Luis Suárez
1. Soñamos con la inédita felicidad de aupar en el 2014 a nuestra vinotinto. Sabemos que ese sueño es posible y por eso nos preparamos para vivirlo cuando se inicie en Brasil el próximo mundial de fútbol. No deberíamos olvidar que esa preparación ha de incluir las previsiones necesarias para afrontar la angustia de cada juego, en especial, la de algunos. No hay nada más agónico que ver a tu equipo en un partido decisivo. Uno sufre cada vez que el narrador repite el lugar común de que “no hay mañana” y más todavía en el instante en que se cobra un peligroso tiro libre contra la oncena de nuestros pesares. Ayer viví esos momentos cuando veía avanzar ominosamente al mexicano Salcido hacia los parajes de Argentina. Si bien la ventaja me daba cierta tranquilidad, no dejaba de cuidar mi corazón alejándome unos segundos de la tele para retornar cuando pensaba que la amenaza había pasado. No es difícil saberlo. Al no escuchar los gritos de los vecinos, cesa el suplicio. Pero éste vuelve, porque el fútbol es vertiginoso y en cámara lenta sólo juega Riquelme.
Estamos en las etapas cruciales del mundial. Seguramente presenciaremos esa crueldad que la sádica FIFA ha ideado para resolver los juegos que terminan empatados después de las prórrogas: las tandas de penales. No se ha ideado una tortura peor que esa para los fanáticos. A sabiendas de que es una propuesta ilusoria, propongo su inmediata eliminación. Utopista como soy, sé que defiendo así un derecho humano frente a la sevicia oficial de los principales usufructuarios del negocio, quienes nunca pierden porque juegan con las cartas marcadas. Lo cierto es que de nuevo podemos ser rehenes de ese insufrible tormento de los penales. Ruego porque esta vez no le suceda a la Argentina, equipo que apoyo desde el 86 y con el que me he entrenado como hincha en los mundiales, para afrontar algún día el rol de ser un partidario apasionado de la selección de Venezuela. Con Argentina he celebrado y he sentido hondas aflicciones. Creo que ha sido una buena escuela. Tengo además la experiencia beisbolera de gran doliente: soy del Cardenales de Lara en las buenas y en las malas y, como sabemos, han sido más las últimas que las primeras. Curado de espantos, pero con las ilusiones muy vivas, asisto a la refriega.
2. La tradición es tan beligerante en la cocina como en el fútbol. Un viejo truco culinario puede resolver cualquier dificultad en los fogones, así como el recuerdo de un viejo esplendor puede ser el acicate triunfal de los equipos con verdadero pedigree. Algunos tienen el nombre de países que fueron un imperio y ese nombre juega, pero no tanto como el estricto ancestro deportivo. Uruguay nunca fue una nación imperial, pero posee una historia gloriosa en el fútbol y el sábado las ráfagas de esa historia jugaron también. Y están jugando bellamente en este mundial surafricano, con las destrezas y el talento de Suárez y Forlán y la maestría del director Oscar Tabárez. La “celeste” no puede olvidar que en su enseña están los nombres de los muchachos del 30 y del 50 y que el mediocampista negro José Leandro Andrade demostró no sólo cómo se bailaba el fútbol sino también el tango en la Europa de entreguerras. Cuando Luis Suárez marcó el formidable segundo gol contra Corea del Sur, en un partido que vi sin sobresaltos, supe que el Uruguay de la memoria era quien ganaba ese juego. Fui entonces a la cocina y busqué dulce de membrillo y queso guayanés para hacerme un arbitrario Martín Fierro y celebrar así el triunfo uruguayo, mientra oía la voz de Jaime Roos cantando “¡Vamo arriba la celeste!”.
Estamos en las etapas cruciales del mundial. Seguramente presenciaremos esa crueldad que la sádica FIFA ha ideado para resolver los juegos que terminan empatados después de las prórrogas: las tandas de penales. No se ha ideado una tortura peor que esa para los fanáticos. A sabiendas de que es una propuesta ilusoria, propongo su inmediata eliminación. Utopista como soy, sé que defiendo así un derecho humano frente a la sevicia oficial de los principales usufructuarios del negocio, quienes nunca pierden porque juegan con las cartas marcadas. Lo cierto es que de nuevo podemos ser rehenes de ese insufrible tormento de los penales. Ruego porque esta vez no le suceda a la Argentina, equipo que apoyo desde el 86 y con el que me he entrenado como hincha en los mundiales, para afrontar algún día el rol de ser un partidario apasionado de la selección de Venezuela. Con Argentina he celebrado y he sentido hondas aflicciones. Creo que ha sido una buena escuela. Tengo además la experiencia beisbolera de gran doliente: soy del Cardenales de Lara en las buenas y en las malas y, como sabemos, han sido más las últimas que las primeras. Curado de espantos, pero con las ilusiones muy vivas, asisto a la refriega.
2. La tradición es tan beligerante en la cocina como en el fútbol. Un viejo truco culinario puede resolver cualquier dificultad en los fogones, así como el recuerdo de un viejo esplendor puede ser el acicate triunfal de los equipos con verdadero pedigree. Algunos tienen el nombre de países que fueron un imperio y ese nombre juega, pero no tanto como el estricto ancestro deportivo. Uruguay nunca fue una nación imperial, pero posee una historia gloriosa en el fútbol y el sábado las ráfagas de esa historia jugaron también. Y están jugando bellamente en este mundial surafricano, con las destrezas y el talento de Suárez y Forlán y la maestría del director Oscar Tabárez. La “celeste” no puede olvidar que en su enseña están los nombres de los muchachos del 30 y del 50 y que el mediocampista negro José Leandro Andrade demostró no sólo cómo se bailaba el fútbol sino también el tango en la Europa de entreguerras. Cuando Luis Suárez marcó el formidable segundo gol contra Corea del Sur, en un partido que vi sin sobresaltos, supe que el Uruguay de la memoria era quien ganaba ese juego. Fui entonces a la cocina y busqué dulce de membrillo y queso guayanés para hacerme un arbitrario Martín Fierro y celebrar así el triunfo uruguayo, mientra oía la voz de Jaime Roos cantando “¡Vamo arriba la celeste!”.
1 comentario:
Muy linda y nostalgiosa la entrada. Por acá también somos hinchas por duplicado, pero sólo hasta ahí. Hasta que, ojalá, llegue el momento de enfrentarnos, porque eso significaría que la albiceleste y la celeste pasaron.
Al "Martín Fierro" le llamamos en esta orilla del Plata "Vigilante", que alude al policía que se llevaba una porción en el bolsillo para merendar. Ahora resulta que "vigilante" se ha popularizado como "soplón", así que mejor llamarlo Martín Fierro nomás.
Y un hurra por los guaraníes, que también pasaron esta ronda de octavos.
Saludos cordiales y buen futbol.
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