sábado, noviembre 19, 2016

Manteles de Borgoña





Banquete en Dijon

En un espléndido ensayo sobre su viaje a Borgoña, Néstor Luján  refiere algunas reglas y episodios de la orden caballeresca del Toisón de Oro. Al recordar que uno de los compromisos de la misma fue emprender una cruzada para la recuperación de los Santos Lugares,  menciona la cena ritual del juramento, así como las penitencias a que se sometían los miembros de la Orden hasta el cumplimiento del solemne voto.

De la cena sacramental destaca el hecho de que el menú incluía como plato principal un ave ante la cual los caballeros prestaban juramento. Casi siempre era un faisán. El noble volátil asado pasaba en ofrenda, de mano en mano, hasta llegar a las del caballero más prominente, para que éste hiciera gala del Arte Cisoria y trinchara con destreza el animal. Luján, goloso también en la escritura, se divierte al mencionar que el mayor elogio que Lancelot del Lago pudo hacerle al rey Arturo, fue decir que “había trinchado a la perfección un pavo real” en la Mesa Redonda, “a plena satisfacción de los cincuenta caballeros presentes”.

Sobre las penitencias es menos prolijo, pero nos regala una maravilla que hace las delicias de todo cultor de las mesas vestidas (y de los minicuentos). Tres severidades se les imponían a los penitentes. Las dos primeras eran “no dormir en un lecho” y “no folgar con dama o moza”. En la tercera está el asunto: “No comer sobre manteles”. Pero lo que me parece más atractivo no está dicho en el párrafo principal, sino en una nota a pie de página, en la que Luján escondió, al final de la misma, esta breve historia atribuida a Bertrand de Gueselin, de Bretaña. La primera parte de la nota nos ayuda a comprenderla:

El comer en manteles o dejarlo de hacer –voto que aparece en todos nuestros libros de caballerías y en nuestro Romancero- era signo señorial, como lo era saber trinchar. En un banquete el dueño de la casa comía sobre manteles individuales y su esposa, ante él, gozaba del mismo privilegio. Comer en el mismo mantel con alguien era igualarse a él. Bertrand de Gueselin imaginó un dramático ceremonial para expulsar a un caballero de su séquito que había mancillado su honor. Le sentó a su mesa y, en silencio, cortaron el mantel a derecha y a izquierda. Quedó solo, de codos sobre el rugoso roble, temblando de vergüenza.
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Pienso en el mantel de encaje de doña Augusta, referido por Lezama en Paradiso, del que no nos gustaría nunca ser excluidos. 
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(El libro de Néstor Luján es Viaje a Francia. Rutas literarias y gastronómicas de un viajero singular. Tusquets, colección Los 5 cinco sentidos, Barcelona, 2005).

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