sábado, julio 27, 2013

Diferencias de la mañana


Caspar David Friedrich
No se afanan. Hacen lo de siempre y a su hora: pueblan el jardín.
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Pasa entre las ramas de la enredadera y se instala en el balcón. Música callada, le dicen.
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Recuerda el triste sonido de un oboe en Hannover y escribe: “Estamos puestos en una especie de laberinto. No encontramos el hilo que nos permita salir, y seguramente no es necesario que lo encontremos”.
Es Karl Philipp Moritz, quien deja la pluma un momento y retorna a su infancia para bañarse en un pozo.
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Detrás de aquellas nubes, una puerta. Si la abres, podría devolverse la noche.

Aguarda, todo a su tiempo.
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El olor a pan en las calles de una ciudad querida.

El viento que llega desde su rosa. 

miércoles, julio 17, 2013

Inscripción en la cocina

Palacio Davanzati. Cocina. Florencia


En esa casa habita el esplendor. También las penas íntimas. Es el mundo cotidiano de una familia de Florencia, casi a finales del medioevo.  
 
La visitante entra a la cocina y después de mirar los instrumentos que revelan un insondable universo culinario, se fija en la pared. Allí lee esta noticia: “Hoy han matado a Giuliano”.  
 
Así lo escribió una aspirante a cocinera que hacía de pinche en el palacio Davanzati. Su anotación, perenne y despojada, tiene ahora el secreto de una fábula.  
 
La conozco por Juana Bignozzi, quien en un espléndido poema la usa como epígrafe y, tal vez, como nostalgia.

 
 

martes, julio 09, 2013

Una agenda casera


Peter Weiss, de la época en que era pintor en Suecia
 
En su Diario de Copenhague, fechado en 1960, Peter Weiss refiere que las horas del atardecer y los días en que se encontraba libre (hacía un documental en los suburbios de la capital danesa), se dedicaba al borrador de un libro sobre los años de la guerra, para lo cual sólo disponía de sus recuerdos y de una agenda de su fallecida madre, que había logrado rescatar de la extinta casa paterna. Weiss copia en su diario varias entradas de ese documento hogareño, atribuyéndole, a pesar de su laconismo, la apertura de nuevas perspectivas para entender su pasado.
 

La señora Weiss refería en sus anotaciones labores de la casa y comidas del día. Una que otra vez mencionaba algún suceso. Eran trazos escuetos de una rutina. Nada más.
 

Leída por su hijo varios lustros después, la agenda cobró un brillo sorprendente. Ciertas líneas que lo aluden debieron recuperarle algún suceso olvidado o revelarle un detalle desconocido. Su madre no ocultaba ni sus estados de ánimo ni el motivo de los mismos. “Malhumorada por la extravagancia de P.”, escribe el 2 de febrero de 1947, y agrega: “Comprado traje y sombrero lila”. Debe haber pasado muy mal esos días pensando en que a P (Peter Weiss) podrían ocurrírsele peores mojigangas en París, a donde viajaría el próximo año.
 

Los Weiss salen de Berlín en 1934. Después de haber vivido en Londres y en Praga, establecen residencia en Suecia, y allí están durante los años de la agenda, que son también los de la segunda guerra mundial. Por esa época el padre de Peter sigue dedicándose a la industria textil.
 

Consideradas ciertas circunstancias geográficas y políticas, la displicente concisión de una libreta casera puede iluminar momentos de la historia. Leyendo la escritura cotidiana de la madre de Weiss, encuentro que las comidas representan un filón interesante. He aquí algunos ejemplos:
 

“8 de noviembre 1940. P se ha marchado a Estocolmo. Por la mañana colada de la ropa blanca, por la tarde medias. Maccaroni, jamón con salsa de tomate, compota de peras. Por la noche, huevos revueltos y el resto del jamón.
 

“15 de marzo 1941. Primera exposición de P en Estocolmo. Ya no ha habido que encender la calefacción. Por la tarde planchado, luego zurcido. Sopa de gallina con arroz, pescado a la plancha con mantequilla, perejil y cebollas, mayonesa y patatas.
 

“17 de abril 1941. Costillas de ternera y coliflor con mantequilla y patatas. Limpiado la escalera y el desván. A las 10 vuelve P. Parece hecho trizas.
 

“15 de septiembre 1941. P se ha marchado a Estocolmo para quedarse allí. Por la noche pescado y langosta con mayonesa, sardinas de lata y arenques, queso y carne fría, luego gallina fría, por desgracia muy dura, con ensalada verde y tomates. Fruta.
 

(…)
 

“10 de enero 1943. P a trabajar en los bosques. Caldo de carne con pasta, carne de buey con col blanca, patatas asadas, grosellas, pepinos. Limpiado el dormitorio y los trajes.

“15 de mayo 1943. P. se instala en el chalet de Västra Bodarne. Por la tarde tomamos café con los chicos. Limpieza a fondo del sótano. Coliflor, lengua con arroz, tomates en salsa de champiñones”.
 

Hay otras, por supuesto, con “salmón, anchoas, queso, ternera asada y arroz” o con “sopa de espinacas, jamón, huevos fritos y ensalada”. También, alguna referencia a otros asuntos de familia ("P con una mujer horrenda").
 

El 7 de mayo de 1945 la señora Weiss escribe tres frases, que son un tesoro. Una de ellas tiene sólo dos palabras, trazadas con mayúsculas:
 

Ha llegado la cesta de huevos. LA PAZ. Por la mañana ropa blanca a tender”.
 

Chapeau! Y celebremos.

domingo, julio 07, 2013

Sacramento, la que tiende el pan


Teo Revilla Bravo. La fornera de Sant Adriá
Tres vueltas al parque y neblina barquisimetana. “Típica”, diría el querido escritor Juan Carlos Méndez Guédez, en una afectuosa evocación que nunca termino de agradecerle. 
Al retorno, el recuerdo de una frase: “Sacramento, la que tiende el pan”. Es una ocurrencia de mi tío Otto, pero también es Sacramento, a quien llegué a conocer en la infancia. Nunca lo tendió en mi casa, pero guardo su imagen haciendo las arepas de un desayuno eterno, en otra casa, de la que sólo sé por cuentos.  Mi tío Otto, de niño,  en El Tocuyo, cuando rezaba por las noches y su oración llegaba a la palabra “sacramento”, añadía de inmediato: “la que tiende el pan”.  Su salida, celebrada por mi madre, pasó a ser un amoroso chiste de los Castellanos.  
Desprendida de la anécdota, la frase es (o sigue siendo) bella y entrañable.  
Seamus Heaney, en uno de sus poemas más hermosos, recrea las manos de su madre, llenas de harina, frente al horno, aguardando el pan de cada día. Es el antiguo sacramento de esta tierra: tender la mediación con lo divino.

viernes, julio 05, 2013

El timbal de Lampedusa o un pretexto literario de la gula


Visconti. Cena en El Gatopardo

Lampedusa escribió una de las mejores novelas del siglo XX -la única que salió de su pluma- cuando ya se acercaba a los 60. No fue un escritor profesional, pero era, sin duda, un hombre culto, familiarizado con la literatura de varias lenguas, aficionado a la historia y con un gusto especial por las crónicas y las memorias. Su novela es el resultado de una larga experiencia, de una vida de lecturas y, sobre todo, de una visión ilustrada de la Sicilia que se iba.  
 
El autor llegó a conocer el rechazo de editoriales importantes, pero no el clamoroso éxito que el libro tendría cuando Giorgio Bassani, lector de Feltrinelli, hizo posible su edición en 1958, pues el príncipe falleció un año antes. Triste sí, en especial para quienes firmaron las cartas de devolución del manuscrito. Creo que Elio Vittorini fue uno de ellos. Dios me perdone, si no.  
 
Sin dilación alguna, El Gatopardo se convirtió en un clásico. En el 63 Visconti lo llevó a la pantalla y llovieron las traducciones. Agradó a unos (los más) e incordió a otros. Ernesto Ruffini, Cardenal palermitano, llegó a afirmar que la novela de Lampedusa era una de las tres razones por las cuales Sicilia debía sentirse deshonrada. Las otras dos eran la Mafia y Danilo Dolci. Que Visconti la llevara al cine fue un verdadero escándalo para este purpurado, porque -según él- así se robustecía el escarnio.  
 
Apartando los enojos locales, El Gatopardo fue encumbrándose como una novela que para muchos es un ejemplo magistral del arte narrativo. Lírica y aguda, elegante y clara, esta joya de Lampedusa lleva ya 55 años de esplendor.  
 
Hay quienes ven incrementada su admiración cada vez que vuelven a sus páginas. Me incluyo en ese grupo. Hoy la abrí y fui directamente a la cena del capítulo segundo, porque El Gatopardo también es un pretexto de la gula. 
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El príncipe describió el plato con menos acribia que efusión. Ya había comentado la reacción de los comensales ante la entrada de la enorme bandeja de plata e indicado la alegre sorpresa manifestada por casi todos. Sólo cuatro de los veinte se mantuvieron impasibles. Dos de ellos, por razones obvias: eran los anfitriones; Angélica, por sifrina, y Concetta, por inapetente. Los demás temían la presencia de un bodrio extraño a la tradición gastronómica de la región, una de esos “creaciones” dictadas por la afrancesada moda culinaria del momento. Por eso, celebraron a tambor batiente cuando apareció el opulento timbal de macarrones, ese portentoso pastel de la Campania y de la Magna Grecia, capaz de hacernos sentir que al consumirlo podemos pasar, sin más, un mes completo. Así lo expresó el organista, entornando los ojos y extasiado ante la suculencia del plato. El arcipreste no dijo nada, pero se santiguó y se lanzó de cabeza sobre el alimento. No comía. Devoraba. 
 
Angélica dejó a un lado la afectación y las maneras aprendidas en la Toscana, para dedicarse al hábil y rápido manejo del tenedor. Tancredi fantaseó con besos de Angélica que supieran a ese timbal, y, como bien lo dijo el príncipe, intentó “unir la galantería con la gula”.  
 
No era para menos el festín. Recordemos las palabras que el autor le dedicó al plato y sepamos por qué cundió la hiperestesia en esa mesa:  
 
El oro bruñido de la costra tostada, la fragancia de azúcar y canela que trascendía, no eran más que el preludio de la sensación de deleite que se liberaba del interior cuando el cuchillo rompía la tostadita capa: surgía primero un vapor cargado de aromas y asomaban luego los menudillos de pollo, los huevecillos duros, las hilachas de jamón, de pollo y el picadillo de trufa en la masa untuosa, muy caliente, de los macarrones cortados, cuyo extracto de carne daba un precioso color de gamuza”. 
 
Nada que agregar. Todos los sentidos son, a veces, un sentido: el gusto, infinito y tentacular. Desde esas líneas, el timbal de macarrones comenzó a exhibir un precioso linaje literario.  
 
Visconti se encargó de recrearlas para que los lectores de El Gatopardo disfrutaran aún más la lenta poesía del libro y la comida.

martes, julio 02, 2013

Coloquio con Berenson


Bernard Berenson en Villa I Tatti

A lo largo de nueve años Umberto Morra frecuentó a Bernard Berenson en los “Tatti”. De algunas conversaciones con el maestro tomó apuntes y elaboró con ellos un espléndido libro titulado Coloquio con Berenson. Gracias a un comentario reciente de Marina Gasparini, di de nuevo con el libro que creía perdido en la pequeña babel doméstica. Ahora leo estas páginas que revelan a un sabio al que le gustaba echar cuentos o discurrir sobre sus temas predilectos con personas de confianza o, incluso, con uno que otro desconocido que llegara a Villa I Tatti, atraído por su fama.  

Morra, con su cuidadoso trabajo de amanuense y editor, nos permitió saber que Berenson fue también un impresionante artista de la conversación. Su inmensa cultura le permitía asociar armoniosamente sucesos y personajes de épocas diversas, o pasar revista, con gracia no exenta de picardía, por las interesantes ideas de sus contemporáneos. Sin embargo, se me ocurre que el prodigioso resultado oral de esos saberes, provenía sobre todo de su voluntad de diálogo, que es la mayor virtud de un buen maestro.  

Sociólogo descarnado cuando hablaba de los países que mejor conocía; filósofo al abordar cualquier concepto, pero también al referirse a momentos cotidianos; cáustico siempre, y, sobre todo, crítico de arte a tiempo completo y no sólo sobre temas de arte. Bernard Berenson era eso y mucho más porque era algo que a pocos eruditos les calza: un creador.  

Gombrich recuerda que cuando Berenson formuló la teoría del “ver y conocer”, la comenzó con una descripción del Palio de Siena, en la que la multitud de la plaza era vista como un prado de flores. Para Gombrich, Berenson estaba viendo un cuadro. Tal vez. Yo creo que su mirada estaba haciendo poesía.  

P. D 1: Pisando la dudosa luz del día, se hace oportuna esta deliciosa cita de Berenson, tomada del Coloquio: “Los ingleses han instituido la ley de volverse a vestir por la noche como un resarcimiento de la realidad cotidiana. Aquel cuarto de hora que cada hombre dedica a su propio aseo es el secreto de un gran descanso y de un gran desahogo; aparta de la noche todos los aburrimientos, los negocios y las preocupaciones”.  

P.D 2: El azar concurrente ha querido que esta anotación se haga la víspera de uno de los días en que Siena celebra el Palio.