lunes, marzo 09, 2009

Una odisea de la comida


En 1973 descubrí lo imposible: una película perfecta. En el exigente canon del cineclub barquisimetano que dirigía el jesuita Manuel de Pedro me había topado con prodigios, pero no con una maravilla de ese porte. El día que me dispuse a verla había desaparecido ya de las carteleras caraqueñas. Pienso ahora que tal vez no era el momento para recibir el impacto de esa poderosa revelación cósmica. El hecho ocurriría más tarde, en una sala de la calle Floridablanca de Barcelona. Durante más de dos horas, en compañía de mi amigo catalán Joan Queralt, presencié la apoteosis cinematográfica que un lustro antes había alcanzado un director incomparable. Al ritmo de un bello y clamoroso vals, me dejé atrapar entero por la infinitud. Cuando salimos, nosotros, los de entonces, ya no éramos los mismos. No podíamos serlo. Una de las verdaderas obras maestras del cine había ingresado esa tarde a nuestra memoria alucinada y sorprendida. Hablo de 2001: Una odisea del espacio, ese milagro de la mirada que nos regaló un genio llamado Stanley Kubrick. Hoy lo recuerdo con motivo de los diez años del día en que “el tiempo murió entre sus brazos”, para decirlo con un certero verso del mejor barroco sevillano.

Nadie que lo haya visto puede olvidar ese hueso lanzado al aire por un mono en la noche de los tiempos y, menos aún, su conversión inmediata en nave espacial que todavía deambula eterna y gozosa por el universo, bailando el Danubio Azul en la más sublime fiesta de la estética visual que imaginarse pueda. Y también: ir de un Strauss a otro Strauss, pasando por Ligeti, en un periplo musical que encanta al más pintado, tan inolvidable como Hal, el primer héroe de las tragedias informáticas.

En el año 2001, precisamente, proyectamos la película de Kubrick en el noble y persistente cineclub de la UNEY y volvimos a asistir a sus grandezas. Pluralizo adrede: visual, estética y filosóficamente no hay nada comparable en el arte y en la producción intelectual de nuestro tiempo a ese filme. Su autor explica a Marx, a Darwin, a Nietzsche y a Einstein, de una manera inefable y convincente y, de paso, hace cine más allá de las destrezas técnicas. De los ciento cuarenta y tres minutos de la película, Kubrick dedicó sólo cuarenta a los diálogos. Trabajó, como se debe, para que viéramos. ¡Y vaya que vimos! Por haberlo hecho con absoluta entrega podemos afirmar que seguimos soñando la película. La Academia, con su habitual ceguera, sólo le dio el premio por los efectos especiales. Estas son horas en que aún no se ha enterado de que tuvo ante sí, en 1968, a la única película perfecta que haya sido sometida a su ponderación.

Historia de los cambios y del asombro, la película de Kubrick, de algún modo, lo es también de la comida. Un programa de sociología de la alimentación podría tomar como excusa los diversos tipos de nutrición y de mesa que aparecen en ese portentoso filme que paga y se da el vuelto en materia biológica. Los monos, vegetarianos y carnívoros, descubren las armas cuando quieren garantizar su comida. Después, modificarán el mundo y desatarán el futuro. Y vendrán el deleite y la gula, pero también la asepsia de la nave Discovery y la aburrida tecnología de los (sin)sabores y las deconstrucciones.

Juro que vi a Kubrick en el 2001, desde un tren, en Inglaterra. Cuchi, que sabe de apetitos y ficciones, puede dar cuenta de esa inenarrable aparición.

4 comentarios:

Henry S. dijo...

Esa película debería estar proyectada en los museos. A mi me parece que va mas allá del puro arte cinematográfico. Esa película son mas cosas que una película. Es, casi, la obra total.

Biscuter dijo...

Querido Henry, comparto tu opinión. En efecto, esta película "es, casi, la obra total".

Un abrazo

Tecnorrante dijo...

Esa cinta cambió mi manera de entender el cine, acostumbrado como estaba a tantas proyecciones acompaña-cotufas. Pensé que habrían muchas más películas como esa que yo no conocía, y quizás esa fuera una de las razones por las que me fuí aficionando a ese hermoso arte: para buscarlas. Pero luego de poco tiempo me dí cuenta que no las habían, triste, pero ni modo, el asunto comercial no tolera tantos aciertos.

Por cierto, que dentro de cuatro días, Arthur C. Clarke cumple un año desde que “el tiempo murió entre sus brazos”.

Será que vuelven a rodar una obra tan completa como esta?

Amanecerá y veremos

(Un abrazo)

Biscuter dijo...

¡Qué buen comentario, Tecnorrante!

Somos hermanos por parte de Kubrick.