lunes, diciembre 10, 2007

Alimentos nerviosos

Lisandro Alvarado


1. Se acaba de recibir como médico en la Universidad Central de Venezuela y pronto viajará a París. La Tipografía Gutiérrez ya le ha hecho entrega de su breve estudio titulado El problema de la digestión. Emocionado, le lleva de inmediato uno de los ejemplares del pequeño libro al prologuista, quien es nada menos que el doctor Lisandro Alvarado. Estamos en 1911. A partir de ese momento, el joven autor iniciará una carrera exitosa, no sólo como médico, sino también como escritor y académico. Será rector de la Universidad de los Andes y de la Universidad Central de Venezuela, diplomático y, antes que eso, algo que me gusta mucho de su experiencia: médico de Rubén Darío, sobre quien llegará a escribir un ensayo que se publicará en 1943. Me estoy refiriendo a Diego Carbonell, sucrense de Cariaco y polémico estudioso de la psique de Simón Bolívar, de cuya supuesta epilepsia habló con inusual desenfado. Ahora abre el libro recién impreso y lee con orgullo estas frases de su maestro Lisandro Alvarado: “´El problema de la digestión´ es un opúsculo dedicado por su autor, el doctor Diego Carbonell, a los glotones, bebedores, dispépticos, neurasténicos e imbéciles. Infiero que, sin respeto ni consideración a Apicio y a Brillat Savarin, va dirigido en especial a los gastrónomos y a los buenos burgueses cuya regla de conducta es la célebre máxima antigua: Edamus et bivamus, cras enim moriemur”. Pensamos que el joven médico no las tendría todas consigo en el momento de tratar a su célebre paciente, gran poeta y santo bebedor del modernismo. Haciendo abstracción de los aspectos éticos a los que se alude en el prólogo y que Biscuter, como goloso, no comparte, vayamos a un punto más bien de hiegene que Alvarado señala en un párrafo que no ha perdido actualidad, salvo la referencia a algunos morbos de entonces. Lo copio:

“Se sabe así, de un modo general, que el tubo digestivo es, según se expresa Roger, el paraíso de los microbios; que el intestino es un laboratorio de venenos y algo así como una móvil cañería, prolongación de la infectísima cloaca urbana; que la fiebre tifoidea, la anquilostomiasis, el cólera, la disentería y diferentes verminosis llegan a nosotros en compañía de la saludable y bendita agua, y que, por otra parte, un considerable número de toxinas vienen encerradas convenientemente como en tubos de cultivo, en el costoso pote que nos vende el botillero o en el falsificado producto alimenticio del codicioso yanqui”.

Esta epoca de mercadólatras, que ha sufrido el reino de la comida chatarra y de los transgénicos, no podría darle lecciones de inocuidad a nadie, sino aprender desde los viejos textos de Carbonell y de Alvarado para rehacer mucho de lo que se ha creído alcanzar en materia de cultura alimentaria. De esa manera y sin renunciar al don sagrado de la gula, podríamos disponer de una mesa mucho más sabrosa y sana.

2. Alimentos nerviosos. Nos dijo Lisandro Alvarado en su libro “Datos etnográficos de Venezuela” que los alimentos nerviosos, “a falta de mejor denominación, son los que, sin ser asimilables, obran como perturbadores del sistema nervioso, en uno u otro sentido, habiéndose arraigado su uso en diferentes pueblos por efecto de una larguísima tradición”. A partir de esa definición el sabio tocuyano rastrea las bebidas espirituosas de nuestros pueblos indígenas y nos proporciona una documentada relación que va desde la chicha hasta el cocuy, pasando por diversas variedades como el vino de palma. Ya que estamos muy cerca de las fiestas navideñas, valdría la pena que recordáramos la ancestral presencia indígena con sus bebidas, retornando a la vieja chicha de maíz que tanto alegró y refrescó los más felices momentos de nuestra infancia.

1 comentario:

manuel allue dijo...

¡Precioso! Y ¡viva Rubén!

Un abrazo aguardentoso.