lunes, mayo 25, 2009

La música del hambre


La persistente memoria del hambre lo es de todas las cosas, por lo menos para el autor de esta novela cuya deliciosa lectura acabo de concluir. El hambre a secas es el tema de sus primeras páginas y “la música del hambre” el de las últimas. No voy a reseñar la conmovedora historia contada entre esas dos puntas, salvo referir que su autor, J. M. G. Le Clézio, rinde con ella un hermoso tributo a su madre, a quien llama Ethel en este libro que atraviesa tiempos franceses de guerras, ocupaciones y miserias. Prefiero quedarme ahora con las poderosas imágenes del gusto que el escritor ha sabido transmitirnos, tanto en el pórtico como en el epílogo de La música del hambre, que así se llama la novela.

Al final de la guerra un niño corre en Niza tras los camiones norteamericanos y sobre él y sus compañeros cae una lluvia de chicles, chocolates y paquetes de pan blanco. El pan será un descubrimiento imborrable. Suave y olorosa, la rebanada cuadrada resultará algo más que un alimento. Será fabulosamente un paraíso, cuyo recuerdo de por vida le hará agua la boca a Le Clézio porque ese día conoció la opulenta sensación de saciedad. Y no sólo por el pan, también por otro producto que su madre recibió en esa ocasión y que para algunas personas que no han pasado hambre, es una “espantosa comida de pobres”. Nombrárselos, incluso, es como mentarles la perfección de lo incomible. Se trata del denostado Spam que el autor describe así: “La pasta rosada, envuelta en gelatina (…), me llenaba de felicidad”. Su olor a carne fresca, la fina película de grasa que la pasta dejaba en su lengua y que cubría el fondo de su garganta, fueron para él un absoluto deleite. Años después Le Clézio volverá a encontrar las prodigiosas latas en México y Belice y se enterará de que al Spam lo llaman también “carne del diablo”. No importa. Para él seguirá siendo alimento divino e imagen de la dicha. Y también juguete milagroso porque con los envases pudo de niño inventar navíos de guerra.

Hace poco leí que otro europeo, británico para más señas y no precisamente pobre, había declarado que creció comiendo corned beef. “Recuerdo haber comido tanto que se me salía por las orejas”, dijo un día el príncipe Carlos de Inglaterra, para quien el topónimo uruguayo Fray Bentos es una especie de magdalena de Proust, porque de esa población sureña provenían las latas que el heredero consumía con voracidad imperial, como le corresponde. El gusto, ya lo sabemos, se sale con frecuencia de los esquemas culturales que hemos concebido con la intención de acotarlo o comprenderlo.

Volvamos a Le Clézio y al final de su novela. Suena el Bolero de Ravel. Son los últimos compases, “tensos y violentos”. La sala se ha inundado. En el público está la madre del autor. También un joven llamado Claude Lévi-Strauss. No se conocen ni habrán de conocerse, pero ambos le dirán al futuro Premio Nobel de Literatura que esa música cambió sus vidas. Asisten al estreno del Bolero. Casi nadie aguanta la repetición in crescendo, oceánica, retumbante, unánime. Es la música del hambre. Un planeta acaba de estallar. Sobreviene el silencio. Y sobreviven los aturdidos.

3 comentarios:

http:/insomniosyduermevelas.blogspot.com dijo...

De verdad ese escritor Le Clèzio es estupendo. Habrá que agradecer a la Academia Sueca que nos lo haya hecho conocer porque hasta entonces, lamentablemente las traducciones de sus libros eran escasísimas. En "El Pez Dorado" también le da importancia a la música. En este caso le da un carácter redentor. Es la música la que salva a esa chica inmigrante, excluida y maltratada desde muy pequeña. Es la música la que le da sentido a las vidas de los amigos y amigas que la amparan y le dan cobijo en guettos y arrabales. La música les ayuda. Les mitiga el dolor. Les calma la angustia. Les espanta el miedo.

Biscuter dijo...

Gracias por tu comentario. Lo que dices sobre "El Pez Dorado" me hará buscar pronto ese libro.

Saludos

eduardo dijo...

saludos
por casualidad conocen los teléfonos de ALimentos Viocar, los que producen allá en Yaracuy la leche de coco, la de botellita?


gracias