Leer a Marx de manera directa, sacándolo del nicho religioso donde por mucho tiempo lo incrustó el brutal dogmatismo estalinista, fue la noble tarea que entre nosotros realizó Ludovico Silva, con inteligencia y lucidez. Nos recordó que fue el mismo Marx quien declaró en una ocasión, ante las copiosas desviaciones de que era objeto su obra por parte de algunos exégetas, que si algo sabía él, era, precisamente, que no era “marxista”. Demostró Ludovico que las tergiversaciones acerca de la obra filosófica del gran judío de Tréveris no concluyeron después de esa suerte de admonición negativa y que el propio Engels se encargó de alimentar alguna de ellas. Antes de referirnos al punto específico que Ludovico Silva destaca en el equívoco de Engels, digamos algo más del marxista (esta vez sin comillas) venezolano.
Hay un libro de Ludovico titulado La alienación como sistema que es una obra verdaderamente descomunal. Por circunstancias que alguna vez su autor calificó de “dolorosas” o por la explicable fatiga de habérselas con volúmenes de Marx en varios idiomas, esa obra significó para Silva un prolongado y arduo desafío. Tardó años en escribirla. Felizmente todos sus libros filosóficos anteriores confluyeron en ese volumen que podríamos llamar "su Libro". Superar limitaciones bibliográficas para enlazar lecturas y traducciones, deshacer entuertos interpretativos, enmendar planas de autorizados autores, nadar contra las corrientes catequísticas, indagar la genealogía de desdibujados conceptos marxistas e hilvanarlo todo de manera impecable y prístina, tuvo, sin duda, los rasgos de una proeza intelectual, cuyo trayecto puede palparse en las páginas vivas de La alienación como sistema.
Además de haber demostrado cómo Marx fue construyendo su teoría de la alienación, Ludovico Silva nos quiso -marxista como era- devolver la imagen íntegra del autor de El Capital, sin fisuras, invicta, sobreviviente a todas las desgracias epistemológicas y a todas las crisis del pensamiento. Marxista hasta en sus maneras argumentales, Ludovico siempre partía de ideas que aparentaban ser correctas, pero de las que no podíamos confiar del todo. Poco a poco nos iba enganchando, siguiendo un periplo analítico que concluía con la certeza "probada" de su tesis. Tesis que tenía por cierta y evidente, pero nunca irrefutable ni definitiva, porque su deslumbrante recorrido reflexivo nos invitaba también al cuestionamiento permanente, que tanta falta nos hace en estos tiempos complejos y difusos en los cuales algunos se atreven a pedirnos lealtades ciegas e incondicionales adhesiones. Por cierto, nada sería menos marxista (a la manera de Ludovico Silva) que la exigencia de respaldos mecánicos y acríticos. Tal vez eso tenga que ver más con cierto cristianismo medieval (“Creo porque es absurdo”) o con las afanes personalistas que siempre están gravitando en las altas esferas del poder, para provecho de cúpulas o para exarcebar ciertos narcisismos.
También fue convincente Ludovico cuando nos habló de las llamadas “leyes de la dialéctica” como una infeliz ocurrencia de Federico Engels y no como la auténtica formulación marxista que repetían a voz en cuello los comunistas caletreros. Para Marx la dialéctica fue un método y punto. Una vía para explorar las contradicciones de la sociedad. Nunca un sistema filosófico. Así, sus supuestas leyes no sirven para nada. Error. Una de ellas sí sirve, pero ni siquiera la inventó Engels. La inventó (y no como ley dialéctica, ni siquiera como ley culinaria) el sentido común de los cocineros. Es la "ley" de “la conversión de la cantidad en cualidad”, conforme a la cual si te pasas de sal o de pimienta puedes acabar con un plato. Los cocineros, sin echonerías “marxistas”, manejan esa “ley” a su antojo y hasta se permiten formularlas con expresiones como “una pizquita”, “un chorrito” o “un puntico”, sin que se vulnere para nada la gustosa exactitud de su sazón.
Hay un libro de Ludovico titulado La alienación como sistema que es una obra verdaderamente descomunal. Por circunstancias que alguna vez su autor calificó de “dolorosas” o por la explicable fatiga de habérselas con volúmenes de Marx en varios idiomas, esa obra significó para Silva un prolongado y arduo desafío. Tardó años en escribirla. Felizmente todos sus libros filosóficos anteriores confluyeron en ese volumen que podríamos llamar "su Libro". Superar limitaciones bibliográficas para enlazar lecturas y traducciones, deshacer entuertos interpretativos, enmendar planas de autorizados autores, nadar contra las corrientes catequísticas, indagar la genealogía de desdibujados conceptos marxistas e hilvanarlo todo de manera impecable y prístina, tuvo, sin duda, los rasgos de una proeza intelectual, cuyo trayecto puede palparse en las páginas vivas de La alienación como sistema.
Además de haber demostrado cómo Marx fue construyendo su teoría de la alienación, Ludovico Silva nos quiso -marxista como era- devolver la imagen íntegra del autor de El Capital, sin fisuras, invicta, sobreviviente a todas las desgracias epistemológicas y a todas las crisis del pensamiento. Marxista hasta en sus maneras argumentales, Ludovico siempre partía de ideas que aparentaban ser correctas, pero de las que no podíamos confiar del todo. Poco a poco nos iba enganchando, siguiendo un periplo analítico que concluía con la certeza "probada" de su tesis. Tesis que tenía por cierta y evidente, pero nunca irrefutable ni definitiva, porque su deslumbrante recorrido reflexivo nos invitaba también al cuestionamiento permanente, que tanta falta nos hace en estos tiempos complejos y difusos en los cuales algunos se atreven a pedirnos lealtades ciegas e incondicionales adhesiones. Por cierto, nada sería menos marxista (a la manera de Ludovico Silva) que la exigencia de respaldos mecánicos y acríticos. Tal vez eso tenga que ver más con cierto cristianismo medieval (“Creo porque es absurdo”) o con las afanes personalistas que siempre están gravitando en las altas esferas del poder, para provecho de cúpulas o para exarcebar ciertos narcisismos.
También fue convincente Ludovico cuando nos habló de las llamadas “leyes de la dialéctica” como una infeliz ocurrencia de Federico Engels y no como la auténtica formulación marxista que repetían a voz en cuello los comunistas caletreros. Para Marx la dialéctica fue un método y punto. Una vía para explorar las contradicciones de la sociedad. Nunca un sistema filosófico. Así, sus supuestas leyes no sirven para nada. Error. Una de ellas sí sirve, pero ni siquiera la inventó Engels. La inventó (y no como ley dialéctica, ni siquiera como ley culinaria) el sentido común de los cocineros. Es la "ley" de “la conversión de la cantidad en cualidad”, conforme a la cual si te pasas de sal o de pimienta puedes acabar con un plato. Los cocineros, sin echonerías “marxistas”, manejan esa “ley” a su antojo y hasta se permiten formularlas con expresiones como “una pizquita”, “un chorrito” o “un puntico”, sin que se vulnere para nada la gustosa exactitud de su sazón.
Sería deseable que los antiguos saberes coquinarios pudieran tener una mínima influencia en quienes suelen elaborar y vendernos con gran boato el producto de sus "ensaladas" conceptuales. Tal vez de ese modo podamos evitar ciertas indigestiones ideológicas...
Hagámosle caso al sibilino Alfonso Reyes y digamos para concluir:
"Dejémoslo así, como metáfora".
"Dejémoslo así, como metáfora".
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