lunes, marzo 22, 2010

Memorial de la cocina

Gloria Hinostroza
Primero fue la Casa Grande, de la infancia, por supuesto. No hay otra casa para los poetas cuando tratan de buscar infinitamente en sus espacios la gracia primigenia. Esta es peruana y la encuentro abierta de par en par a la entrada de un poema narrativo donde el sol ha penetrado hasta en las alcobas más ocultas y olvidadas. Está en el centro de Huaraz, en la calle Comercio y la habitan multitudes. Tiene 42 dormitorios, salón, comedor, biblioteca, cocina, despensa, cuarto de amasar, 3 patios, huerto con árboles frutales, corral y caballeriza. Es una especie de pueblito donde discurre gente “durante todo el día/ yendo del huerto a la cocina, de la cocina al comedor” y del comedor hasta el salón de billar. Entre sus muros se pasa la vida “divirtiéndose en grande/ con todo un ejército de primos,/ tíos, amigos, servidores, adjuntos, meritorios/ de aquella infancia y épocas doradas”.

La Casa posee también su teatrín para las zarzuelas y el Bel Canto. Allí los niños disfrazados con trajes marineros cantaban el coro de Los Marineritos (como alguna vez también lo hicieran en una Casa Grande de San Felipe, en Venezuela, los nietos de la señora “Misia Aída”). Después, en la debacle, vendrán las casas chicas de Lima y sus resquicios para el juego, en La Victoria y en Barranco, con “el Art Deco de tiempos de Leguía”. Suele ocurrir con los desplazamientos que las familias se dispersan, pero los miembros de algunas, como ésta, venidos de la Cordillera Blanca, se visitan diariamente/ frente al parque de la Ermita/ (donde habitaba El Cura sin Cabeza)/ y al costado del Funicular/ que bajaba a la playa/ o sea a Los Baños Municipales de Barranco/ que eran preciosos” para que Lima frente a las olas del Pacífico Sur, los hiciera bailar “hasta un tango arrabalero/ pero adecentado, no faltaba más, como Garufa”.

La Casa Grande fue devastada por el terremoto del ´70 “que provocó 70.000 víctimas. Demás está decir que Huaraz también desapareció y que “fue reconstruido de cualquier manera/ como salta a la vista de cualquiera”. Se cuenta que unos primos rescataron “misteriosamente” de la Casa el vitral del comedor de los abuelos. Parece que lo llevaron a un hostal de Monterrey, “por los baños termales/ saliendo de Huaraz”, donde debe lucir su imponencia como el último vestigio de una fábula.

He glosado caprichosamente algunos fragmentos de un libro espléndido que marcó el retorno de su autor, no sólo a la mítica casa de la infancia, sino también a la poesía. Llevaba varios años dedicado a la narrativa, a la ensayística, a los astros, a la gastronomía y al teatro, hasta que un día el admirado escritor sorprendió a todos sus lectores con el poema de su genealogía, un texto que se deslinda de su anterior poética para darle entrada libre a la historia sentimental de sus recuerdos. Hablo de Rodolfo Hinostroza y de su Memorial de Casa Grande (2005), en cuyas páginas cobra vida una cultura preterida.

Dejé para el final lo que me resulta más amable: la imagen perenne de una cocinera que iba a ser monja y que aprendió de novicia los secretos de la cocina francesa, y luego en casa, la sabiduría de la cocina peruana: locros, shacuis, lawas, cuchicanca, tamales, charqui, oca, aloja de maíz negro, chicha de jora, choclo con queso Curpay y conejo en punto de maní. Es la imagen de la tía Lucha, una lección de amor prodigada a su familia y a su pueblo, a través de la comida. ¡Con qué gusto leo ahora los versos de su sobrino Rodolfo! Ahora descubro de dónde viene la sazón imperial de Gloria Hinostroza! En estos versos todo está dicho:

Y así fue que nos formó el paladar, a mi hermana y a mí,
en los cinco sabores que distingue
un paladar peruano:
salado, dulce, ácido, amargo, y picante.
(…)
Y al filo de los años mi hermana Gloria terminó por ser chef
pues heredó la mano santa de la tía Luchita
y es hoy una de las grandes cocineras del Perú.
Y yo salí gourmet, y escribí un libro de Cocina Peruana
que la hizo conocer en todo el mundo (así lo espero)
dedicado a mi tía”.

Memorial de Casa Grande es la expresión hermosa de una resistencia cultural que lleva siglos afirmándose.

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