lunes, enero 30, 2006

Hambre de encarnación padece el tiempo


 Amélie Nothomp



Me acabo de enterar del nuevo libro de Amélie Nothomp, la muy estimada, joven e inteligente escritora belga. Se titula Biografía del hambre. La noticia del título no tendría mayor importancia para mí, si no me hubiese llegado, precisamente, en el momento en que revisaba algunos materiales sobre el hambre con el propósito de comentarlos en Salsipuedes. “Azar concurrente” le dicen los lezamianos de la UNEY a esas aparentes casualidades que no debemos dejar nunca de atender. Por eso, estas líneas de hoy.

Pueden los lectores de este blog ir a las páginas digitales de “El País” y encontrar en la edición del pasado sábado, en el suplemento Babelia, una espléndida entrevista con Amélie Nothomp, belga, como ya dije, pero nacida y criada en el Japón. Cuando le preguntan si para ella el motor de la historia es el hambre, así como para Marx es la lucha de clases y para Stuart Mill el deseo de ganar más, ella responde:

“No creo que exista ninguna contradicción entre mi punto de vista y los autores que usted cita, sobre todo si se contempla el hambre desde un punto de vista abierto, que incluya apetitos que no sean sólo los ligados a la comida. Por eso abro el libro (`Biografía del hambre`) con una referencia al archipiélago de Vanuatu, que durante siglos ha vivido en la abundancia y el aislamiento, que no ha conocido el hambre. La constatación es cruel: tener hambre es terrible, pero no tener la posibilidad de pasar hambre es aún peor. Vanuatu es un paraíso que es un infierno porque suprime el deseo en la medida en que no hay problema para colmarlo”.

Amélie Nothomp decidió el 5 de enero de 1981, a los trece años, el día de santa Amelia, dejar de comer. Lo hizo junto a su hermana Juliette, en Bangladesh, donde su padre era embajador. La tajante resolución la tomó a partir de esta reflexión: “No se puede ver cada día impunemente el espectáculo violento y constante del hambre y vivir rodeado de gente que muere porque no tiene qué comer”. De esa manera Amélie y Juliette Nothomp realizaron la primera protesta anoréxica contra la injusticia alimentaria. No hicieron exactamente como el artista del hambre de Kafka, más gastronómico que social, pero compartieron con él la búsqueda del hambre absoluta. Por fortuna, la racionalidad de los trece años fue acompañada por otras y Amélie aprovechó la anorexia para salvarse de su alcoholismo infantil. No sé más. Ahora espero el libro con ganas, es decir, con hambre y curiosidad, para saber cómo terminó esa etapa de la vida de las Nothomp.

Terminada la lectura de la entrevista busqué la memorable novela Hambre de Knut Hamsum y leí estas palabras: “Había llegado a la dichosa locura del hambre: estaba vacío, libre de todo dolor, y mis pensamientos habían perdido el control”. Recordé de nuevo a Kafka y también a Josué de Castro y su Geografía del hambre, libro mencionado hace poco por mi amigo Guy Monod como lectura obligatoria para los aprendices de chefs, pero en ayunas. Me dije, de pronto, como tantas veces, un verso de Octavio Paz que es casi mi santo y seña: “Hambre de encarnación padece el tiempo”. Definitivamente, me llegaron las imágenes para un tema crucial de nuestra época y pensé que debíamos replantearnos una visión del hambre sin separar jamás la literatura de la ciencia.

Tomé, entonces, otro libro. Esta vez se trataba de Meditaciones sobre el gusto, ensayo del sociólogo argentino Matías Bruera y subrayé estas palabras para iniciar un camino: “La comida nutre y apela a lo genésico. De la misma manera que la frugalidad sólo es posible para quien no tiene apetito, el lujo es incomprensible sin el hambre. En el presente, la ideología fundamentalista del mundo gourmet es la más plena representación de una actitud reaccionaria y oclusiva ante la `producción` de miseria. El placer por el gusto es, en definitiva, la negación del hambre”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustaría conocer todo el contexto de la idea contenida en el párrafo citado de Bruera. No creo que deba oponerse el placer a la necesidad de justicia alimentaria. Seguramente Bruera no lo hace. Comparto una idea de Biscuter de un post anterior: no debemos privarnos del goce gastrómico ni tener mala conciencia porque no todos puedan tenerlo todavía.

Anónimo dijo...

No cabe la culpa por comer y disfrutar del alimento, por el hecho de que haya hambre en el mundo. Pero tampoco es válido regodearse en los placeres de la mesa sin al menos pensar en aquellos que sufren. A Dios rogando y con el mazo dando, pero es más fácil con el estómago lleno.
Además, si no se practican los placeres de la mesa se olvidan, y terminamos comiendo sólo para sobrevivir. Es posible que Bruera hable de lo gourmet en el sentido de lo exclusivo, de lo costoso, y no en el sentido que se le da en la UNEY: que el que crea saber de alimentos debe reconocer la buena mesa por humilde que esta sea.
Saludos