Mario Briceño Iragorry
Esta pequeña historia puede leerse toda en el decreto de un gobernador. Allí están condensadas sin mayores alardes la imponderable calidad de una bajeza y la ignorancia de los embaucados en ella. El pseudo cronista y los funcionarios que lo secundaron parecen cortados por la misma medida ética y educados por una idéntica pedagogía del odio. La única diferencia entre ellos tal vez resida en un mayor o menor grado de inepcia para la actividad pública o en un grado mayor o menor para el ejercicio del descaro. Amotinados, con el aplomo que otorga la incultura y la engañosa seguridad de los cargos que ostentan, los autores del decreto hurgaron previamente en el pasado y revivieron rencillas personales. Pasaron a ser lo que un personaje dijo de Pedro Páramo en la gran novela homónima: “un rencor vivo”. Dicho sea en todos los sentidos de esta frase: “son ahora rencores que se arrastran”.
El objeto de la vileza que los mueve es nada menos que la egregia memoria de un venezolano ilustre. Quieren derribarla. Ilusos, creen poseer la fuerza para ello. El procedimiento empleado es elemental y de uso inveterado por parte de los abyectos: la media verdad y la calumnia. Con ellas acuden a la vulgar y socorrida patraña de armar un expediente con retazos aislados de una vida, amputándole su grandeza y dignidad. Juzgan hechos y conductas fuera de su contexto, con el previsible resultado de la desfiguración histórica. Nada los detiene. Buscan vengar a un antepasado que se inventan o resarcirse por una afrenta que se imaginaron alguna vez, en virtud de sus atávicos complejos. Por un instante alcanzan el feliz espejismo de tapar el sol con un dedo y se dan por satisfechos cuando terminan de firmar el impresentable decreto. Amparados en la fugaz inmunidad de un cargo y en alguna triste convicción leguleya, hacen públicos sus dislates, a costa del Estado, por supuesto. Y celebran, sin percatarse del clamoroso ridículo que significa la “hazaña” de pretender mancillar un patrimonio moral de nuestro pueblo.
Lastimosamente, no es ficción lo ocurrido ni pasó hace mucho tiempo. La historia es reciente y cercana. El decreto es el número 277 y para evitar cualquier verosímil desplazamiento de nombres que a esta altura podría estar generándose en algún lector, aclaro de una vez que me estoy refiriendo al decreto del gobernador del Estado Trujillo fechado el 30 de julio del presente año, mediante el cual se declaró paladinamente a Mario Briceño Iragorry traidor a la patria y se le arrebató su nombre a la Biblioteca Pública Central de su estado. Cometo la impudicia de transcribir uno de sus párrafos antológicos:
“Considerando
Que Mario Briceño Iragorry regaló el 19 de Diciembre de 1927, en un acto de lisonja al Dictador Juan Vicente Gómez, la mesa donde El Libertador firmó la Proclama de Guerra a Muerte, como lo denuncia el francés Francis Benet en su Obra Guía General de Venezuela, publicada en 1929. Hecho que puede considerarse como traición a la Patria por atentar contra el Patrimonio Histórico”.
Sin duda, los valores que encarna el nombre de Mario Briceño Iragorry no pueden ser borrados por nadie, menos aún por el infeliz decreto de alguien ignorante o mal asesorado. Pero el hecho es escandalosamente sintomático y revela la inmensa necesidad de comenzar a aplicar la novísima Ley Orgánica de Educación para la formación, no sólo de mejores ciudadanos, sino también de mejores dirigentes. En este espacio, donde hemos citado muchas veces a Don Mario, a propósito del tema de la soberanía alimentaria, no podíamos guardar silencio ante ese desafuero.
El objeto de la vileza que los mueve es nada menos que la egregia memoria de un venezolano ilustre. Quieren derribarla. Ilusos, creen poseer la fuerza para ello. El procedimiento empleado es elemental y de uso inveterado por parte de los abyectos: la media verdad y la calumnia. Con ellas acuden a la vulgar y socorrida patraña de armar un expediente con retazos aislados de una vida, amputándole su grandeza y dignidad. Juzgan hechos y conductas fuera de su contexto, con el previsible resultado de la desfiguración histórica. Nada los detiene. Buscan vengar a un antepasado que se inventan o resarcirse por una afrenta que se imaginaron alguna vez, en virtud de sus atávicos complejos. Por un instante alcanzan el feliz espejismo de tapar el sol con un dedo y se dan por satisfechos cuando terminan de firmar el impresentable decreto. Amparados en la fugaz inmunidad de un cargo y en alguna triste convicción leguleya, hacen públicos sus dislates, a costa del Estado, por supuesto. Y celebran, sin percatarse del clamoroso ridículo que significa la “hazaña” de pretender mancillar un patrimonio moral de nuestro pueblo.
Lastimosamente, no es ficción lo ocurrido ni pasó hace mucho tiempo. La historia es reciente y cercana. El decreto es el número 277 y para evitar cualquier verosímil desplazamiento de nombres que a esta altura podría estar generándose en algún lector, aclaro de una vez que me estoy refiriendo al decreto del gobernador del Estado Trujillo fechado el 30 de julio del presente año, mediante el cual se declaró paladinamente a Mario Briceño Iragorry traidor a la patria y se le arrebató su nombre a la Biblioteca Pública Central de su estado. Cometo la impudicia de transcribir uno de sus párrafos antológicos:
“Considerando
Que Mario Briceño Iragorry regaló el 19 de Diciembre de 1927, en un acto de lisonja al Dictador Juan Vicente Gómez, la mesa donde El Libertador firmó la Proclama de Guerra a Muerte, como lo denuncia el francés Francis Benet en su Obra Guía General de Venezuela, publicada en 1929. Hecho que puede considerarse como traición a la Patria por atentar contra el Patrimonio Histórico”.
Sin duda, los valores que encarna el nombre de Mario Briceño Iragorry no pueden ser borrados por nadie, menos aún por el infeliz decreto de alguien ignorante o mal asesorado. Pero el hecho es escandalosamente sintomático y revela la inmensa necesidad de comenzar a aplicar la novísima Ley Orgánica de Educación para la formación, no sólo de mejores ciudadanos, sino también de mejores dirigentes. En este espacio, donde hemos citado muchas veces a Don Mario, a propósito del tema de la soberanía alimentaria, no podíamos guardar silencio ante ese desafuero.
2 comentarios:
Terrible Biscuter, Terrible... y estupida actitud, ciega e ignorante, manejada por la marea de un odio iletrado. Que triste decreto.
Excelente comentario.Basta leer Mensaje sin Destino o El Caballo de Ledezma, o simplemente Los Riberas para darse cuenta que MBI esta muy por encima de la desformacion de quienes detentan cargos importantes sin la formacion adecuada.Realmente como decia Don Mario refiriendose al"Diente Roto" de P E Coll que no hay labor mas importante en el pais,que remendarle los dientes a nuestros grandes hombres.
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