lunes, febrero 05, 2007

El derecho de autor y la cocina

Tía Anica, la Piriñaca

Vayamos al grano de una vez: el concepto de derecho de autor está en crisis, por fortuna. Me refiero, desde luego, a la noción patrimonialista del mismo.

Empeñada en convertir la obra intelectual en un objeto exclusivamente lucrativo, la llamada industria de la cultura quiso reservarse de manera casi total el beneficio económico que corresponde originalmente a los autores. Llegó a extremos descarados de apropiación, para los cuales obtuvo incluso consagración legislativa y apoyo doctrinal. Uno de ellos fue (y es, por lo menos en algunos países) el de considerar autor a quien produce la obra, en desmedro del verdadero titular de la autoría. Excesos como ese son ahora burlados. Noles volens, la tecnología ha venido socavando ciertas ortodoxias del mercado.

Si bien la piratería incluye un número muchísimo mayor de usuarios, tampoco toma en cuenta a los genuinos autores. Su objetivo es, igualmente, el beneficio exclusivo, y lo que es peor, a costa de los demás. Podríamos afirmar que un extremo produjo otro. Sin embargo, algo bueno ha traído esta ola pirática: el derecho de autor entendido como propiedad privada está haciendo aguas y está volviendo a ser considerado, si es que alguna vez lo fue, como un derecho de la cultura, un derecho no sólo individual, sino también colectivo. No podíamos seguir ignorando la presencia de un pueblo que se expresa a través de sus creaciones, pero que necesita conocer y disfrutar las de otras comunidades, de una manera activa, respetuosa y libre.

Sabemos que es posible un derecho intelectual que no responda a las leyes del mercado, sino a las necesidades e imperativos de la cultura. La UNESCO dio un paso importante para reforzar esa posibilidad cuando aprobó la convención sobre la diversidad cultural en octubre del 2005. Corresponde ahora hacer las modificaciones -entre otras- a las leyes de derechos de autor, redactadas en su momento a la medida de los intereses de la industria transnacional del entretenimiento. Restaurar la dimensión inmaterial de la creación es una ruta que nos ha trazado la normativa de la UNESCO con fundamento en el nuevo paradigma de la diversidad.

Una de las expresiones colectivas de la cultura más antiguas que pasa a estar protegida y promovida por la referida Convención es la gastronómica. La transmisión oral de los saberes culinarios nunca se ha detenido, pero es en la actualidad cuando esos saberes tienen entre nosotros un explícito, intenso y verdadero reconocimiento, como lo recordaba hace unas semanas Sumito Estévez en su columna dominical.

¿Qué pasará con el derecho de autor en el área gastronómica, a la luz de esta nueva concepción? Nada, salvo que quienes pretendan seguir presentándose como creadores de recetas deberán cuidarse más cuando copian a la tía o a su servicio doméstico, que son a su vez portadoras de una tradición. Los autores de recetarios deberán aprender de Jane Grigson, quien, como recordaba Julian Barnes en El perfeccionista de la cocina, no sólo cita, sino que elogia las fuentes originales y las recetas ajenas. La cocina secundaria (la que deconstruye lo elaborado por otros) difundirá sus hallazgos con menos arrogancia, y tal vez los protagonistas de la restauración pública empleen con más frecuencia esa bella expresión de la humildad intelectual y del reconocimiento al maestro que usaba la cantaora Tía Anica, la Piriñaca, cuando su voz ya estaba “puesta”: Este cantecito que voy a cantá, lo sé por Parrilla de Jeré, lo sé por é.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Como siempre. Muy bien dicho¡

Saludos.

Antonio Gámez dijo...

así es, me gustó mucho el artículo.

Mar Calpena dijo...

La verdad es que esto es algo que me preocupa. Por ejemplo, yo tengo un blog y a menudo hablo de las recetas que he cocinado. Por un lado, siento que es un poco absurdo explicarlas parafraseando el libro o la web de dónde las he sacado y sin listar los ingredientes, pero por el otro tengo la sensación de que violo la propiedad intelectual de quién las escribió en primer lugar... Sé que esto es pecata minuta en comparación con lo que se hacen los cocineros entre sí, pero ¿de quién es patrimonio la cocina?

Biscuter dijo...

Excelente comentario que remata con una pregunta que es casi una pregunta retórica. Mejor dicho: es una pregunta retórica.

La cocina, como se sabe, es de todos. Los libros (incluidos los de cocina)sí que tienen autores, aunque no todos sean genuinos. Pero eso es harina de otro costal.

Puestos a elaborar un razonamiento lógico con las premisas anteriores, debemos recomendarle a quien quiera titular un libro como hizo Escoffier con el suyo (Ma cuisine)que sea menos arrogante y se limite a decir: "Mi libro de cocina".

Saludos y gracias por el estupendo comentario.