lunes, diciembre 17, 2007

Las imponderables hallacas de Liverpool



1. Son larenses e historiadores. Ambos provienen de las aulas tocuyanas de don Egidio Montesinos. En este momento también son diplomáticos y se encuentran muy lejos de su patria. Uno de ellos ha estado escribiendo un libro sobre la esgrima moderna. El otro ha hecho anotaciones acerca de las neurosis de hombres célebres. Esta mañana de 1891, en Liverpool, se les ve atareados en otra cosa. Es diciembre y ya casi no falta nada para el 24. Días atrás decidieron celebrar juntos la navidad y hacerlo a la manera venezolana, para mitigar fríos y distancias. Así, se trazaron la difícil tarea de hacer hallacas. Por suerte, un trinitario tiene en Londres un abasto donde se expenden productos tropicales. Allí consiguieron el maíz, que terminaron pilando arduamente en un mortero de madera. Nada los detuvo, ni la casi imposible prueba de conseguir las hojas. Se valieron de sus funciones consulares para tener acceso al único lugar que albergaba, en rigurosa calefacción, la inhallable y costosa planta: el Jardín de Aclimatación de Londres. Atravesaron un largo periplo burocrático que exigió hasta la opinión técnica de la Sociedad de Historia Natural para poder cortar cinco hojas de un plátano británicamente custodiado. La proeza está a punto de consumarse. Asaron con esmero las hojas en el fuego de la chimenea y prepararon el guiso siguiendo las indicaciones que sólo uno de ellos (el mayor) conoce bien. Para darse ánimo silbaron un valsecito tocuyano cuando se dispusieron a probar el portentoso picadillo elaborado con carne de res y de cerdo, trozos de tocino y gallina. La música les dio suerte: estaba exquisito. En este momento, uno amarra la décima y última hallaca de esta hazaña culinaria. Son larenses e historiadores y ahora aventureros de la cocina. El primero tiene 33 años y se llama Lisandro Alvarado, aunque prefiera presentarse como Perico el de los Palotes. El otro tiene 30 y se le conoce ya como el doctor José Gil Fortoul.
El episodio que he referido lo contará más tarde el hijo del primero, Aníbal Lisandro Alvarado, en su valioso libro “Menú-Vernaculismos” (Edime, Caracas-Madrid, 1953).

2. “Pascua donde no se canta al Mesías, ¿dime si es pascua, José?”. La pregunta retórica del bellísimo aguinaldo de Otilio Galíndez puede formularse de igual manera respecto de la hallaca, porque la navidad sin ellas es inconcebible. La literatura venezolana ha sido pródiga en el registro de esa presencia. Uno de nuestros costumbristas, Nicanor Bolet Peraza, habló de las “imponderables hallacas” y llegó a afirmar que por no haberlas conocido ni cantado, los dioses del Olimpo dejaron de ser inmortales. Sin llegar a tanto, creo firmemente en las hallacas como verdadera fuente de alegría. Este año doy de nuevo gracias a Dios por contar con ellas y por traerme como siempre el sabor de la antigua mesa tocuyana que venero. En ella, las hallacas de Cruz del Sur Morales prodigarán, una vez más, la gracia de una masa fina y delicada que gustosamente contiene el alma barroca de la infancia.

P.D: FELIZ NAVIDAD. Le deseo a todos, especialmente a los lectores y lectoras de este blog, unas felices pascuas y, sobre todo, la amable dicha de compartirlas.

5 comentarios:

manuel allue dijo...

¿Es pascua?.

¡Felicidades!

Biscuter dijo...

También le decimos "pascuas" a la navidad. Curioso: no usamos "pascua" para la semana santa.

Felicidades y un cálido abrazo.

Anónimo dijo...

Casi todos los venezolanos que salen del país por un tiempo prolongado tienen una historia similar, donde se trata de reconectarse con el país aunque sea por un día, a pesar de estar en latitudes que dificulten la elaboración del plato que define nuestra navidad (al menos en parte).
Otros no aguantan pasar un diciembre fuera y hacen lo imposible por venirse asi sea para pasar unos pocos y muy especiales días en la patria, mientras que otros hacen alarde de ingenio y hacen suyos los productos del lugar, versionando su hallaca de la forma que el lugar lo permite.
Mis padres, como muchos otros venezolanos, estudiaron en el extranjero para formarse y enriquecer a Venezuela a la vuelta (de hecho, producto de la Gran Mariscal de Ayacucho y otras estartegias de financiamiento de estudios nacimos muchos venezolanos fuera del terruño, pero ese es tema para otra ocasión; aunque dejo bien claro que prefiero el alegre y pequeño turpial a la severa y fuerte águila calva).
MIs padres fueron destinados a Iowa, un estado en el centro-norte de los E.E.U.U., donde había mucho maíz, pero no harina. La única cosa parcida era una harina muy gruesa para tortillas "a la mexicana", que mi papá coció en agua caliente hasta que se convirtió en una masa aceptable. Las carnes y otros compinentes del quiso no eran problema, era posible sustituir algunos por versiones un poco sosas, pero que fuincionaban.
Como les pasó a Alvarado y a Gil Fortoul, el principal problema eran las hojas: en pleno invierno no había matas de plátano, resolviendo el primer año con la contribución forzada del invernadero de la universidad. Al año siguiente mi tía Beatriz envió cajas de revistas de Venezuela a mis padres, con unas hojas de plátano "tamaño carta" que eran preservadas en la nevera y reutilizadas cuantas veces fuera posible. Claro, ¿quién le explicaba a un agente de la aduana que esas hojas no eran un peligroso contrabando vegetal, sino el envoltorio del corazón del venezolano para las fechas de pascua?
Otros venezolanos (y latinoamericanos) presentes en Iowa se beneficiaron de el préstamo de las hojas, que eran cuidadas como si fuesen los rollos del Mar Muerto, tartando de extender por unos días más la magia que traían consigo.
Así se hicieron hallacas en contra de todo pronóstico, logrando acercar en medio de la fría nieve un poco del calor venezolano que tanta falta hace al que añora la patria.
Mis mejores deseos para los redactores de este bello espacio y para sus lectores.
Oswaldo Parra

Biscuter dijo...

¿Qué te parece, Oswaldo, una antología de relatos sobre la hallaca venezolana en el exterior?

Magnífico tu comentario.

Un abrazo para ti y toda tu bella familia.

Anónimo dijo...

Me parece excelente idea, sobre todo si es contada (de ser posible) por los que lo vivieron. Mi mamá me confirmó ayer que en efecto si consiguieron las hojas de un invernadero, pero fueron unos amigos de ellos que luego las compartieron.
Otra historia de hallacas: hace unos 20 años la familia de mi papá se reunió en Mapire, en la forntera fluvial de Anzoátegui con Bolívar (el Orinoco), donde mi tío Miguel tenía una casa. Ocho de 10 hermanos reunidos, cada uno con tres hijos al menos, representaban un pequeño batallón. Tal vez con ánimo aleccionador, tal vez por nostalgia, decidieron hacer hallacas "como cuando éramos muchachos", una pequeña aventura familiar que requirió algo de logística, dinero y la participación del ejército de los Parra.
Los ingredientes europeos (alcaparras, pasitas, aceitunas) fueron comprados desde antes de pensar siquiera en la "hallaca a la antigua"; el maíz fue comprado en hoja, pelado, desgranado y molido en un molino corona para hacer la masa.
Las gallinas fueron adquiridas vivas y las matamos los muchachos en el patio de la casa, para dárselas a las madres que se afanaron en limpiarlas y ponerlas a cocinar para hacer el caldo. La carne de res si fue comprada, pero al menos había sido sacrificada el día anterior. EL cochino recibió el golpe de rigor en la propia finca donde fue comprado, se le evisceró y lo llevamos en una camioneta hasta la casa para emprezar a faenarlo.
Creíamos que ya estaba hecho el trabajo, pero faltaban las hojas para envolver las hallacas. Fuimos a un conuco y nos dejaron llevarnos todas las hojas de plátano que pudiésemos cargar. Las pusimos en un fuego no muy fuerte para ablandarlas y nos dedicamos a desvenar, recortar y clasificar las hojas de envolver o fajar, para que pasasen de allí a la estación de lavado.
Los aliños del guiso fueron adquiridos en el mercado, ya que no teníamos tiempo para sembrar pimentones y cebollas, además del pabilo que no pudimos sustituir, ya que nos pareció poco práctico amarrar con tiras de hoja las hallacas.
El fuego es otra cosa interesante: la leña de manteco le aportó un aroma especial a todos los componentes del guiso, un cierto acre y algo de dulzón que recuerda un poco al aroma del fruto de este arbolito llanero. El más conocido chaparro no fue usado porque su llama dura muy poco y suele ser muy intensa.
Algo que siempre recuerdo de ese "hallacazo" es la sensación de estar siempre ocupado, de tener que pasar sin parar de una labor a otra, y también los platos intermedios como la sopa de gallina y los chicharrones que aplacaban el hambre anbtes de que llegase el momento cumbre: cuando había que probar el guiso, y armados de plato y cuchara nos reuníamos unos 20 catadores para aprobar o sugerir alguna modificación del guiso, del cual nos llevábamos algo más de lo estrictamente necesario para dar el veredicto.
Pocas veces volvimos en grupo numeroso a Mapire, pero de allí me queda el recuerdo de las únicas misas de gallo a las que asistí, y del año nuevo recibido en la casa y trasladado a la plaza del pueblo, con una sencillez grandiosa y una sincera alegría por el nuevo año.
Mis mejores deseos para este y todos los años por venir.
Oswaldo Parra