Todos en navidad cedemos a los placeres de la mesa. No hay cuerpo que se resista ni dieta que se cumpla. Y es que la celebración decembrina no sería tal sin la felicidad de los condumios. Las promesas de austeridad en nuestras ingestas quedan postergadas para los buenos propósitos del año venidero. Nada de abstinencias gastronómicas en estos días propicios al exceso, durante los cuales parece que nos hubiese sido otorgada una licencia especial para los desafueros del convite. No es para menos. Se trata de una fiesta del espíritu cuyo centro se encuentra en la cocina, a la que acudimos en familia para dar cumplimiento a los rituales de una hermosa tradición. Por unas semanas somos todos golosos y hallaqueros.
Hemos ido perdiendo numerosas usos y costumbres, pero la secular hallaca no se desvanece. Ahí está, viva, manteniendo su lugar estelar en la navidad venezolana. En torno a ella giramos durante los días pascuales, intentando recuperar convivencias perdidas o espacios de amor lesionados y maltrechos. La hallaca hace el milagro de reunirnos. Y la cosa comienza desde los preparativos de su confección, pasa gozosamente por ésta y no concluye con su consumo. Se prolonga en los intercambios vecinales, amistosos, familiares, o simplemente, afectivos. La hallaca es un aguinaldo que se comparte y un gusto colectivo que nos damos una vez al año para disfrutar de la paz, o por lo menos, de la tregua.
Un tratado de sociología venezolana que se respete tendría que detenerse en la hallaca como un capítulo fundamental de la concordia criolla. Ver a los hermanos distribuirse las tareas en su elaboración, a la madre dirigir la brigada y al padre probar el guiso o amarrar torpe o diestramente, es un espectáculo de integración hogareña que no puede pasar inadvertido al estudioso de nuestro carácter como pueblo.
Hacer hallacas es, sin duda, una manifestación riquísima, que no se limita a la actividad alimentaria. Representa un acto de comunión con los ancestros y de reencuentro con nuestros contemporáneos. Es una expresión de patrimonio cultural material e inmaterial, a la vez. También lo son sus resultados. Y algo más, representa los más preciados orgullos caseros, los más célebres trofeos gastronómicos de varias generaciones. Las hallacas son simultáneamente vanidades comestibles y simbólicas. Son sabrosísimas querencias milenarias.
Plato barroco y rey de los tamales, la hallaca recorre nuestra historia y recoge a su paso lo mejor de las raíces de este continente. A partir de su presencia arquetipal, admite variantes de diversa índole, dejándole a la sazón de cada uno el secreto de su grandeza, que se revela de una vez en el color y la textura de la masa. Lo que sí no ha admitido aún la hallaca es la novelería. Así, cualquier intento de deconstrucción refistolero se estrella contra esta pieza monumental de la cultura venezolana. Y es que deconstruir afectos no puede ser impune. Y la hallaca, como se sabe, es sobre todo una ceremonia afectiva.
Este año, como siempre, ayudé como veterano amarrador, en la confección de las hallacas de Cuchi, en cuyo guiso la única carne que participa es la del cochino. La manteca de este soberbio animal (temida por algunos hugonotes de la alimentación) es la que se encarga de realzar la delicada masa de estas hallacas que son como las de mi abuela tocuyana, cuyos secretos alguna vez le confió a Cuchi mi tío Oscar Castellanos París, a cuya memoria dedico el esplendor de este momento sagrado.
Feliz Navidad a todos. Y ¡salud!
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4 comentarios:
Hay muchas cosas que se pueden decir de la hallaca y su elaboración. Por un lado, es casi el último reducto de nuestras tradiciones, que resiste el ataque de la comida rápida, el jingle bells y la televisión por cable.
También me llama la atención el proceso de elaboración, eminentemente matriarcal. Con una división jerárquica del trabajo digna de ser estudiada por un Adam Smith o una Jane Goodall, las mujeres de la familia (si su número lo permite) asumen cada una su rol en esta tarea. La más anciana dirige la operación con actitud de standartenführer, las tías y madres maduras elaboran el guiso, las jóvenes casadas se dedican a labores mecánicas como amasar, envolver y amarrar, y las niñas pequeñas juegan a colocar las aceitunas y pasitas.
Los hombres generalmente se dedican a las tareas más pesadas y propias de su sexo, como jugar dominó, comer pernil y emborracharse con chicha andina.
Y a esperar que estén las primeras hallacas. Y a hacer comentarios como los que haría Tigre Garmendia: "A mí lo que me gusta son los bollos".
Y sigue el dominó y la chicha -ya que no andina- escocesa.
Saludos,
Altazor
Como lo dice el amigo guy Monod hay muchas cosas que decir sobre la hallaca, pero en lo particular lo que mas adoro de su simbologia es la union de nnuestras tres culturas, la negra, indigena y el blanco espeañol... cada una tan amplia y tan diferente pero reunida en un solo plato...
Sin dejar de decir que las mejores hallacas son las de mi abuela.
Feliz Navidad Biscuter!!!
La elaboración de las hallacas es, ni mas ni menos, una liturgia: todos los años se reúne la misma gente, a hacer exactamente lo mismo, a escuchar los mismos cuentos. Es una reconciliación anual con quienes somos. Un disfrute para todos los sentidos!
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