Barquisimeto. Carrera 17 entre 34 y 35
A finales de diciembre pasé por la carrera 17 para recordar viejos tiempos. La recorrí lentamente desde la calle 39 hasta la 34. Por esos lugares barquisimetanos de San Juan viví hasta mi adolescencia. Casi todas las casas siguen estando allí, aunque muchas hayan cambiado de fachada. Son y no son las mismas. Las que se mantienen idénticas, se ven ruinosas y las que han sido intervenidas, perdieron su viejo encanto. Desde sus ventanas me saludaron sombras y me reencontré con algunos momentos de la infancia. Me detuve en la casa de Angelina de Vizcaya para comprar galletas. Por el aviso supe que todavía eso es posible. Fui atendido por una muchacha a quien pregunté por Angelina. Me informó que había muerto en el mes de abril, a los 94 años de edad. Me dijo, además, que era ella quien elaboraba los dulces desde hace algún tiempo. Le compré las galletas, que son las mismas sabrosas galletas de Angelina y le pregunté por el inolvidable bienmesabe, pero no había. La semana pasada volví por galletas y encontré esta vez el preciado dulce de Angelina. Se trata sólo de la tentadora crema, en nada parecida al “melao” (en el mejor de los casos) o engrudo con bizcochuelo que sirven en numerosos restaurantes como bienmesabe. Es probable que la receta de Angelina haya sido proporcionada por alguna diosa en El Tocuyo y es que no parece exclusivamente humano este prodigio. Equilibrado y poderoso, el bienmesabe de Angelina alberga una tradición de esplendores culinarios y concentra en su sabor la emoción de una historia cultural que no ha podido ser demolida ni por el tiempo ni por la erosión urbana. Es de agradecerle infinitamente a la gastronomía su poder de resistencia. El Parque Ayacucho ya no es lo que era, pero el bienmesabe de Angelina sí. Y eso nos ayuda mucho más de lo que parece. Nos ayuda a mantenernos vivos.
Angelina de Vizcaya dedicó su vida a hacer dulces y manjares de diverso tipo. Lo hizo por gusto y por oficio. Ayudaba a su hogar con el producto de ese noble trabajo y a la vez preservaba una memoria. La calidad y delicadeza de su dulcería casera terminó siendo legendaria. Muchos barquisimetanos venían (o vienen) de otras ciudades a comprar los dulces de Angelina. Su merengón, al que sólo se le aproxima el de Cristina de Hammond, mereció siempre el premio de ese fiel peregrinaje.
Recuerdo ahora otro de ellos: su excelente jalea de mango. Como las galletas, la jalea tenía la medida exacta de dulzor. Sabemos que el secreto de una buena dulcera está en que sus preparaciones no nos empalaguen, sino que nos envicien, como envician las galletas de Angelina. No conozco a nadie que no vuelva por ellas o que no las recuerde con nostalgia. El bienmesabe, que siempre “sabe a más”, es, como ya dije, un manjar de dioses y de diosas. Yo me lo comía puro, sin bizcocho o sin pastel. Con una cuchara iba dando cuenta de esa crema prodigiosa hasta alcanzar el particular éxtasis de los golosos, ese indescriptible instante en que uno parece haberse ido a otro mundo, pero que no es más que el sabroso mundo de chuparse los dedos.
Porque las comia mucho antes de la navidad, no puedo olvidar que Angelina también hacía hallacas, en las que demostraba su apertura hacia fórmulas provenientes de otras zonas del país. Ella les ponía garbanzos, como si fuera andina y no tan tocuyana como era. Se había forjado una cultura culinaria muy especial. Tomó de aquí y de allá, sin rigideces. Quiso siempre darnos felicidad con su cocina y muchas veces lo consiguió. Desde acá se lo agradezco y saludo con enorme afecto su humilde grandeza.
Angelina de Vizcaya dedicó su vida a hacer dulces y manjares de diverso tipo. Lo hizo por gusto y por oficio. Ayudaba a su hogar con el producto de ese noble trabajo y a la vez preservaba una memoria. La calidad y delicadeza de su dulcería casera terminó siendo legendaria. Muchos barquisimetanos venían (o vienen) de otras ciudades a comprar los dulces de Angelina. Su merengón, al que sólo se le aproxima el de Cristina de Hammond, mereció siempre el premio de ese fiel peregrinaje.
Recuerdo ahora otro de ellos: su excelente jalea de mango. Como las galletas, la jalea tenía la medida exacta de dulzor. Sabemos que el secreto de una buena dulcera está en que sus preparaciones no nos empalaguen, sino que nos envicien, como envician las galletas de Angelina. No conozco a nadie que no vuelva por ellas o que no las recuerde con nostalgia. El bienmesabe, que siempre “sabe a más”, es, como ya dije, un manjar de dioses y de diosas. Yo me lo comía puro, sin bizcocho o sin pastel. Con una cuchara iba dando cuenta de esa crema prodigiosa hasta alcanzar el particular éxtasis de los golosos, ese indescriptible instante en que uno parece haberse ido a otro mundo, pero que no es más que el sabroso mundo de chuparse los dedos.
Porque las comia mucho antes de la navidad, no puedo olvidar que Angelina también hacía hallacas, en las que demostraba su apertura hacia fórmulas provenientes de otras zonas del país. Ella les ponía garbanzos, como si fuera andina y no tan tocuyana como era. Se había forjado una cultura culinaria muy especial. Tomó de aquí y de allá, sin rigideces. Quiso siempre darnos felicidad con su cocina y muchas veces lo consiguió. Desde acá se lo agradezco y saludo con enorme afecto su humilde grandeza.
4 comentarios:
Estoy totalmente de acuerdo, sus dulces exquisitos. Cada año viajo a Barquisimeto con ocasión de las festividades de La Divina Pastora y aprovecho para degustar sus postres. Por lo menos su tradición ha seguido en manos de esa muchacha y no se pierdan sus recetas. Este año no pude viajar a Barquisimeto para la procesión pero el mes próximo lo haré y degustaré sus postres. Angelina siempre estará con nosotros y en nuestros paladares.
Polo
http://elfogondepolo.blogspot.com/
Celebro tu fidelidad a nuestra Pastora y a los dulces de Angelina.
Saludos barquisimetanos
Tanto talento TENÏA que tener aunque sea algunos años de aires de Barquisiemto...
Una Barquisimetana en Caracas...
Así es, Beatriz. Angelina tenía el talento de la cocina...
Saludos barquisimetanos.
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