Desde el viernes pasado habitamos en el populoso planeta Fútbol. Cada cuatro años hacemos este viaje e incorporamos a nuestra memoria un nuevo hito temporal. Solemos desde 1970 dividir las épocas vividas por nosotros en períodos de cuatro años: antes o después del mundial. Aparte de ser un eficaz recurso mnemotécnico, funciona asimismo como una seña de identidad que convoca y enlaza a múltiples culturas. Recuerdo que hace un año tuve una gratísima conversación con un profesor africano y que, aparte del literario, nuestro tema más afín fue el futbolístico. El verde de mi camisa sirvió de excusa para iniciar una charla acerca del Betis, un equipo no precisamente de Venezuela ni del Senegal, país de mi amable y culto interlocutor, sino de España, concretamente, de Sevilla, con el agregado de que no se trata de un conjunto clamorosamente exitoso como el Barcelona o el Madrid, con seguidores en todo el mundo, sino más bien de una oncena experta en la derrota, pero amada por los sevillanos, cuya frase “¡Viva er Betis, manque pierda!” es una bellísima proclama de amor. Del Betis y sus querencias pasamos a los mundiales y por ahí surgieron diversas aristas, destacándose las referidas a los jugadores, cuyos nombres son el punto central de la afición. Esa escena se repite a diario en todo el mundo. Sin ninguna duda, el fútbol es un puente prodigioso para el diálogo.
Ahora nos encontramos de nuevo sumergidos en el vertiginoso discurrir de los mundiales. Estamos dispuestos a modificar nuestras rutinas para adecuarlas a los horarios de los juegos y, de no poder hacerlo del todo, buscaremos la manera de que el fútbol no encuentre veda en ningún espacio laboral. Apenas se inicia el campeonato el escritor Eduardo Galeano coloca un cartel en la puerta de su casa donde dice de manera tajante: “Cerrado por mundial”. En una ocasión (año 98), quien suscribe, junto con su socio, para concentrarse en el mundial de Francia, detuvo la redacción de un proyecto de mucho interés para ambos. De otro modo no se hubiese cumplido con la dedicación sagrada a los juegos ni con la calidad del trabajo que teníamos pendiente, el cual requería dedicación absoluta. Como eso no lo podemos hacer siempre (y menos aún lo de Galeano), es sólo cosa de combinar con destreza los momentos lúdicos con los de las tareas profesionales. Y si se tiene la suerte de que nuestro equipo esté ganando, pues mucho mejor para el trabajo. La alegría regala ráfagas de magia a lo cotidiano y ayuda a superar cualquier escollo.
Hoy siento todavía el sosiego que el sábado me dio el triunfo de Argentina, así como el regocijo por haber visto el domingo a una Alemania con la joven sorpresa del turco Özil. Por encima de las penosas fallas porteriles de los primeros juegos, en mi memoria se impone el esplendor de las jugadas y el brillo inmaculado de Lionel Messi. Y nos falta ver a España, a Brasil, a Paraguay, a Portugal y a Italia, para no hablar de la simpatía que ya nos produjo el equipo de Ghana y el maravilloso arquero de Nigeria. Esto apenas se inicia, pero ya el entusiasmo está presente. Nos complace mucho que Africa sea la sede de esta fiesta y que la impronta de la dignidad surafricana sea su guía. Jamás sobra la fuerza de los símbolos. En la trastienda del fútbol ha habido (y hay) muchas trampas e infamias, pero a ellas se opone una nobleza: la de quienes hacen del deporte un territorio donde ética y estética nunca se separan. Y algo más: donde es posible recuperarse frente a todas las hostilidades. Por eso para mí este mundial tiene un plus: el retorno de Diego. ¿Y quién es Diego? podría preguntar con desprecio alguno de sus detractores? La respuesta la dio Jorge Valdano con una tautología que es a su vez una consigna de adhesión: “Diego es Maradona”. Y punto.
Ahora nos encontramos de nuevo sumergidos en el vertiginoso discurrir de los mundiales. Estamos dispuestos a modificar nuestras rutinas para adecuarlas a los horarios de los juegos y, de no poder hacerlo del todo, buscaremos la manera de que el fútbol no encuentre veda en ningún espacio laboral. Apenas se inicia el campeonato el escritor Eduardo Galeano coloca un cartel en la puerta de su casa donde dice de manera tajante: “Cerrado por mundial”. En una ocasión (año 98), quien suscribe, junto con su socio, para concentrarse en el mundial de Francia, detuvo la redacción de un proyecto de mucho interés para ambos. De otro modo no se hubiese cumplido con la dedicación sagrada a los juegos ni con la calidad del trabajo que teníamos pendiente, el cual requería dedicación absoluta. Como eso no lo podemos hacer siempre (y menos aún lo de Galeano), es sólo cosa de combinar con destreza los momentos lúdicos con los de las tareas profesionales. Y si se tiene la suerte de que nuestro equipo esté ganando, pues mucho mejor para el trabajo. La alegría regala ráfagas de magia a lo cotidiano y ayuda a superar cualquier escollo.
Hoy siento todavía el sosiego que el sábado me dio el triunfo de Argentina, así como el regocijo por haber visto el domingo a una Alemania con la joven sorpresa del turco Özil. Por encima de las penosas fallas porteriles de los primeros juegos, en mi memoria se impone el esplendor de las jugadas y el brillo inmaculado de Lionel Messi. Y nos falta ver a España, a Brasil, a Paraguay, a Portugal y a Italia, para no hablar de la simpatía que ya nos produjo el equipo de Ghana y el maravilloso arquero de Nigeria. Esto apenas se inicia, pero ya el entusiasmo está presente. Nos complace mucho que Africa sea la sede de esta fiesta y que la impronta de la dignidad surafricana sea su guía. Jamás sobra la fuerza de los símbolos. En la trastienda del fútbol ha habido (y hay) muchas trampas e infamias, pero a ellas se opone una nobleza: la de quienes hacen del deporte un territorio donde ética y estética nunca se separan. Y algo más: donde es posible recuperarse frente a todas las hostilidades. Por eso para mí este mundial tiene un plus: el retorno de Diego. ¿Y quién es Diego? podría preguntar con desprecio alguno de sus detractores? La respuesta la dio Jorge Valdano con una tautología que es a su vez una consigna de adhesión: “Diego es Maradona”. Y punto.
2 comentarios:
Eduardo Galeano, que no es santo de mi devoción, tuvo unas palabras muy certeras sobre el Diego: "es un dios sucio"... Será por eso que lo queremos tanto...
Ciertamente, Matías, por eso es que lo queremos tanto, quién no va a querer a un "dios sucio".
Un abrazo grande
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