1. ETICA Y DISFRUTE DESPUES DEL ALMUERZO. Decía Leopardi que después de haberse entregado uno a la lectura de un buen poema, es muy difícil que salgamos a cometer de inmediato una mala acción. Infortunadamente, cierta barbarie letrada se encargó en ciertas ocasiones de demostrar el carácter ilusorio de dicha frase. Deseo creer que esos casos representaron sólo la excepción a la regla leopardiana. Hoy en día será difícil comprobarlo. Ya no se lee poesía en las altas esferas del conocimiento y del poder. La historia reciente está poblada de ejemplos de cómo la arrogancia de la “ciencia” (de alguna ciencia, por supuesto) ha servido para arrasar a la naturaleza, en nombre de sagrados saberes académicos y económicos. Si los responsables de esos laboratorios del crimen leyeran poesía tendríamos la oportunidad de validar o de refutar al gran romántico italiano, pero nada, ellos sólo conocen la fórmula que sirve para optimizar ganancias a costa de lo que sea. La poesía tal vez les parezca “bonita”, pero no entrañable y necesaria.
Ensayemos, entonces, otro ámbito para la frase de Leopardi, disminuyendo su propósito e invirtiéndola simplemente: “Después de haber realizado una buena acción, podemos disfrutar de verdad la poesía (de Leopardi, entre otros)”. Para no seguir el caos de las variaciones infinitas, arrimemos la brasa para nuestra sardina y hagamos una variante gastronómica: “Después de una buena comida, se aprecia mejor un buen poema y hasta un privilegiado puede llegar a escribirlo”. No será difícil comprobarlo. Basta recordar que un viejo refrán tuvo la sabia previsión de adelantarse por siglos a ese lugar común del apetito saciado. Así, estoy seguro de que Jorge Guillén escribió aquello del “beato sillón” y del “mundo bien hecho” después de una pitanza placentera.
No agrego nada más. Por ahora me iré a disfrutar de una buena siesta.
2. COMER EN LA UNEY. Desde el pasado 9 de abril reabrió sus puertas el restaurante de la Escuela de Servicios Turísticos de la UNEY, esta vez bajo la asesoría directa y cotidiana del Centro de Investigaciones Gastrónomicas, como debe ser. Al frente de la cocina está María de los Angeles Palao, quien con sus alumnos de la Escuela sirven los miércoles, jueves y viernes un estupendo menú con platos venezolanos o caseros, previamente trabajados en la cocina de Salsipuedes por Cuchi y su oficioso equipo. Doy como ejemplo mi experiencia del jueves 10 de abril cuando la suculencia del picadillo barinés (Don Picadillo de Barinas), compartió honores increíbles con el postre, que en esa ocasión fue una deliciosa natilla con sirop de naranja y con las criollísimas entradas (tres arepitas rellenas: queso, caraotas y carne mechada), para no hablar del espléndido paté que hizo de abrebocas (me dijeron que llevaba ron) junto con las aceitunas negras maceradas y las frescas pepitonas. Y todo dentro de un ambiente amable, sencillo, sin propensión a ridículas tiesuras. Formar servidores turísticos es también, de alguna manera, formar a los turistas. Por esa misma razón, formar servidores gastronómicos es también formar comensales. Hemos vivido una cultura de la apariencia que llegó al colmo de servir falsedades para falsos exquisitos (y para los que no también), dando etiqueta por ética, fórmulas por formas o lo que es lo mismo, gato por liebre. Esa cultura convirtió la ceremonia de la mesa pública en una lastimosa exhibición de echonerías, alejándola de sabores y saberes auténticos.
Casi al final de la avenida La Fuente, al lado de Salsipuedes, está el comedor-escuela de la UNEY. Allí podemos reencontrarnos los miércoles, jueves y viernes con la olvidada tradición de una cocina honesta.
Ensayemos, entonces, otro ámbito para la frase de Leopardi, disminuyendo su propósito e invirtiéndola simplemente: “Después de haber realizado una buena acción, podemos disfrutar de verdad la poesía (de Leopardi, entre otros)”. Para no seguir el caos de las variaciones infinitas, arrimemos la brasa para nuestra sardina y hagamos una variante gastronómica: “Después de una buena comida, se aprecia mejor un buen poema y hasta un privilegiado puede llegar a escribirlo”. No será difícil comprobarlo. Basta recordar que un viejo refrán tuvo la sabia previsión de adelantarse por siglos a ese lugar común del apetito saciado. Así, estoy seguro de que Jorge Guillén escribió aquello del “beato sillón” y del “mundo bien hecho” después de una pitanza placentera.
No agrego nada más. Por ahora me iré a disfrutar de una buena siesta.
2. COMER EN LA UNEY. Desde el pasado 9 de abril reabrió sus puertas el restaurante de la Escuela de Servicios Turísticos de la UNEY, esta vez bajo la asesoría directa y cotidiana del Centro de Investigaciones Gastrónomicas, como debe ser. Al frente de la cocina está María de los Angeles Palao, quien con sus alumnos de la Escuela sirven los miércoles, jueves y viernes un estupendo menú con platos venezolanos o caseros, previamente trabajados en la cocina de Salsipuedes por Cuchi y su oficioso equipo. Doy como ejemplo mi experiencia del jueves 10 de abril cuando la suculencia del picadillo barinés (Don Picadillo de Barinas), compartió honores increíbles con el postre, que en esa ocasión fue una deliciosa natilla con sirop de naranja y con las criollísimas entradas (tres arepitas rellenas: queso, caraotas y carne mechada), para no hablar del espléndido paté que hizo de abrebocas (me dijeron que llevaba ron) junto con las aceitunas negras maceradas y las frescas pepitonas. Y todo dentro de un ambiente amable, sencillo, sin propensión a ridículas tiesuras. Formar servidores turísticos es también, de alguna manera, formar a los turistas. Por esa misma razón, formar servidores gastronómicos es también formar comensales. Hemos vivido una cultura de la apariencia que llegó al colmo de servir falsedades para falsos exquisitos (y para los que no también), dando etiqueta por ética, fórmulas por formas o lo que es lo mismo, gato por liebre. Esa cultura convirtió la ceremonia de la mesa pública en una lastimosa exhibición de echonerías, alejándola de sabores y saberes auténticos.
Casi al final de la avenida La Fuente, al lado de Salsipuedes, está el comedor-escuela de la UNEY. Allí podemos reencontrarnos los miércoles, jueves y viernes con la olvidada tradición de una cocina honesta.
4 comentarios:
Cuanta gente y cuantas cosas hay detrás de un sencillo pero valioso plato. La soberbia de la ciencia mal entendida se priva (e intenta privarnos) de conocer las maravillas de lo cotidiano.
Un aplauso de mi parte para esta iniciativa.
"Las maravillas de lo cotidiano". ¡Qué bueno!. Se trata, precisamente, de descubrirlas. Están ahí, y no lo sabemos.
Un abrazo
Yo quiero ir¡¡
Cara de pucheros :(
Mis respetos por seguir resaltando lo que verdaderamente cuenta.igzce
Yo también quiero ir al Comedor-Escuela de la UNEY!!!
Un abrazo a los biscuters.
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