Ferragamo a sus zapatos
1. La marquesa salió a las cinco. La marquesa salió a las cinco, calzada de Ferragamo. La marquesa salió a las cinco, calzada de Ferragamo y se veía fascinante. La marquesa salió a las cinco, calzada de Ferragamo y se veía fascinante, imponente. En sus ojos brillaba la displicencia. Los zapatos de Ferragamo hicieron de la marquesa una diosa que todos admiraban. Nadie sabía que la marquesa tenía una cita con el ortopedista a las cinco y media. La marquesa llegó a la plaza a la cinco y dos minutos.
2. Esta mujer está escribiendo con ahínco un libro donde describe minuciosamente la obsesión de Nora García por los zapatos. Nora García es ella misma y requiere con urgencia de unos zapatos de diseñador, no sólo para ir a pie por la vida, sino para terminar de escribir el libro y alcanzar así una total armonía literaria. Recuerda una tienda donde ha visto los más bellos zapatos del mundo. Está en Bond Street, en Londres. Y hasta allá se va. Entra y los pide para probárselos. Son perfectos estos Ferragamo. Casi en el momento de acordar la compra, se detiene. Aunque los zapatos estaban en la mesa de las rebajas, le parecen demasiado caros y ella no está acostumbrada a pagar tanto dinero para andar calzada. Así que decide no adquirirlos. Le vienen a la mente los baratísimos zapatos de su infancia mexicana. De niña usó los de charol con hebilla y traba en forma de T, “de esos que en España se denominan merceditas”. Hecha un ovillo de contradicciones, sale de la tienda y vuelve a cavilar sobre su libro. Camina lentamente y piensa de nuevo en Ferragamo. Lo admira desde que sus padres zapateros copiaban inconscientemente sus diseños. Su devoción por el gran artista del calzado no disminuyó ni siquiera cuando se enteró de que había sido fascista. Lo considera un genio, simplemente. Sigue su recorrido por Bond Street. Pasa por Armani y se maravilla ante sus vestidos. Se percata de que en Ungaro están exhibiendo bellezas, pero demasiado juveniles para ella. Al toparse con Yves Saint-Laurent se pregunta: ¿dónde podría usar sus zapatos? Y continúa su camino, pensando en unos Christian Dior de color gris metálico y verde botella que tuvo alguna vez, comprados, por supuesto, en una tienda de segunda mano. De pronto, retorna a su mente el impetuoso tema de su libro y tiene la certeza de que para darle forma le es imprescindible estar bien calzada y eso sólo se lo podría proporcionar Salvatore Ferragamo. Se da vuelta y regresa a la tienda donde ha visto “los zapatos más bellos de su vida”. Va a dejarse de tacañerías y los comprará. “Son de un gris verdoso, con un reflejo plateado producido por el tratamiento que le han dado a la piel, el tacón no es demasiado delgado, es mediano, con una pequeña curva interior”. La empleada le comenta: “Usted ya estuvo aquí” y le muestra los zapatos. Nora los contempla, los acaricia y se los pone. Sabe que ahora sí podrá escribir con entusiasmo su libro prodigioso.
3. Algunos pueblos son más estrictos en la mesa. Para Nora García, los ingleses se llevan los honores en esas rigurosas exigencias. Ella solía invitar a sus amigos a buenos restaurantes londinenses donde bebían vino francés y comían sopa de pepino, chuletas de cordero a la menta y “yorkshire pie”, pero a expensas de un enorme sacrificio. Tenía que evitar el más mínimo ruido en la masticación y procurar que no escapara un solo pedacito de pan del cuadrado que en la mesa le había correspondido. Y lo que es peor: bebiese lo que bebiese (cerveza espumosa y caliente, incluida) sus labios pintados con un lápiz Chanel Nro. 5 tenían que mantenerse impecables después de la comida. Nora estimaba que eso estaba bien para la clase media inglesa obligada a ser más respetuosa de las etiquetas que la aristocracia misma, pero no para una mexicana que no está preparada para que después de comer chuleta de cordero a la menta sus labios no se le despinten.
De estas cosas de la moda y de la mesa escribió, calzada de Ferragamo, oyendo a Bach, comiendo turrón de yema y bebiendo oporto, Margo Glantz, la autora de Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador, que así se llama el estupendo libro publicado por Anagrama, del que me he valido para la nota de hoy.
2. Esta mujer está escribiendo con ahínco un libro donde describe minuciosamente la obsesión de Nora García por los zapatos. Nora García es ella misma y requiere con urgencia de unos zapatos de diseñador, no sólo para ir a pie por la vida, sino para terminar de escribir el libro y alcanzar así una total armonía literaria. Recuerda una tienda donde ha visto los más bellos zapatos del mundo. Está en Bond Street, en Londres. Y hasta allá se va. Entra y los pide para probárselos. Son perfectos estos Ferragamo. Casi en el momento de acordar la compra, se detiene. Aunque los zapatos estaban en la mesa de las rebajas, le parecen demasiado caros y ella no está acostumbrada a pagar tanto dinero para andar calzada. Así que decide no adquirirlos. Le vienen a la mente los baratísimos zapatos de su infancia mexicana. De niña usó los de charol con hebilla y traba en forma de T, “de esos que en España se denominan merceditas”. Hecha un ovillo de contradicciones, sale de la tienda y vuelve a cavilar sobre su libro. Camina lentamente y piensa de nuevo en Ferragamo. Lo admira desde que sus padres zapateros copiaban inconscientemente sus diseños. Su devoción por el gran artista del calzado no disminuyó ni siquiera cuando se enteró de que había sido fascista. Lo considera un genio, simplemente. Sigue su recorrido por Bond Street. Pasa por Armani y se maravilla ante sus vestidos. Se percata de que en Ungaro están exhibiendo bellezas, pero demasiado juveniles para ella. Al toparse con Yves Saint-Laurent se pregunta: ¿dónde podría usar sus zapatos? Y continúa su camino, pensando en unos Christian Dior de color gris metálico y verde botella que tuvo alguna vez, comprados, por supuesto, en una tienda de segunda mano. De pronto, retorna a su mente el impetuoso tema de su libro y tiene la certeza de que para darle forma le es imprescindible estar bien calzada y eso sólo se lo podría proporcionar Salvatore Ferragamo. Se da vuelta y regresa a la tienda donde ha visto “los zapatos más bellos de su vida”. Va a dejarse de tacañerías y los comprará. “Son de un gris verdoso, con un reflejo plateado producido por el tratamiento que le han dado a la piel, el tacón no es demasiado delgado, es mediano, con una pequeña curva interior”. La empleada le comenta: “Usted ya estuvo aquí” y le muestra los zapatos. Nora los contempla, los acaricia y se los pone. Sabe que ahora sí podrá escribir con entusiasmo su libro prodigioso.
3. Algunos pueblos son más estrictos en la mesa. Para Nora García, los ingleses se llevan los honores en esas rigurosas exigencias. Ella solía invitar a sus amigos a buenos restaurantes londinenses donde bebían vino francés y comían sopa de pepino, chuletas de cordero a la menta y “yorkshire pie”, pero a expensas de un enorme sacrificio. Tenía que evitar el más mínimo ruido en la masticación y procurar que no escapara un solo pedacito de pan del cuadrado que en la mesa le había correspondido. Y lo que es peor: bebiese lo que bebiese (cerveza espumosa y caliente, incluida) sus labios pintados con un lápiz Chanel Nro. 5 tenían que mantenerse impecables después de la comida. Nora estimaba que eso estaba bien para la clase media inglesa obligada a ser más respetuosa de las etiquetas que la aristocracia misma, pero no para una mexicana que no está preparada para que después de comer chuleta de cordero a la menta sus labios no se le despinten.
De estas cosas de la moda y de la mesa escribió, calzada de Ferragamo, oyendo a Bach, comiendo turrón de yema y bebiendo oporto, Margo Glantz, la autora de Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador, que así se llama el estupendo libro publicado por Anagrama, del que me he valido para la nota de hoy.
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