Las sesiones de agosto del Comité Jurídico Interamericano se realizan, como siempre, en Río de Janeiro. Desde el lunes 3 estamos en eso, con una agenda que a estas alturas luce bastante adelantada, por el intenso ritmo que nuestro presidente le ha impuesto a este período de reuniones. Estar en la llamada “ciudad maravillosa” trabajando, no deja de tener su gracia. Parece paradójico, sin duda, no sólo porque agosto es un mes que se suele dedicar a las vacaciones, sino también –y sobre todo- por hacerlo en una ciudad donde da la impresión de que nadie trabajara y en la que provoca de verdad recorrer las playas integradas armoniosamente al paisaje urbano o pasear con calma por el Aterro de Flamengo, esa obra maestra por la cual Lota de Macedo Soares se querelló con Roberto Burle Marx, en la típica disputa de los genios. Los paulistas hacen chistes a costa de la fama del ocio fluminense. Dicen, por ejemplo, que la razón por la cual el célebre Cristo Redentor del “Corcovado” permanece con los brazos abiertos, es que se encuentra a la espera de que algún carioca se ponga por fin a trabajar para aplaudirlo. Bromas aparte, lo cierto es que también en Río de Janeiro se trabaja y se lleva corbata -lo que resulta más paradójico que lo primero-, como lo demostramos los miembros del Comité Jurídico Interamericano, sesionando a diario alrededor de una mesa, al lado de la oficina que ocupó alguna vez el escritor Guimaraes Rosa, en el histórico Palacio de Itamaraty, ubicado en la antigua Rua Larga, hoy Marechal Floriano. Por cierto, nuestro compañero en el Comité, el ex Secretario General de la OEA, embajador Joao Clemente Baena Soares, recordó su experiencia en el referido Palacio, mediante un memorioso ensayo que figura en un reciente libro sobre la célebre Rua Larga de Sao Joaquim.
Si bien trabajamos, no perdemos los del Comité la ocasión de admirar la belleza de Río y de compartir su gastronomía. Lo primero: ir a diario a Itamaraty, saliendo de Leblon, donde me hospedo, es un recorrido prodigioso, que desde las playas (incluida Copacabana), hasta el centro, resulta un regalo imponderable hasta para el más distraído e insensible de los visitantes. Lo segundo: la abundancia de “botecos” impide el estricto seguimiento de las dietas, máxime si consideramos que en Leblon se congregan las mejores ofertas de “bolinhos” que imaginarse puedan. Rendirle honores al Jobi y, en especial, al Bracarense, después de una jornada de largas reflexiones jurídicas, es una buena compensación. También lo es dedicarse el sábado a degustar la feijoada de la Academia de la Cachaza, con el riesgo de que pueda resultar adictiva. El sábado pasado no lo hice, pues aceptamos una invitación para Barra de Tijuca y más allá, que concluyó en un copioso almuerzo de comida minera en El Recreo, donde descubrí las delicias del licor de jenipapo (el caruto de nuestras clases de literatura y gastronomía de la UNEY) y las excelencias del lechón de Ouro Preto.
La feijoada tuvo lugar ayer, día del padre en estas tierras. De nuevo visitamos la Academia de la Cachaza y por enésima vez sentimos que se trataba de una verdadera feijoada. Si nos pusiéramos a elogiar el gusto de las caraotas, del charque, de las orejas y rabo de cochino salado y del chorizo, nos quedaríamos seguramente cortos. Tendríamos, además, que dejar espacio para la col salteada en tocineta, la farofa, el arroz y la naranja, sabia presencia ésta, que, tanto en el caldo de las caraotas, como en las rodajas que acompañan el plato, contribuye de modo portentoso al necesario equilibrio de sabores de una comida tan completa. En la Academia la sirven, para hacer honor al nombre del lugar, con una copita de cachaza con miel y limón. Lo demás es silencio (y siesta).
Si bien trabajamos, no perdemos los del Comité la ocasión de admirar la belleza de Río y de compartir su gastronomía. Lo primero: ir a diario a Itamaraty, saliendo de Leblon, donde me hospedo, es un recorrido prodigioso, que desde las playas (incluida Copacabana), hasta el centro, resulta un regalo imponderable hasta para el más distraído e insensible de los visitantes. Lo segundo: la abundancia de “botecos” impide el estricto seguimiento de las dietas, máxime si consideramos que en Leblon se congregan las mejores ofertas de “bolinhos” que imaginarse puedan. Rendirle honores al Jobi y, en especial, al Bracarense, después de una jornada de largas reflexiones jurídicas, es una buena compensación. También lo es dedicarse el sábado a degustar la feijoada de la Academia de la Cachaza, con el riesgo de que pueda resultar adictiva. El sábado pasado no lo hice, pues aceptamos una invitación para Barra de Tijuca y más allá, que concluyó en un copioso almuerzo de comida minera en El Recreo, donde descubrí las delicias del licor de jenipapo (el caruto de nuestras clases de literatura y gastronomía de la UNEY) y las excelencias del lechón de Ouro Preto.
La feijoada tuvo lugar ayer, día del padre en estas tierras. De nuevo visitamos la Academia de la Cachaza y por enésima vez sentimos que se trataba de una verdadera feijoada. Si nos pusiéramos a elogiar el gusto de las caraotas, del charque, de las orejas y rabo de cochino salado y del chorizo, nos quedaríamos seguramente cortos. Tendríamos, además, que dejar espacio para la col salteada en tocineta, la farofa, el arroz y la naranja, sabia presencia ésta, que, tanto en el caldo de las caraotas, como en las rodajas que acompañan el plato, contribuye de modo portentoso al necesario equilibrio de sabores de una comida tan completa. En la Academia la sirven, para hacer honor al nombre del lugar, con una copita de cachaza con miel y limón. Lo demás es silencio (y siesta).
2 comentarios:
Estimado Biscuter:
Si va a seguir en Río "trabajando" por algunos días más, me permito sugerirle una visita al restaurante "Atrium" en el interior del Palacio de la Plaza 15 de Noviembre.
Ahí, pregunta por la dueña, la Sra. Vera Helena Heck y luego me comenta.
Saludos cordiales, la feijoada estábien tentadora.
Fernando Terreno
Gracias, Fernando, por tu oportuna recomendación.
Mi saludo y mis mejores deseos para ti.
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