Los lectores de Javier Marías recordarán una (es)cena de Todas las almas en la que el narrador conoce a la que va a ser su amante en la novela. El hecho le ocurrió a los cuatro meses de haber llegado a Oxford. Fue invitado a una “high table”, ese ritual oxoniense consistente en una larguísima comida que se realiza en los refectorios de los colleges y que posee su propio ceremonial, su estricta etiqueta para expresar las debidas jearquías académicas. Así, sólo los integrantes de la congregación deben asistir togados. Serán unos diez en total, que junto a sus diez invitados de otros colleges, ocuparán una mesa puesta sobre una tarima (de allí el nombre de la cena), presidiendo un salón donde comen también estudiantes, que, ubicados en las “mesas bajas”, representan no sólo al pueblo llano, sino también al público que esta escena gastronómica requiere, por lo menos para su inicio, dado que los estudiantes terminan devorando la comida y huyendo del refectorio para no presenciar del todo la liturgia.
Efectivamente, se trata de una función teatral semejante a las que diseñó Grimod de la Reynière en la Francia pre-revolucionaria, pero también con evidentes diferencias. Una “high table” es prolongada, pero no llega nunca a las cinco horas que la cofradía hedonista de Grimod le dedicaba a sus comidas, unos verdaderos maratones gastronómicos, en los que también era importante la calidad de la ingesta, cosa que no parece preocupar mucho a los cofrades de las “mesas altas” en la distinguida comunidad universitaria de Oxford, más ocupados en mantener la “altura” de la mesa que la “haut cuisine”, que, en rigor, ni les va ni les viene.
Refiere Marías que las “high tables” comienzan con un gran rigor, dando cumplimiento a lo previsto en un código que regula el más mínimo detalle. Sin embargo, poco a poco, la cena se va relajando tanto en compostura como en dicción, modales, sobriedad y atuendo (me imagino que algunos, ya cansados, se quitarán las togas). Pero eso sí: no se quebranta la norma de que cada comensal hable sólo con las personas que tiene a su lado. Siete minutos con quien fue su primera pareja al entrar y cinco con la otra, y así, alternando su conversación de derecha a izquierda y de izquierda a derecha durante las dos horas del convite. Esta norma obliga a emplear el lenguaje de la mirada para dirigirse a quienes se tiene enfrente o en algún otro sitio de la mesa. Cuenta Javier Marías:
“Clara Bayes, en aquella mi segunda `high table`, me observaba de reojo desde el otro lado de la mesa, casi enfrente de mí, entre divertida y compadecida de mis gestos de desaliento cuando veía desaparecer de mi vista abundantes platos que no había tenido tiempo ni de considerar, pese a mi embriaguez y mi hambre que iban siempre en aumento”. No sólo no se puede hablar con todo el mundo. Tampoco se puede uno descuidar mucho con los platos, porque el momento de su retiro por parte de los camareros está regladamente medido y es inexorable.
Si bien las “mesas altas” de Oxford lucen como una ridiculez de marca mayor, son, sin duda, una delicia para cualquier estudioso de la semiótica gastronómica (y académica). Sus signos del espacio y la etiqueta, del lenguaje y la mirada, del tiempo y el atuendo, configuran un completo cuadro oxoniense que podemos leer, como dije al comienzo, en la excelente novela de Javier Marías que a todos recomiendo.
1 comentario:
Comensales togados. No me gusta. De las costubmres ingleses, el te de la tarde.
Javier Marías me fascina.
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