lunes, abril 13, 2015

Günter Grass rectificó de sal


 
Cinco de la mañana. Después de montar el café, me asomo a la ventana y miro un carpintero que vuela cantando. Abro una página y leo que murió Günter Grass. En caravana, como dice el tango, pasan los recuerdos de sus libros, de los cuales el primero en esta casa es, sin duda, El rodaballo, una fantástica historia de la cocina, pero también de Alemania y de la humanidad, contada a partir de un cuento de los hermanos Grimm. Según los lectores alemanes, esa novela inmensa de Grass tiene el mejor comienzo de narración alguna en su idioma. Es una referencia culinaria y gustativa: “Ilsebill rectificó de sal”. Después vienen la historia, la crónica, las maravillas de una trama que no ha concluido todavía. 
 

Todo lo cuenta un rodaballo, que a veces está en la mesa, estofado en vino blanco con alcaparras y servido en porcelana de Sajonia. Uno de los personajes quería aceitarlo por ambos lados, espolvorearlo con albahaca y dejar que se hiciera en horno moderado durante media hora. Pero el rodaballo, que tiene los secretos de la desmesura y de la eternidad, siempre vuelve al mar. No se sabe por qué misterio, pero vuelve. Como diría un viejo poeta venezolano: “Pegúntaselo al mar, que el mar lo sabe”.
 

El rodaballo de Günter Grass es un aluvión de cocina y poesía. De sus páginas un día salió la alcaravea moruna para ser fruto seco en la choucroute.
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Otro título que viene a mi memoria es Anestesia local, recomendable como lectura mientras se espera en la consulta odontológica. Entre sus líneas se invoca a Santa Apolonia, patrona de los odontólogos, pero, más aún, de los pacientes. Recuerdo, por cierto, que cuando Günter Grass se enteró de que había ganado el Premio Nobel, estaba saliendo del dentista. Claro, Anestesia local es mucho más que eso. Es Alemania y el debate político de los sesenta, un debate en el que no dejó de participar su autor, quien nunca le huyó a los polemistas. Por el contrario, una vez les dio pábulo, al confesar pecados políticos de juventud. Cuando se actúa honestamente, se puede no tener razón, pero siempre se saldrá airoso.
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Se ha ido Günter Grass. Suena triste el “tambor de hojalata”, pero los versos de su canción infantil traen el consuelo: 

¿Quién muere, quién se ha muerto?
 Quien muere, llega a puerto.
 Si muere, ten por cierto,
 que el caso queda abierto. 

Abierta y perdurable la obra entera de Günter Grass. En ella sobrevive.

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