pero no habían hecho una experiencia como esta.
Mientras sirvieron la picada, acompañaron con un destilado y luego, entraron al plato fuerte como en la fiesta, cuando a la media noche, mientras todos quieren reabastecerse de energía, sirven el sancocho, y esa es precisamente la estructura que le dieron al taller. Seguidamente, vinieron la sobremesa y el postre. La primera, estuvo compuesta de un fruto de palma llamado chontaduro y el borojó, que es una fruta. Van mezclados y acompañados del postre que es una cocada y una “cuca”, un pan dulce negro, similar a los de aquí.

Ramiro Delgado es Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia y fundó el Laboratorio de Gastronomía en el Departamento de Antropología. Señala que desde allí, el laboratorio, es como una posibilidad de que los estudiantes pongan en evidencia la práctica de la cocina. “En el laboratorio somos muy polifacéticos porque éste es concebido como un proyecto institucional que se llama . Semestralmente, desde relaciones internacionales se escoge un país, una región o una zona del mundo y sobre eso se hace la investigación para permitirle a los asistentes a esos talleres vivir un poco más allá de la receta, por eso queremos reconstruir el imaginario que sobre los países está, diferente al de las cadenas globales. Entonces ahí rotan estudiantes, colegas, esperando que se conviertan en un verdadero y concentrado grupo de investigación”.

Todavía no han invitado a Venezuela al programa “De país en país”, sin embargo, Venezuela ha estado muy cerca de sus experiencias personales por trabajos anteriores que se han compartido en conjunto, así como con amigos que tienen acá. Los tres confesaron su debilidad por las arepas. Delgado se declaró “enfermo por la reina pepiada”. La señora Rufa expresó su preferencia por la arepa con queso, mientras Vera, manifestó su favoritismo por la de caraotas, sobre todo la de "dominó" y por todas las versiones de reina pepiada.

Destacaron la presencia en el taller de lo ahumado y lo salado, como algo bien significativo porque históricamente ha sido la respuesta a la protección y a poder comer la carne nuevamente. Delgado, comenta: “Es bien interesante cómo en la zona del Pacífico colombiano, y en muchas partes, el ahumado y el salado, son como la posibilidad de comer más carnes independientemente de la refrigeración. Y el otro producto es la longaniza chocoana que tiene una serie de elementos, tanto de las especias como de lo ahumado. A El Chocó lo atraviesa un río muy importante que es el río Atrato, por donde viajaron muchos inmigrantes sirio-libaneses, chinos, etc., y hay una presencia de contactos culturales, porque la longaniza también tiene eso: la conservación, el ahumado, las especias, que indudablemente se ha involucrado y me imagino que aquí en Venezuela para las poblaciones afro, el condimento es muy importante”.

Andrés Vera es estudiante de antropología en la Universidad de Antioquia y pertenece al grupo de estudiantes del Laboratorio de Gastronomía. Actualmente trabaja en su tesis, titulada “Persistencias, cambios e innovaciones en hábitos alimentarios en el municipio de Andes, Antioquia”, sobre qué comen los niños y qué pasa con las memorias de los mayores en ese municipio. En cuanto a lo presentado en el taller, indica que el plato que prepararon es muy relevante, y la historia lo ha posicionado a partir de determinado momento. “Quisimos mostrar también en la reproducción del ritual de la fiesta, el contacto con el licor. Por eso trajimos tragos como miche, vinete y balsámica que son frascos con muchas hierbas, a los que les va echando su destilaje. El vinete es el residuo de lo que ya destiló del miche, se le agrega canela y otros ingredientes que son pensados inicialmente para la cocina pero, pero mira qué bien se combinan con un licor. Las traemos hechas porque la preparación requiere de mucho tiempo”.

domingo, octubre 22, 2006

La gastronomía: lo mejor del Encuentro


Los mexicanos Pablo, Refugio, Yuri y Edmundo.

Ya iré comentando con algunos detalles las enriquecedoras sesiones de trabajo que tuvimos en el Encuentro, pero quiero adelantar algo: el intercambio gastronómico fue, probablemente, lo mejor del Encuentro. Durante cinco días, en la misma cocina, en la misma casa, y a toda hora, cocineros e investigadores de México, Perú, Bolivia, Colombia y Venezuela conversaron, cocinaron, debatieron, cantaron, atendieron, enseñaron, aprendieron, comieron y soñaron.

Para quienes aún no lo saben, quiero decirles que estos Encuentros de Patrimonio Inmaterial son los simposios de cultura más densos e importantes que se realizan en América Latina. Así lo ratificó la UNESCO, presente en San Felipe, a través de sus directores para esta parte del continente. El hecho de que en esta ocasión la gastronomía haya adquirido, sin discusión, un mayor relieve en el Encuentro, es un genuino motivo de satisfacción para quienes creemos que la cocina es el centro de nuestras culturas. Y algo más: ese reconocimiento nos permite ahora pensar en el fortalecimiento de una red latinoamericana de cocineros y estudiosos de la gastronomía tradicional, tan necesaria en estos tiempos de olvido y banalización.

Los excelentes cocineros mexicanos, cultísimos, estudiosos y sencillos, serán nuestros anfitriones en la reunión que realizaremos a comienzos del 2007 para avanzar en la ampliacion de la mencionada red, que es -y seguirá siendo- un espacio abierto a todos.

lunes, octubre 16, 2006

El Encuentro



Encuentro, concurrencia, comunión. Cualquiera de esos vocablos puede servir para referirnos a la importante actividad que se inicia mañana en San Felipe y que congrega a delegaciones de España y de diez países iberoamericanos. Convocados por la infatigable y siempre entusiasta Isadora de Norden, así como por el Centro de la Diversidad Cultural de Venezuela y la UNEY, numerosos artistas, artesanos, intelectuales, cocineros y académicos estarán dialogando hasta el 22 de octubre sobre la Gestión del Patrimonio Inmaterial y la Diversidad Cultural.

Dije diálogo porque pienso que es la palabra clave de todos los encuentros de este tipo. Nada hacemos con reunirnos para sumar monólogos o para trazar cauces paralelos sin punto alguno de confluencia, máxime si consideramos la inmensa necesidad de integrar esfuerzos para evitarle a nuestros pueblos la continua pérdida de sus tradiciones, de su memoria y de su geografía espiritual, merced a una hegemonía que quiso (y quiere) hacer de la cultura un divertimento único o un supermercado de cachivaches pintorescos o exquisitos. Se trata de dialogar y de reconocernos en nuestras semejanzas y diferencias. Se trata, en rigor, de comprender y comprendernos profundamente en nuestras culturas diversas, no para aplaudirnos unos a los otros, sino para intercambiar activamente procesos de creación, búsquedas e historias que hablan por nosotros y que trazan el rostro genuino de los hombres y mujeres de estas tierras.

Creo que una defensa de la soberanía nacional que no contemple al patrimonio cultural como pieza imprescindible termina siendo ilusoria. Por no haber adquirido conciencia de esa necesidad, o peor aún, por haber dado beligerancia a una concepción elitesca de la cultura, con sus circuitos exclusivos de legitmación y su irritante desprecio a las creaciones que no se generaban dentro de sus limitados entornos, fuimos alejándonos de nosotros mismos y despojando a varias generaciones de venezolanos de una conexión auténtica con sus ancestros y sus tradiciones.

Leer de nuevo a Venezuela y a Iberoamérica como un mapa verdaderamente plural supone descubrir los varios “países ausentes” que nos pueblan. La feliz expresión con que el poeta Luis Alberto Crespo puso nombre a una columna periodística en la que daba cuenta de una patria relegada, me sirve ahora para invocar desde este Encuentro lo contrario: su presencia vigorosa, tanto en sus bailes, creencias, cocinas, hablas, instrumentos, objetos, usos, técnicas, saberes, relatos, gestos y escrituras. La cultura tiene la gracia insustituible de convertir las periferias históricas en centros vivos y vibrantes. Así, mañana la gastronomía universal de Güiria copará la mesa en Salsipuedes. El miércoles le corresponderá a las del Perú y Bolivia, mientras que el jueves compartiremos con las de Colombia y México. Será una suculenta conversación entre sazones, sabores, vidas, nombres y costumbres.

Un saludo cordial a todos los participantes de este Encuentro.

P.D: Todos en la UNEY agradecemos a SUMITO ESTEVEZ la generosa mención que hizo ayer del Encuentro en su léida columna de El Nacional.

domingo, octubre 08, 2006

El patrimonio cultural también se come



1. Hacer el censo del patrimonio cultural de un país no parece tarea fácil. Dos preguntas elementales saltan siempre a la vista: ¿Qué se incluye y por qué?. Bien. El IPC resolvió ese asunto registrando absolutamente todo cuanto las comunidades consultadas consideren digno de figurar como patrimonio de la cultura venezolana. Esta manga tan ancha del instituto encargado del censo provocó la siguiente exclamación crítica de una funcionaria del mismo organismo: “¡Por el camino que vamos hasta las empanadas van a resultar patrimonio cultural!”. No sabía la pobre que en el momento en que hacía su comentario estaba pasando por su oficina el presidente del instituto, quien al oírla se dio vuelta y le dijo: “Pues sí, el patrimonio cultural también se come y se come muchas veces en forma de empanada”.

Sin entrar a discutir el criterio escogido por el IPC para la realización del indicado censo (tema que requeriría más tiempo y espacio, así como la afinación de una estimativa), me quedaré en la literalidad de las frases citadas, para afirmar, de acuerdo con José Manuel, lo que me parece evidente: que las empanadas sí forman parte del acervo de nuestra cultura, como las hallacas y las arepas.

2. Es evidente que cocinar siempre ha sido un acto civilizatorio. Pasar de lo crudo (o de lo podrido) a lo cocido -lo dijo alguien- fue un relevante paso cultural. “Cocinar hizo al hombre”, dijo otro autor menos citado, pero en mi opinión no menos importante. En efecto, somos lo que cocinamos, pero también somos porque cocinamos. ¿No es acaso un logro cultural de nuestros pueblos indígenas haber convertido el veneno en alimento y regalarnos así esa maravilla que se llama casabe? La tradición culinaria conforma un amplio repertorio vinculado a celebraciones colectivas o familiares que no podemos nunca desdeñar, salvo que decidamos negarnos como seres humanos.

3. ¿Es inmaterial ese patrimonio gastronómico? Lo es, porque forma parte de una dimensión espiritual y de una memoria entrañable. Claro, por ser un patrimonio vivo podemos materializarlo cotidiana o eventualmente y comérnoslo y disfrutar del momento en que se prepara y se consume. Asimismo, de la ocasión en que se evoca haberlo gozado o de aquélla en que se verbaliza en un relato, en un poema o en una canción. Es un patrimonio de emociones, de intercambios, de sabores, de olores. Recuerdo en este instante un poema de Jaime Gil de Biedma que da cuenta de un viaje suyo a Atenas, después de un año atroz. Caminaba por la calle Pandrossou, en el barrio de Plaka, junto a Monastiraki. Era una calle vulgar, con muchas tiendas. En ella Jaime Gil de pronto amó la vida “porque la calle olía a cocina y a cuero de zapatos”. Eso es todo.

4. Las técnicas culinarias y los procesos de cocción, pero igualmente los materiales que se usan en la cocina y la cocina misma como espacio, constituyen elementos importantes de una expresión cultural que bien podríamos llamar gastronómica. Ella incluye, además, el sagrado momento del ágape y de la mesa común, como una rica manifestación de la vida sentimental de nuestros pueblos. Porque hay que decirlo: el patrimonio gastronómico no sólo cumple la función de alimentarnos o de curarnos, también la imponderable y sublime de proporcionarnos placer.

5. Por la comida nos conocemos. Lo saben los etnógrafos. “Dime qué comes y te diré quién eres”, es ya el socorrido retoque gastronómico de un viejo refrán. A partir de nuestros usos, costumbres y gustos en la mesa podemos entablar fecundos diálogos interculturales. Si ese patrimonio nos es arrebatado, nos estaríamos también perdiendo como pueblo y muy poco de nosotros llevaríamos a la enorme mesa de la diversidad cultural.

P.D: Correcto, Manuel Allue, la de la fotografía de este post es Zenobia de Jiménez. En los próximos días se cumplirán 50 años de su muerte, ocurrida en Puerto Rico, tres días después de enterarse de que su marido, Juan Ramón Jiménez, había ganado el Premio Nobel de Literatura.

lunes, octubre 02, 2006

Un teniente y un pastelero de Viena

1. Eran de reciente abolengo. Así lo informa la frase infalible que da inicio a la novela. En ella soplan las últimas ráfagas del antiguo esplendor austrohúngaro mientras se cuenta la saga de los Trotta desde el día en que el primero de ellos, un teniente al servicio del imperio, le salvó la vida al monarca Francisco José en Solferino. Asistamos hoy a un desayuno de quien habría de ser el barón de Sipolje y admiremos su apetito matinal o la frugalidad de su gusto cultivado: “Un día, a fines de mayo, el señor de Trotta regresó de su paseo a las ocho y cinco minutos (...). El señor de Trotta se sentó a la mesa del desayuno. El huevo pasado por agua se hallaba, como siempre en su punto, blando, recién hervido. Diríase de oro la miel; los panecillos olían a fuego y levadura en su bandeja de plata como cada día; la mantequilla destacaba apetitosamente asentada en una ancha hoja verde; en el servicio de porcelana dorada humeaba el café. Nada faltaba”. Agreguemos: nada faltaba, salvo la decadencia, salvo la puja por mostrar lo que el imperio fue y estaba dejando de ser. Vayamos, entonces, a otro momento gastronómico de la novela para encontrar la ostentación postrera de una época. Estamos ahora con el conde Chojnicki, quien nos ha preparado un pequeño refrigerio: “El pastel de hígado, moteado de negras trufas, se hallaba rodeado de un anillo de hielo. Las pechugas de faisán colmaban solitarias los platos, blancos como la más pura nieve, flanqueadas por un séquito fastuoso de verduras frescas, rojas, blancas y amarillentas, cada clase en una fuente distinta orlada en oro o azul y adornada con las armas del noble. En un ancho vaso de cristal fulgían millones de negruzcas perlas de caviar, bordeadas de discos de limón. Y las rodajas de jamón se alineaban cuidadosamente en una fuente alargada, de plata, vigiladas por un tenedor de tres púas, acompañadas por rábanos rojos que recordaban vagamente a las mozas ucranianas, pequeñas y rechonchas, en los días de la feria pueblerina. Cocidos, asados y escabechados con agridulce cebolla, las carpas y los lucios se repartían en fuentes de porcelana, plata y cristal”. Así, entre Esparta y Viena, transcurre la vida gastronómica de los Trotta en la novela que mi amigo Najul me recordaba hace poco como una maravilla literaria del siglo XX. Me refiero, claro está, a “La Marcha de Radetzky”, de Joseph Roth.

2. Todos recordamos el episodio de sus muertes por las consecuencias mundiales que produjo, pero muy poco sabemos de los personajes. El había definido la corona imperial de los Habsburgo como una “corona de espinas”. Ella se llamaba Sophie y era hermosa. Dicen que parecida a Ingrid Bergman. Y es a ella a quien vamos a evocar de la mano de un escritor cuya obra nos subyuga. Vayamos con él al castillo Artstetten y leamos unas cartas dirigidas a ella por el pastelero Otto Pischinger. Este le ha enviado una tarta que acaba de inventar con la esperanza de obtener encarecidamente la opinión de Su Alteza Serenísima, pero nada sabremos del destino de ese pastel de Pischinger porque no aparece por ningún lado la respuesta de la bella duquesa Sophie. De lo que sí nos enteraremos es de que el persistente pastelero envió después otro regalo gastronómico a la noble checa. Esta vez tendría suerte. Sus “Krapfen” (especie de buñuelos) de crema fueron aprobados de inmediato y la duquesa autorizó a Pischinger a bautizarlos con su nombre. Seis años después de ese episodio doméstico en la historia de la pastelería vienesa, ella caería junto con su marido Francisco Fernando en Sarajevo y comenzaría la Gran Guerra. Sophie sobrevive en las páginas que nuestro admirado Claudio Magris le dedicó en su grandioso e interminable recorrido por el Danubio.