Recuerdo la vieja pregunta ante la cerbatana y se la hago de nuevo, ahora que la veo en el balcón. Entiendo que me está respondiendo con su largo silencio. Creo saber así que los pericos volvieron a darse el gusto de siempre (1). No obstante, ahí sigue el maíz. Contra viento y marea, continúa siendo pródigo. Da para todos. Señor de la espigada tribu, hincha de nuevo su grano, en estos tiempos hostiles, donde no basta con cantarle, como famosamente hizo Andrés Bello en su silva. Hay que defenderlo porque contra él testifican los torvos inspectores del mercado y los “buenos ecologistas” del etanol. Por ese motivo (entre otros), el próximo 29 de septiembre, celebraremos en América Latina su día. Los mexicanos dirán “sin maíz, no hay país”. Y nosotros lo saludaremos de nuevo como raíz de nuestra cultura, como el alimento sagrado que une y alimenta a los americanos, provenientes todos de su vasto y variado linaje.
No voy a repetir lo que todos sabemos, aunque de tanto saberlo, algunos lo olvidan: que somos de maíz… Prefiero comentarles un bello libro de entretenimientos elaborado por las mexicanas Obdulia Ibarra y Teresa Blanco, publicado por Conaculta, con motivo de la exposición Sin maíz no hay país, que en el año 2003 fue montada en el Museo Nacional de Culturas Populares, en Coyoacán. El libro reproduce, precisamente, algunos textos de esa exposición y nos pasea por ella con un ingenio lúdico admirable. Pienso en un viejo proyecto nuestro de un Museo de la Alimentación y encuentro que en la experiencia mexicana podríamos encontrar, además de un buen estímulo, un modelo aleccionador. Pero vayamos al divertido libro que hace el milagro de contar en breves líneas las maravillas de nuestro mítico cereal. Aparte de crucigramas con recetas, sopa de lenguas, laberintos, mapas, murales y refranes, encontramos en él una información valiosísima acerca de la diversidad del maíz, obtenida por la antigua sabiduría tecnológica de los mexicas, duchos en la experimentación genética, mucho antes de que nuestras universidades y laboratorios redescubrieran el agua tibia. Sabemos por eso que hay maíz pepitilla, maíz bolita, maíz cacahuacintle, maíz cónico norteño, maíz palomero toluqueño, maíz conejo, maíz chapalote, maíz jala, maíz dulce, maíz nal-tel, maíz corniteco, maíz blando de Sonora, maíz reventador, maíz serrano de Jalisco, maíz tuxpeño, maíz zamorano, maíz elotillo. Sabemos, además, que podemos hacer numerosos platos que tienen su lugar de origen y sus precisas (y preciosas) señas de identidad. Así, podemos degustar las delicias de los tamales oaxaqueños, los papadzules, los menudos de la frontera, los menjengues, los zacahuiles, las sopas de chipilín, las gorditas de tierras negras, los chileatoles, las gallinas pintas, los pozoles colimenses, los panes de maíz, los pozoles jaliscienses, los tatishitles, los huchepos y los tlaxcales, partiendo de la Baja California y llegando a Yucatán, pasando por Colima, Chiapas, Chihuahua, Estado de México, Guanajuato, Hidalgo, Jalisco, Michoacán, Morelos, Nayarit, Nuevo León, Oaxaca y Querétaro. ¿A qué lugar corresponden los platos de la melodiosa enumeración anterior? La respuesta está en el libro, por supuesto. En él se nos invita también a incursionar gozosamente en la geografía gastronómica de un país que no podemos explicar sin la presencia poderosa del espléndido alimento. No faltan tampoco en sus páginas reflexiones acerca de las amenazas que se ciernen sobre nuestro patrimonio cultural. Olvidaba decirles el título del libro… Se llama Sin maíz no hay juego.
El corazón de Venezuela también es de maíz. Por eso, el próximo 29, nosotros, inveterados comedores de arepas, celebraremos el día con manducas, cachapas, mazamorra, hallacas, hallaquitas, empanadas y bollos pelones. Y beberemos chicha, para rematar una jornada donde a más de uno sorprenderemos con las manos en la masa.
No voy a repetir lo que todos sabemos, aunque de tanto saberlo, algunos lo olvidan: que somos de maíz… Prefiero comentarles un bello libro de entretenimientos elaborado por las mexicanas Obdulia Ibarra y Teresa Blanco, publicado por Conaculta, con motivo de la exposición Sin maíz no hay país, que en el año 2003 fue montada en el Museo Nacional de Culturas Populares, en Coyoacán. El libro reproduce, precisamente, algunos textos de esa exposición y nos pasea por ella con un ingenio lúdico admirable. Pienso en un viejo proyecto nuestro de un Museo de la Alimentación y encuentro que en la experiencia mexicana podríamos encontrar, además de un buen estímulo, un modelo aleccionador. Pero vayamos al divertido libro que hace el milagro de contar en breves líneas las maravillas de nuestro mítico cereal. Aparte de crucigramas con recetas, sopa de lenguas, laberintos, mapas, murales y refranes, encontramos en él una información valiosísima acerca de la diversidad del maíz, obtenida por la antigua sabiduría tecnológica de los mexicas, duchos en la experimentación genética, mucho antes de que nuestras universidades y laboratorios redescubrieran el agua tibia. Sabemos por eso que hay maíz pepitilla, maíz bolita, maíz cacahuacintle, maíz cónico norteño, maíz palomero toluqueño, maíz conejo, maíz chapalote, maíz jala, maíz dulce, maíz nal-tel, maíz corniteco, maíz blando de Sonora, maíz reventador, maíz serrano de Jalisco, maíz tuxpeño, maíz zamorano, maíz elotillo. Sabemos, además, que podemos hacer numerosos platos que tienen su lugar de origen y sus precisas (y preciosas) señas de identidad. Así, podemos degustar las delicias de los tamales oaxaqueños, los papadzules, los menudos de la frontera, los menjengues, los zacahuiles, las sopas de chipilín, las gorditas de tierras negras, los chileatoles, las gallinas pintas, los pozoles colimenses, los panes de maíz, los pozoles jaliscienses, los tatishitles, los huchepos y los tlaxcales, partiendo de la Baja California y llegando a Yucatán, pasando por Colima, Chiapas, Chihuahua, Estado de México, Guanajuato, Hidalgo, Jalisco, Michoacán, Morelos, Nayarit, Nuevo León, Oaxaca y Querétaro. ¿A qué lugar corresponden los platos de la melodiosa enumeración anterior? La respuesta está en el libro, por supuesto. En él se nos invita también a incursionar gozosamente en la geografía gastronómica de un país que no podemos explicar sin la presencia poderosa del espléndido alimento. No faltan tampoco en sus páginas reflexiones acerca de las amenazas que se ciernen sobre nuestro patrimonio cultural. Olvidaba decirles el título del libro… Se llama Sin maíz no hay juego.
El corazón de Venezuela también es de maíz. Por eso, el próximo 29, nosotros, inveterados comedores de arepas, celebraremos el día con manducas, cachapas, mazamorra, hallacas, hallaquitas, empanadas y bollos pelones. Y beberemos chicha, para rematar una jornada donde a más de uno sorprenderemos con las manos en la masa.
(1): La primera referencia es a la pregunta que se le suele hacer a la cerbatana: "¿Cómo está el maíz?". La otra es al refrán: "El primer maíz es de los pericos".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario