lunes, julio 27, 2009

Nostalgia de la granja

En la cercanías de Duaca

El joven llegó un día a la Escuela Granja para descubrir en ella el universo. Habría de escribir después que la escuela no era un correccional ni un cuartel, pero sí un lugar de rigurosa disciplina, capaz de encarrilar a cualquier granuja o al más pintado de los “malaconductas”. El joven había salido temprano de Barquisimeto y en el mercado de Altagracia se había desayunado con una manduca sazonada de anís y un pocillo de café con leche. Buscó un autobús para Duaca y tuvo la buena suerte de encontrar puesto. Fue anotando minuciosamente los nombres de los puntos y caseríos que le deparaba el trayecto: La Ruezga, San Jacinto, la Fábrica de Cemento de don Eugenio Mendoza, El Tamarindo, Tamaca, Licua, El Eneal. El paisaje frondoso lo asombraba. Ni el verdor más vivo de Cabudare podía ser comparado con la tupida selva que sus ojos estaban ahora contemplando. Cuando descendió del autobús para adentrarse en la feracidad de la Escuela, se sintió solo en la espesura, pero no perdió el paso y continuó. Lo esperaba “una parcela cósmica”.

En ella descubriría la suntuosidad de algunos frutos. Así, sabría de la diversidad del cambur. Los había topochos, manzanos, guineos, cuyacos y titiaros. Los majestuosos cambures yaracuyanos le parecieron plátanos. Con sus tajadas fritas rellenaría arepas de maíz pilado, para consagrarse a un deleite que hasta entonces le era totalmente desconocido. En una ocasión asó un plátano hasta dorarlo y obtuvo una ambrosía. Asistió de ese modo al conocimiento inédito de un fortificante apto para insuflarle vida al más lelo de los seres.

Poco a poco fue haciéndose agricultor, experto en la combinación de arcillas y arenillas, barro y humus de otras cosechas. Observó con detenimiento “los cultivos de piñas maduras, los jojotos embarbechados, las terrazas de cafetos con sus borlas rojas, las hortalizas, los plantíos de lechosas verdes y amarillentas, las auyamas y patillas rastreras”. También se hizo esmerado avicultor y llegó a ser perito en gallinas, en patos y pavos, así como ducho en codornices y en faisanes dorados y plateados. El pastor de cabras que había sido en Los Rastrojos había quedado atrás, en las inmensas soledades del Turbio. Ahora reconocía las razas de las gallinas y podía describir con precisión sus costumbres y sopesar con éxito la calidad de sus posturas y no sólo torcerles el pescuezo con la sagacidad bizarra cultivada en Cabudare.

Se inició, igualmente, en el cultivo de jardines y en otras tareas sagradas y contiguas. Cortejó astromelias, cayenas, rosas y amapolas. Supo que el árbol de amapola era la plenitud de la forma y que en su campo de trabajo se encontraba lo máximo: la “atapaima o flor de mayo”. De las formas fue pasando a los olores y de éstos al dibujo y a la educación artística. Estudió castellano y literatura. Leyó a Gallegos y a Rivera con fruición. Estudió biología, historia y matemática. Leyó la tierra, las quebradas, los árboles, el cielo y las aves migratorias. Asimismo leyó el alma de los seres, supo de envidias y malquerencias, pero también de afectos y lealtades. Se preparó para la vida, forjándose un carácter que lo haría sobrellevar todas las gracias y desgracias por venir.

Digamos que acabo de glosar muy parcialmente un libro conmovedor y hermoso, escrito por Rafael Cordero y titulado Na’ guará (Universidad Yacambú, Barquisimeto, 2002). Digamos que echo de menos las escuelas-granjas, así como las buenas crónicas de nuestras vidas provincianas. Digamos también que todas las escuelas y universidades deberían ser de nuevo granjas para la vida y no lóbregas comarcas para los enconos. Digamos que recomiendo altamente la lectura de ese libro.

lunes, julio 20, 2009

Camorra que come unida...

No tengo reparo alguno en reconocer que la mafia mata de manera impecable y que, además, come bien y sin remordimientos. Cuando se entera de que Luca Brasi ha dado cuenta de seis enemigos, porque sencillamente cumplió con eficaz precisión su mandato protervo, la mafia se solaza impávida y sedienta. Se va al comedor y acomete la golosa degustación del Duca di Salaparuta blanco que acompañará esta tarde al “bacalao al pomodoro” encargado para el almuerzo. Sin duda, fue en el crimen y en la mesa donde los miembros prominentes de “la familia” desplegaron su liturgia más sublime. Nadie podría negar que en esas dos acciones la “Cosa Nostra” puso lo mejor de su arte. Son muchas las historias que dan testimonio del ritual gastronómico puesto al servicio de una intrépida “vendetta” o como escenario simbólico donde el pan, la sal, el vino y el ajo representan respectivamente la unión, la sangre, el valor y el silencio, que son las virtudes supremas de “la hermandad” o del “partido”, como también podemos llamar, según el caso, a la onorata societá, que, como se sabe, penetra los intersticios de todo ámbito donde haya tráficos ilícitos, poderes y contratos. Al respecto, me remito al libro de Jacques Kermoal y Martine Bartolomei (La mafia se sienta a la mesa, Tusquets, Los 5 sentidos, Barcelona, 1998), que ya comentamos alguna vez en este espacio.

Algunos lamentan que el código culinario de la mafia siciliana (la auténtica, la de verdad) se haya perdido en manos de mafiosos de nuevo cuño. Así, el curioso periodista argentino Víctor Ego Ducrot en Los sabores de la mafia (Norma, Buenos Aires, 2002) refiere que un capo ruso, el moscovita Aliya Gimovich, agasajaba a sus amigos y compinches en su lujosa casa de la Costa Azul, sirviéndoles grandes cantidades de foie gras con vasos de Jack Daniels, horror que jamás se hubiese admitido, por ejemplo, en una cena neoyorquina del legendario Maranzano. Y es que, en verdad, la degradación ha llegado a todos los estratos y oficios. Las grandes “mafias” del narcotráfico o de la política (muchas veces son las mismas) carecen de conexión con las tradiciones, a diferencia de los “mafiosi” y de los viejos miembros de la “camorra” napolitana que comían macarrones con berenjenas o simple pizza marinara, con la gracia adicional de ratificar de ese modo su pertenencia fiel a una cultura. No sé si hoy sus nietos se estarán atragantando de comida chatarra o incurriendo en zafiedades que la ceremonia nefasta (y en ocasiones fastuosa) de sus antecesores hubiera condenado. Seguramente. Lo cierto es que la banalización de la maldad es tal que hasta la puesta en escena del delito organizado ahora forma parte de una fría maquinaria cuyo funcionamiento cotidiano está en manos de imbéciles epicenos, a quienes sólo se les pide alguna destreza para la informática y no buen gusto a la hora del yantar. Por trascorrales, sus jefes, también ignaros, arman el gatuperio financiero, la estafa política o el engaño judicial.

La “camorra” (vocablo derivado de la palabra árabe gamara que significa sitio donde se juega y se hace trampa) es una de las organizaciones más interesantes de la delincuencia italiana. Es citadina y no rural como la mafia y según cuenta el valiente escritor Roberto Saviano, no lucha contra el Estado, sino que está dentro del Estado y usa todas sus estructuras para su provecho. También se encuentra en las empresas y en los bancos y donde quiera que haya posibilidad para el dinero fácil. En su libro Gomorra, por el cual los camorristas lo condenaron a muerte, Saviano relata su viaje al corazón del “Sistema”, como ahora llaman a la vieja entente delictiva, cuyos dirigentes visten de Armani, imitan a estrellas de cine y adoptan las poses de los bandidos mediáticos. Al parecer, la camorra ya no es la misma que vimos en aquella divertida película llamada Me manda Picone. El título del film era también la contraseña que le abría las puertas en todas partes a Giancarlo Giannini en una Nápoles adorable y caótica. Ahora los miembros del “Sistema” comen pizzas con guindas y melón. ¡Hasta dónde ha llegado la camorra!

domingo, julio 12, 2009

El amok y la comida

María Félix

La barbarie no tiene límites. Corrijo de una vez: sí los tiene, porque en algún momento puede detenerse motu proprio o superarse casi del todo, aunque sea un día de estos. Lo que realmente carece de barreras es el odio que a veces mueve a la barbarie o el desenfreno emocional que suele arrastrarla a la abyección. Ese mecanismo incontrolable e infernal lo conocen muy bien las culturas que nos advirtieron con ejemplos elocuentes de la terrible hybris o del ominoso amok, esas fuerzas desbordadas y feroces del enceguecimiento. Nada valioso las inhibe. Con el aplomo que da la ignorancia extrema, marchan poseídas como orates y se llevan por delante cuanto encuentran a su paso. No distinguen las voces de los ecos, pero por alguna razón desconocida suelen embestir menos a los segundos que a las primeras. Tal vez las moviliza una envidia entreverada o un sórdido rencor inconfesable. Lo cierto es que se sueltan el moño y dan gritos chocarreros, injurian a voz en cuello en costosas exhibiciones de impudicia a quien tienen por enemigo supremo y terminan exhaustas, devorándose a sí mismas, con el patetismo que su necedad supura. Esas “fuerzas” son tan débiles y efímeras que en cualquier “bajadita” las espera la muerte. Estas ideas se las escuché un día de junio de 1968 a mi maestro Toto De Lima. Yo no he hecho más que transcribirlas para ilustrar cuanto sigue:

Es sábado y acabo de leer "Amok", un brevísimo relato de Enrique Anderson Imbert. Recordé, por supuesto, a Stefan Zweig, autor de un libro que lleva el mismo título, cuya adaptación al cine fue realizada en México en los años cuarenta, con guión de Max Aub y protagonismo de María Félix, la bellísima María Bonita y María del Alma. Por azar concurrente, mientras recorría las líneas del minicuento de Anderson, imaginé que en un sitio cercano (tal vez un hotel) se estaba celebrando un aquelarre en el que se empleaba más el chantaje político que la brujería sabática, para darle cauce a la escandalosa vileza de sus propiciadores. No voy a referir los detalles aportados por mi fortuita videncia lezamiana. Me limitaré a decir que allí los sediciosos se obsesionaban por un corte de cabeza, como es costumbre en esas lides de la inquisición agreste. El desespero los conducía a la firma compulsiva de una sentencia infame: “¡Muera fulano...!”. Muy poco que ver con la hybris auténtica, salvo la copiosa brutalidad. Los hipotéticos confabulados daban impecable cumplimiento al libreto psiquiátrico que orientaba su estulticia. Por la saña y la sinrazón parecía que estaban “corriendo el amok”. Pero no. Mi desilusión se produjo casi ipso facto. Se trataba sólo de la medianía torva, del viejo furor de las pandillitas aviesas o de rudimentarios Malcos provincianos, afligidos por la honradez ajena. Lo común. Nada que despertase mi curiosidad literaria. Volví entonces a la lectura y pensé en el piadoso ángel que auxilió al pobre hombre del cuento de Anderson Imbert, después de recobrada su lucidez y tuve la fantasía de una comida malaya para acompañar mi interés por el amok.

“Arroz para todo y para todos” pudiera ser el lema gastronómico de Malasia, península asiática muy conocida por los numerosos lectores de Emilio Salgari y de donde procede la palabra “amok”. Su cocina es una seña cultural de lo diverso, con predominio de la influencia india y china, para no hablar de la siamesa. Por ahora me detengo en un pollo al curry que encontré en un recetario. Lleva cebollas, ajo, chiles, escalonias, canela, una ramita de toronjil, pasta de especias, aceite, pimienta, leche de coco, jugo de limón, cúrcuma, jengibre, sal y azúcar. El pollo cortado en piezas se coloca en el wok después de que estén salteadas las cebollas y las especias… Se sirve con abundante arroz basmati. Su consumo, hubiera dicho mi maestro Toto, es recomendable para prevenir el amok lugareño y otros morbos semejantes.


(Al poeta Rafael Garrido, quien sabe ser amigo)

lunes, julio 06, 2009

Diario de una Conferencia

Tibisay Hung

Entrecot a la pimienta

Domingo 05-07-09: Llegamos ayer en la mañana, después de un viaje que se inició con una larga espera en Maiquetía y que siguió casi sin turbulencia alguna hasta el aeropuerto Charles de Gaulle. En el cálido domingo parisino apenas tuvimos tiempo de instalarnos en el hotel donde nos había reservado la embajada venezolana (a muy pocas cuadras de la UNESCO) y de almorzar en el amable bistró de enfrente. Nada de descanso, ni de lamentos por la maleta del compañero Luis Peñalver Bermúdez, dejada en Venezuela por Air France y que han prometido traer mañana. Nos esperaba de inmediato la jornada de acreditación en la II Conferencia Mundial de Educación Superior y la sesión inaugural de la misma. Allí, todo en orden, y en orden cartesiano, de paso, incluidos los discursos convencionales, muy de ese tonito “Unión Europea” que se ha impuesto en materia de educación superior por estas tierras. Salvo la intervención de una representante estudiantil francesa, que reivindicó el carácter de bien público de la enseñanza universitaria, el resto fue la monótona retórica del desarrollismo educativo, tal como lo podíamos prever por la lectura que hicimos del proyecto de Declaración Final que circula desde hace algunos días. La gran batalla de la Conferencia se dará, precisamente, en el Comité de Redacción de ese documento. Por fortuna, los venezolanos estaremos allí presentes, con la viceministra Tibisay Hung, a la cabeza, para proclamar valores y responsabilidad social.

Lunes: 06-07-09: Cielo azul, pero sólo para contemplarlo unos segundos. Hoy el trabajo ha sido intenso. Larga sesión mañanera para presentar los temas de las mesas paralelas. Por la tarde y hasta hace pocos minutos, acompañé a la viceministra Hung en la primera reunión del Comité encargado de redactar la Declaración Final. Nos topamos con lo que intuimos como un duro acuerdo previo de Europa-USA para no dejar que se introduzcan modificaciones al papel elaborado por ellos. Dada la mecánica de trabajo escogida, todo parece apuntar que no será fácil hacer valer nuestra propuesta latinoamericana (la del texto de Cartagena de Indias) donde sostenemos que la educación superior es un bien público, social y específico y no una actividad mercantil. Tampoco un espacio corporativo y anacrónico y menos aún, gremial y leguleyo. Allí abogamos por una educación no limitada a conceptos asépticos como el de la calidad, sino por una educación superior pertinente, comprometida con el pueblo. Los poderes fácticos, junto a cierto poder que impera en la UNESCO, pretendieron hoy que en nuestra mesa sólo se hablara inglés. El representante del Congo, que lo habla, amenazó con retirarse si no le permitían usar el francés. Al final, admitieron su uso. ¡Y pensar que la UNESCO celebró el año pasado el año del multilingüismo! Pese a los tropiezos, el equipo venezolano, que también lo conforma Rigoberto Lanz, seguirá batallando, junto a Brasil y Jamaica en el Comité de Redacción y junto a todos los demás países latinoamericanos en las otras mesas de una Conferencia donde se confrontan dos visiones del tema académico: la del mercado y la de los valores humanísticos.

Escribo casi como un corresponsal y no como un diarista. El tiempo apremia. Debo salir a otra reunión de trabajo. Dos de mis compañeros de delegación visitan París por vez primera, pero hasta ahora es como si estuvieran en Caracas o en Cumanacoa. Miento, se sienten felices por el entrecot con papas fritas que se comieron ayer y por la tarte tatin que probaron esta tarde. Y claro, por el sol de verano que se prolonga casi hasta las diez de la noche en una ciudad de luces que nunca se apagan.