Cinco de la mañana. Después de montar el café,
me asomo a la ventana y miro un carpintero que vuela cantando. Abro una página
y leo que murió Günter Grass. En caravana, como dice el tango, pasan los
recuerdos de sus libros, de los cuales el primero en esta casa es, sin duda, El
rodaballo, una fantástica historia de la cocina, pero también de
Alemania y de la humanidad, contada a partir de un cuento de los hermanos
Grimm. Según los lectores alemanes, esa novela inmensa de Grass tiene el mejor
comienzo de narración alguna en su idioma. Es una referencia culinaria y
gustativa: “Ilsebill rectificó de sal”. Después vienen la historia, la crónica,
las maravillas de una trama que no ha concluido todavía.
Todo lo cuenta un rodaballo, que a veces está en
la mesa, estofado en vino blanco con alcaparras y servido en porcelana de
Sajonia. Uno de los personajes quería aceitarlo por ambos lados, espolvorearlo
con albahaca y dejar que se hiciera en horno moderado durante media hora. Pero
el rodaballo, que tiene los secretos de la desmesura y de la eternidad, siempre
vuelve al mar. No se sabe por qué misterio, pero vuelve. Como diría un viejo
poeta venezolano: “Pegúntaselo al mar, que el mar lo sabe”.
El rodaballo de Günter Grass es un
aluvión de cocina y poesía. De sus páginas un día salió la alcaravea moruna
para ser fruto seco en la choucroute.
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Otro título que viene a mi memoria es Anestesia
local, recomendable como lectura mientras se espera en la consulta
odontológica. Entre sus líneas se invoca a Santa Apolonia, patrona de los
odontólogos, pero, más aún, de los pacientes. Recuerdo, por cierto, que cuando
Günter Grass se enteró de que había ganado el Premio Nobel, estaba saliendo del
dentista. Claro, Anestesia local es mucho más que eso. Es Alemania y el debate
político de los sesenta, un debate en el que no dejó de participar su autor,
quien nunca le huyó a los polemistas. Por el contrario, una vez les dio pábulo,
al confesar pecados políticos de juventud. Cuando se actúa honestamente, se
puede no tener razón, pero siempre se saldrá airoso.
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Se ha ido Günter Grass. Suena triste el “tambor
de hojalata”, pero los versos de su canción infantil traen el consuelo:
¿Quién
muere, quién se ha muerto?
Quien muere, llega a puerto.
Si muere, ten por cierto,
que el caso queda abierto.
Abierta y perdurable la obra entera de Günter
Grass. En ella sobrevive.
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