Sumito en la conferencia
Con él cerramos el sábado pasado la histórica semana aniversaria de la UNEY. Apenas llegó a Salsipuedes, entró a la cocina y registró con Cuchi la nevera y la alacena. No le importaron las 7 horas de viaje ni el cansancio y malestar que los viernes por la tarde producen nuestras fatigadas carreteras. Después de seleccionar los ingredientes, salió a buscar su cuchillo inseparable y entró de nuevo a la cocina. Es un decir, porque entrar a Salsipuedes es meterse de una vez en los fogones. Y eso hizo él, con alegría. Así, en un abrir y cerrar de ojos, los afortunados de esa noche pudimos comer las preparaciones del cocinero más famoso (y rápido) de Venezuela: una sabrosa carne con hongos y nueces y un gustoso arroz con camarones. La cena la habíamos iniciado con el ajoblanco de Cuchi, para deleite especial de Alexander Manzanilla, un abonado vitalicio de esa deliciosa sopa helada. Mesa y sobremesa nos sirvieron para recordar afinidades, como debe ser, cuando de comer se trata. Y, más aún, cuando esto se hace en buena compañía.
Al día siguiente, el sábado, ocurriría en nuestra sede principal en San Felipe algo que no tiene parangón en el mundo de la gastronomía, no sé si sólo venezolana. Sí lo tiene en el ámbito del rock, del deporte o del cine. Sumito Estévez fue asediado por montones de fans que procuraban una foto con él o un autógrafo suyo. Personas de diversa edad habían plenado el auditorio y lo habían oído con fascinación durante casi dos horas. Una vez concluida su conferencia, lo sitiaron como si se tratara de una clamorosa estrella de cine o de un futbolista venerado. Su compadre Francisco Abenante, excelente cocinero, se vaciló la escena de los enjambres humanos que rodearon esa mañana a Sumito y seguramente urdió algunas bromas amables y fraternas para gozarlas más tarde con su aclamado colega. En definitiva, estábamos asistiendo a la consagración yaracuyana de un nuevo tipo de ídolo: el ídolo de la gastronomía.
Pero no todo fue candilejas. También escuchamos las ideas que este personaje indiscutiblemente mediático transmite con fervor. Sumito en su conferencia hizo un claro análisis del noble oficio de cocinero, del cocinero que trabaja para el público. Describió la rutina y los desvelos de unos profesionales (no todos reconocidos como él) que se queman las manos y batallan en una cruenta anonimia cotidiana. Dio ejemplos y defendió a quienes quieren innovar en sus cocinas. Se refirió a la responsabilidad social y cultural del cocinero. Abogó por un lenguaje propio y por superar la retórica colonialista que hasta ahora ha contribuido a invisibilizar nuestro paisaje alimentario. Propuso, además, una ruta para quienes desde la academia trabajan el tema de la cocina, en especial, para quienes investigan sobre la culinaria venezolana. Así, nos pidió que nos ocupáramos de las cocinas regionales de nuestro país. En ese instante recordé, por cierto, que Sumito venía de desayunar unas empanadas de quinchoncho verde en Salsipuedes, donde, precisamente, se transita desde hace algún tiempo el camino que él ahora nos señala con acierto. También Sumito recordó en algún momento de su charla esos quinchonchos que esperamos sean de nuevo una seña de identidad.
Concluyo afirmando que lo más relevante de la conferencia de Sumito Estévez no estuvo en las valiosas cosas que nos dijo (algunas discutibles, desde luego), sino en la manera en que las dijo. Hablar con desenfado y apasionadamente de lo que sabemos es, de suyo, una lección de libertad. Eso hizo Sumito el sábado, para asombro y disfrute de quienes estuvimos allí, convocados por Cuchi Morales, quien podría ponerle firma de autora a los hermosos actos con que la UNEY celebró dignamente sus diez primeros años.
Al día siguiente, el sábado, ocurriría en nuestra sede principal en San Felipe algo que no tiene parangón en el mundo de la gastronomía, no sé si sólo venezolana. Sí lo tiene en el ámbito del rock, del deporte o del cine. Sumito Estévez fue asediado por montones de fans que procuraban una foto con él o un autógrafo suyo. Personas de diversa edad habían plenado el auditorio y lo habían oído con fascinación durante casi dos horas. Una vez concluida su conferencia, lo sitiaron como si se tratara de una clamorosa estrella de cine o de un futbolista venerado. Su compadre Francisco Abenante, excelente cocinero, se vaciló la escena de los enjambres humanos que rodearon esa mañana a Sumito y seguramente urdió algunas bromas amables y fraternas para gozarlas más tarde con su aclamado colega. En definitiva, estábamos asistiendo a la consagración yaracuyana de un nuevo tipo de ídolo: el ídolo de la gastronomía.
Pero no todo fue candilejas. También escuchamos las ideas que este personaje indiscutiblemente mediático transmite con fervor. Sumito en su conferencia hizo un claro análisis del noble oficio de cocinero, del cocinero que trabaja para el público. Describió la rutina y los desvelos de unos profesionales (no todos reconocidos como él) que se queman las manos y batallan en una cruenta anonimia cotidiana. Dio ejemplos y defendió a quienes quieren innovar en sus cocinas. Se refirió a la responsabilidad social y cultural del cocinero. Abogó por un lenguaje propio y por superar la retórica colonialista que hasta ahora ha contribuido a invisibilizar nuestro paisaje alimentario. Propuso, además, una ruta para quienes desde la academia trabajan el tema de la cocina, en especial, para quienes investigan sobre la culinaria venezolana. Así, nos pidió que nos ocupáramos de las cocinas regionales de nuestro país. En ese instante recordé, por cierto, que Sumito venía de desayunar unas empanadas de quinchoncho verde en Salsipuedes, donde, precisamente, se transita desde hace algún tiempo el camino que él ahora nos señala con acierto. También Sumito recordó en algún momento de su charla esos quinchonchos que esperamos sean de nuevo una seña de identidad.
Concluyo afirmando que lo más relevante de la conferencia de Sumito Estévez no estuvo en las valiosas cosas que nos dijo (algunas discutibles, desde luego), sino en la manera en que las dijo. Hablar con desenfado y apasionadamente de lo que sabemos es, de suyo, una lección de libertad. Eso hizo Sumito el sábado, para asombro y disfrute de quienes estuvimos allí, convocados por Cuchi Morales, quien podría ponerle firma de autora a los hermosos actos con que la UNEY celebró dignamente sus diez primeros años.
2 comentarios:
saludos desde panama...profe cuchi por favor necesito comunicarme con ud...mi e mail es christianalvins@hotmail.com....quiero ir hacer mis pasantias alla...y quiero trabajar con uds en el CIG...saludos un abrazo...
Hola Christian, escribe pronto a este email: cuchimorales@hotmail.com. Ya Cuchi está al tanto.
Un abrazo,
Freddy
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