Entre Santa María de Ipire y Pariaguán estaba ubicado un campo petrolero de la Standard Oil (la Exxon Mobil de hoy en día). Leer el relato patético de un ex caporal de la compañía en “El Modelo” (nombre de ese campo) es asistir a uno de los círculos infernales que la explotación petrolera implantó en la Venezuela neocolonial del siglo XX. El testimonio se refiere a la alimentación de quienes allí trabajaban en los años treinta. Transcribo una parte del mismo:
“Yo fui un caporal de la compañía Standard Oil (...), trabajaba en el Departamento de Estudios Sismográficos número 2...- Devengaba un salario de Bs. 8. El campamento se dividía en dos secciones: la del personal `yankee`y la del personal venezolano, separadas por 500 metros (...). Los baños higiénicos los usaban sólo los gringos y los cocineros chinos. La cocina de los norteamericanos estaba provista de todo lo que en tal sentido puede desear el gusto más exigente: los alimentos eran de primera; disponían de hornos especiales para preparar asados; el pan se preparaba diariamente, y los postres nunca faltaban. La mesa la servían dos mesoneros con el mayor esmero y prontitud, y los platos eran variadísimos, consumiendo seis gallinas diariamente y una gran variedad de conservas alimenticias. De Ciudad Bolívar traían toda clase de hortalizas y se surtían de hielo con que enfriaban el agua, el coco-malt y preparaban helados. La comida que sobraba la tiraban al hoyo de los desperdicios, así como la que no estaba en perfectas condiciones. El agua la tomaban hervida y colada y la depositaban en bolsas especiales para conservarla fría. Junto con su `lunch` se componía de sandwiches de queso amarillo, jamón, salchichas, etc., así como también su provisión de frutas y jugos, que nunca faltaban.
La comida de los venezolanos se componía invariablemente de carne, arroz cocido con agua, sin trozo alguno de manteca, y casabe. El desayuno y el almuerzo se servían juntos, y cuando llegaba la hora de tomarlos estaban fríos, y cada quien lavaba su plato en un recipiente lleno de agua sucia de manteca y desperdicios del día anterior y lo presentaba al cocinero para que sirviera. Luego, comían aprisa un bocado y el resto lo envolvían en un pedazo de papel para comérselo al mediodía en el trabajo, el cual se componía de verduras y una taza de café. El agua potable era la misma que se usaba para la cara y enjuagarse la boca; era sacada de unos toneles oxidados expuestos al sol y frecuentemente sabía a jabón. La carne que se comía generalmente era salada, y cuando disminuía el personal, sobraba siempre carne, que sin embargo había que consumirla aunque estuviese corrompida, bajo amenaza de perder el empleo. Todos recuerdan el caso de Belmonte y Martínez en el departamento número 2: estos dos individuos, cumplidores de su deber, honrados y conscientes, fueron despedidos por el jefe de campamento debido a que se quejaron de que la carne estaba hedionda, recibiendo además por respuesta que `en ningún hogar venezolano se comía mejor que allí`.”.
Si bien es cierto que se trata de una historia conocida, también lo es que algunos han tratado infructuosamente de que la olvidemos. Los estudios acerca de la cultura del petróleo nos aproximan a ella con una mirada crítica y lúcida, pero debemos profundizar y ampliar esos estudios incluyendo de manera integral el área de la alimentación. Actualmente en la UNEY, bajo la conducción del profesor Edgar Abreu, avanzamos por esa vía investigativa. Conocer el impacto del petróleo en nuestra alimentación es algo más que estadísticas. Es penetrar en una realidad conformada por múltiples aristas, entre las cuales la cultura juega un papel estelar.
“Yo fui un caporal de la compañía Standard Oil (...), trabajaba en el Departamento de Estudios Sismográficos número 2...- Devengaba un salario de Bs. 8. El campamento se dividía en dos secciones: la del personal `yankee`y la del personal venezolano, separadas por 500 metros (...). Los baños higiénicos los usaban sólo los gringos y los cocineros chinos. La cocina de los norteamericanos estaba provista de todo lo que en tal sentido puede desear el gusto más exigente: los alimentos eran de primera; disponían de hornos especiales para preparar asados; el pan se preparaba diariamente, y los postres nunca faltaban. La mesa la servían dos mesoneros con el mayor esmero y prontitud, y los platos eran variadísimos, consumiendo seis gallinas diariamente y una gran variedad de conservas alimenticias. De Ciudad Bolívar traían toda clase de hortalizas y se surtían de hielo con que enfriaban el agua, el coco-malt y preparaban helados. La comida que sobraba la tiraban al hoyo de los desperdicios, así como la que no estaba en perfectas condiciones. El agua la tomaban hervida y colada y la depositaban en bolsas especiales para conservarla fría. Junto con su `lunch` se componía de sandwiches de queso amarillo, jamón, salchichas, etc., así como también su provisión de frutas y jugos, que nunca faltaban.
La comida de los venezolanos se componía invariablemente de carne, arroz cocido con agua, sin trozo alguno de manteca, y casabe. El desayuno y el almuerzo se servían juntos, y cuando llegaba la hora de tomarlos estaban fríos, y cada quien lavaba su plato en un recipiente lleno de agua sucia de manteca y desperdicios del día anterior y lo presentaba al cocinero para que sirviera. Luego, comían aprisa un bocado y el resto lo envolvían en un pedazo de papel para comérselo al mediodía en el trabajo, el cual se componía de verduras y una taza de café. El agua potable era la misma que se usaba para la cara y enjuagarse la boca; era sacada de unos toneles oxidados expuestos al sol y frecuentemente sabía a jabón. La carne que se comía generalmente era salada, y cuando disminuía el personal, sobraba siempre carne, que sin embargo había que consumirla aunque estuviese corrompida, bajo amenaza de perder el empleo. Todos recuerdan el caso de Belmonte y Martínez en el departamento número 2: estos dos individuos, cumplidores de su deber, honrados y conscientes, fueron despedidos por el jefe de campamento debido a que se quejaron de que la carne estaba hedionda, recibiendo además por respuesta que `en ningún hogar venezolano se comía mejor que allí`.”.
Si bien es cierto que se trata de una historia conocida, también lo es que algunos han tratado infructuosamente de que la olvidemos. Los estudios acerca de la cultura del petróleo nos aproximan a ella con una mirada crítica y lúcida, pero debemos profundizar y ampliar esos estudios incluyendo de manera integral el área de la alimentación. Actualmente en la UNEY, bajo la conducción del profesor Edgar Abreu, avanzamos por esa vía investigativa. Conocer el impacto del petróleo en nuestra alimentación es algo más que estadísticas. Es penetrar en una realidad conformada por múltiples aristas, entre las cuales la cultura juega un papel estelar.
(El testimonio transcrito lo tomé del libro Venezuela. Los obreros petroleros y la lucha por la democracia. Paul Nehru Tennassee, E.F.I. Publicaciones, Madrid-Caracas, 1979).
6 comentarios:
"Cocineros chinos". Buen dato.
Fernando
La voracidad de la industria por el oro negro no sólo dejó esos lamentables episodios. También modificó la forma en que comemos y los productos que merecen nuestra atención. Por ejemplo, el olvido en el que se sumieron los frutos criollos en beneficio de manzanas y peras; incluso en la mente de las madres, tan celosas de la alimentación de sus hijos.
El desayuno del trabajador del campo, rico en energía y nutrientes variados (amén de sabores) fue tenido por comida pesada, que no comulgaba con las ideas de los que promovían una alimentación "limpia y purificadora", como el Dr. Kellog.
Los pueblos engendrados por los pozos petroleros son reflejo de esta disociación de lo nuestro, pero al menos hay una resistencia que se impone gracias a la multiplicidad de orígenes de sus habitantes. En EL Tigre, mi pueblo, la comida oriental, llanera, central, guayanesa y occidental se unen de forma natural. Al estudiar con los amigos era común comer "zuliano" ó "llanero" de acuerdo a la procedencia de la familia.
Una pregunta, como la haría Chusmita: ¿En qué se parecerá la pulpería al comisariato?
Oswaldo Parra
que gran resentimiento percibo de sus escritos... es lamentable esos sucesos pero digame en que habran cambiado en este periodo pseudo SOCIALISTA???? DIGAME por favor...
victor
no tienes palabras... el silencio lo dice todo!!! saludos biscuter
victor
Buenas noches señores Biscuter, les saludo de nuevo. Me parece muy intersante su historia sobre el petróleo, recuerdo que alguna vez mi tía Fidelina me habló de los tiempos de mi abuelo Pedro en las petroleras y el trabajo que pasó, creo que a veces se nos olvidan esas cosas o preferimos olvidarlas. Con el respeto del señor Victor pero no entiendo lo que el dice, porque la relación entre el artículo y lo que pasa ahora no la comprendo. Si se que la compañía esa que los señores biscuter comentan no está ahora por aquí pero no si el trato con los obreros de las petroleras haya cambiado, ojalá que si. Ah ya me acordé de otra cosa, mi tía Fidelina siempre dice que no entiende porque todo tienen que verlo a través de esas cosas que llaman doctrinas, que por que siempre debe uno encajar en una de esas doctrinas. Hasta pronto señores biscuter. Gracias
Sansón Carrasco
Gracias Sansón por tu comentario y un saludo a la admirada tía Fidelina.
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