
Es una lástima que con el descubrimiento clamoroso de Josué de Castro haya pasado lo que siempre ocurre con quienes encuentran la carta robada de Poe (la teníamos en nuestras narices y no la habíamos visto): son considerados aguafiestas o denunciadores inoportunos de lo que deseamos hacer pasar por debajo de la mesa. Celebrados al comienzo, terminan preteridos por sus incordiantes (im)pertinencias, sobre todo si éstas recusan poderes económicos o políticos, como en el clarísimo caso de Josué de Castro, quien no tuvo inconveniente alguno en señalarlos como fabricantes de hambre, y en buscar, además, la comprensión del fenómeno, no con investigaciones parciales, limitadas a la producción de estadísticas, de gráficos o de números, sino con una visión de conjunto en la que no faltaba la literatura (Hamsum, Istrati, Steinbeck), siempre ausente en la insoportable prosa de los especialistas de toga negra o de bata blanca.
Josué de Castro le hizo a la ciencia social el notable y significativo aporte de afrontar el tema del hambre con integralidad y valentía, enfrentando prejuicios y viejos resabios. Memorables son las páginas de Geografía del Hambre en las que le enmienda la plana nada menos que a Gilberto Freyre. Recordemos. En Casa Grande y Senzala, el lustre antropólogo afirmó que el plantador y el esclavo fueron siempre los mejor alimentados, pues el primero nutría bien al segundo para que produjese más. Error. Y grave, según Josué de Castro, para quien comer más cantidades de alimentos no era necesariamente nutrirse mejor. Esto dijo de Castro: “Cuando un sociólogo ignora que proteínas y albúminas son una sola y misma cosa y comete la torpeza de escribir que la alimentación de las familias de colonos brasileños es de mala calidad, `a causa de su evidente pobreza en proteínas y de su pobreza probable en albúminas’, su obra científica no puede ya ser tomada en serio. En efecto, semejante ignorancia bastaría para eliminar a cualquier estudiante secundario que diera su examen de historia natural, de química o tan sólo de economía doméstica”. Fuerte don Josué, pero necesario y certero para establecer el respeto que el tema de la alimentación exige.
Volver a la obra de Josué de Castro es retomar el hilo de un pensamiento fundamental para los pueblos que fuimos condenados a la incultura alimentaria y devolverle a los estudios acerca del hambre integralidad y buena literatura. Basta leer las páginas sobre el ciclo del cangrejo que el autor escribió cuando tenía 20 años para saber que estamos leyendo a un científico que es también un poeta, como debe ser.