lunes, octubre 27, 2008

La comida verbal

Dante la ve pasar 

La antiquísima metáfora gastronómica tiene en la Biblia una de sus arcas más copiosas. Recordemos que comerse el rollo escrito para retener su contenido fue lo que hizo Ezequiel por mandato del Señor. Sólo así pudo el profeta transmitir correctamente el mensaje divino al pueblo de Israel. Pero no fue fácil. No bastó con ingerirlo. Pienso que Ezequiel se lo comió bien y con gusto. Lo saboreó y poco a poco fue tragándolo, como debe ser, como lo dicta la gula dominada. Después tuvo una buena digestión, sin sobresaltos ni sorpresas. Hubo alimento idóneo, pero también buen diente. Sabemos que el profeta no se lanzó con desespero a devorar el mensaje. Distribuyó con parsimonia sus ganas y evitó el posterior apuro de las aguas mayores. El alimento cumplió su cometido: ser palabra sabia. O viceversa, porque el mensaje fue, en rigor, el alimento.

Podríamos comenzar a jugar con la metáfora y explorarle diversos cauces, pero ahora sólo nos interesa introducir con ella un tema del que nos ocupamos hace algún tiempo y hoy me he antojado en retomar. Me refiero a las expresiones populares que usan el alimento como tropo o que simplemente aluden a la comida, mostrando rasgos precisos de nuestra cultura y nuestros hábitos. A tal efecto, contamos con un bello trabajo de Fermín Vélez Boza (El folklore en la alimentación venezolana) en el que se pasa gozosa revista por refranes, adivinanzas, canciones infantiles y sentencias populares, sin menoscabo de algunas citas literarias que también aluden al tema. El autor trazó en ese libro un mapa popular de los alimentos en la memoria verbal de Venezuela. Quiero detenerme en una de las fuentes consultadas por Vélez Boza: el Cancionero de Montesinos.

El tocuyano Pedro Montesinos se dedicó durante décadas a recopilar coplas y otras formas versificadas de la cultura popular venezolana y en 1913 completó su labor, denominándose ese trabajo, desde entonces, Cancionero de Montesinos. Se trata ahora de un clásico cuya preservación debemos a su hijo Ramiro, quien en los años cuarenta del siglo pasado lo entregó a los estudiosos del folklore en Venezuela. Hoy disponemos de nuevas recopilaciones de coplas, pero el Cancionero de Montesinos sigue exhibiendo su entrañable aura de pionero. Lo que brota de él no es otra cosa que el amor por la copla que nos viene de otros tiempos, una copla que muchas veces se basta a sí misma y se convierte en voz cuando es cantada y en resonancia cuando todos la repiten.

Dice la copla, por ejemplo:

“Los labios de mi morena
me saben a papelón
y cada vez que me besa
me palpita el corazón.


Es el tropo del enamorado que compara los besos de su amada con su chuchería predilecta. Oída ahora, esa copla clama por defender no sólo los labios de la morena, sino también el papelón, una de las glorias de nuestra cocina, golpeada como muchas otras por el olvido y la erosión de las tradiciones culinarias.

En el Cancionero no sólo encontraremos la metáfora, sino también la información directa sobre algunos alimentos y, a veces, sobre nuestras viejas pobrezas:

“El uvero y el caruto
son los frutos tempraneros
con que sostienen la vida
los infelices llaneros”.


Muchos sabemos de memoria Caballo viejo, la universal canción de Simón Díaz y mecánicamente decimos “el carutal reverdece”, sin saber qué es el caruto. La copla citada le otorga una nobleza desconocida. Saber qué es y lo que ha significado el caruto para el pueblo, parece todavía la asignatura pendiente de un buen número de personas.

Vuelvo a la metáfora de la comida. No sólo Ezequiel comió escrituras. Los brasileños del Manifiesto Antropófago comieron letras del Viejo Mundo para iniciar la interculturalidad de manera admirable e ironizar acerca del estigma de caníbales que algunos rotulan con desprecio. Otros hacen un canon de comestibles y dicen con la copla cuanto sigue:

“De las carnes, el carnero.
De las aves, la perdiz.
De los pescados, el mero.
De las mujeres, Beatriz”.

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