Los tres físicos con la directora del sanatorio mental Les Cerisiers
Veo Los físicos, (1964), película basada en la
célebre obra de Friedrich Dürrenmatt. La dirigió Fritz Umgelter, quien le fue
totalmente fiel a la comedia que el suizo publicara en 1962, en tiempos de aquella
guerra fría que estuvo a punto de calentarse. Salvo algunas escenas, la película
es también teatro, sin dejar de ser cine, y es que la paradoja es inseparable
del absurdo. Y de Dürrenmatt, por supuesto.
Una idea recorre Los físicos: para salvar a
la humanidad, la ciencia debe refugiarse en la locura. Todos los físicos al
manicomio, será su lema. A partir de esa
premisa, un genio que venía trabajando en la teoría uniforme de las partículas
elementales, se finge orate y logra su
objetivo: ser encerrado en un sanatorio. La historia es conocida. Al manicomio
llegan los servicios secretos de las dos potencias, en procura de los
descubrimientos. Todo discurre dentro de una trama policial (hay crímenes, por
supuesto) que manejan muy bien los físicos, hasta que se topan con un problema
que ninguno había previsto: la psiquiatra. Pero lo dejo hasta ahí, para no
revelarle el desenlace a quienes no han leído la obra de Dürrenmatt ni visto la película de
Umgelter, ambas más que cincuentonas, pero llenas de un humor que no envejece.
--
Es el momento de la cena. Ya ha ocurrido el
tercer crimen y los físicos confrontarán sus verdades. No son locos. Se han
hecho tales. Uno, Möbius, para esconder sus saberes atómicos del poder político.
Los otros dos, para estar cerca del genio y sonsacarle sus hallazgos.
Newton revisa las viandas y se extraña de la
opulencia. Ya estaba acostumbrándose a la reciente frugalidad culinaria del
manicomio “Les Cerisiers”. Parece el
más goloso de los tres. Ya sabíamos de su afición al coñac, por la botella
“encaletada” en la chimenea, que sacó cuando charlaba con el inspector de la
policía. Ahora estamos asistiendo a su don cultivado de la gula.
La sola enumeración de los platos delata a
Newton. Es, sin duda, un tragaldabas. Se le hace agua la boca cuando ve el
primero y lo nombra con fruición: Leberknödelsuppe (una sopa de bolas de hígado
de ternera, que parece estupenda). Después enuncia con igual deleite: “Poulet à la broche” y “Cordon bleu”.
Newton se sirve y disfruta de la sopa,
extrañándose de que Möbius no la pruebe. “Exquisita”, dice, pero su colega
sigue deprimido y no se anima. Cuando pasa al pollo, Newton, que ya ha
comenzado a revelar su verdadera identidad, se detiene para elogiar el plato.
“Está grandioso”, exclama, y en ese momento oye que en la habitación de
Einstein está sonando Bach. Mejor, imposible. Sé que podrían hacerse diversas
especulaciones de orden simbólico con la presencia de la comida y el vino en la
pieza de Dürrenmatt, pero mi ocio apunta sólo a los instantes de seducción gastronómica,
que me son suficientes para que la escena de la mesa no quede inadvertida.
Poco después, Einstein se incorpora y, tras
confesar también su mascarada, se sienta y dice, sentencioso: “La más pura
comida del verdugo”.
Como sabemos, la frase será premonitoria, pero
eso es tema de otra nota. Ahora sólo me interesa el liviano momento del
convite, no su carácter ominoso. Así que no perturbemos a Newton cuando le
ofrece borgoña al inapetente Möbius y veamos cómo éste no se niega a rendirle
honores al caldo que Luis XIV usó para aliviar su gota y que, por cierto, la
directora del sanatorio donde los científicos permanecerán como “locos”,
descorchará en unos minutos para anunciar su tramposo dominio sobre los avances
de la física.
Servidos los tres, comienza Möbius su ingesta,
mientras Newton se dispone a atacar el cordon bleu. Lo demás es silencio, como
corresponde.
--
En algún lugar leí que el autor de Los
físicos fue también un afamado gourmet. Eso quizá lo explique todo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario