lunes, junio 15, 2009

La insumisa selva del Perú


El vigoroso escritor peruano Manuel González Prada dijo un día que todo blanco era, más o menos, un Pizarro. Lo recordé al enterarme de la masacre perpetrada por el gobierno de Alan García contra la población indígena de Bagua. La ominosa figura de los invasores del siglo XVI encarna de nuevo en gobernantes que invocan el “progreso” para hacer política de tierra arrasada, sin que les importe las vidas que se lleven por delante en su desesperado afán de hegemonía. No sabemos la cifra exacta de los muertos, pero sí que muchos de ellos fueron quemados o arrojados a las aguas del río Marañón. Defensores de sus lugares ancestrales, del albergue sagrado de sus mitos, los indios awajun y wampis estaban luchando por lo suyo, por la defensa de su selva y de sus frutos, cuando fueron atacados por aire y tierra, de la manera más artera y salvaje.

Quienes conocen la tesis que el presidente del Perú sustenta en el llamado “síndrome del perro del hortelano”, no se han sorprendido ante esta carnicería ordenada por él. Y en realidad nadie debería extrañarse de que sigan ocurriendo matanzas de este tipo contra nuestros pueblos indígenas. Prevalece en algunos sectores sociales una mentalidad dura de superar, según la cual hay poblaciones de primera y poblaciones de segunda. Entre éstas se encuentran, por supuesto, las diversas etnias aborígenes del continente. Semejante racismo aún campea también en algunos venezolanos (incluidos ciertos gobernantes), refractarios al espíritu que inspira las normas que en la Constitución vigente consagran los derechos de esos pueblos sojuzgados…

No siempre ha sido el exterminio físico la vía para la destrucción. Una de las armas predilectas de las élites, tanto de Perú como de Bolivia, ha sido la extinción progresiva de las identidades. También en Venezuela hemos padecido esa peste, que llegó a estar avalada por la Constitución del año 1961, para no hablar de otros textos normativos anteriores. Los Estados Nacionales se encargaron de ejecutar una depredación cultural que contó con el apoyo de ciertas religiones en los puestos de vanguardia. “Incorporar a los indígenas a la civilización” era la prédica etnocéntrica de nuestros gobiernos, negadores de la riqueza cultural de las comunidades indígenas: idiomas, costumbres, usos, religión, gastronomía, ciencia y técnicas que constituyen un patrimonio inmenso del cual debemos aprender mucho si queremos salvarnos como especie.

Uno abriga la esperanza de que esta acción infame del gobierno peruano avive la fuerza emancipadora de los pueblos y la rebeldía comunitaria de los indios. Creo que los tiempos de mansedumbre han quedado atrás. Ahora tiene la palabra la camarada insumisión. Está en juego la naturaleza y las etnias amazónicas del Perú se saben parte de ella. Por eso protegen su diversidad. Muchos “criollos” se han acercado a sus predios buscando curación para sus males y procurando aprender de su cocina y de sus dietas. Y han encontrado maravillas: suculentos pescados y chanchos aderezados con misto para alegrar el espíritu.

Aún en estos días tristes para la comunidad amazónica del Perú, después del ayuno, bien vale un buen masato, como lo saben los hombres de la selva y de la yuca.

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