José Lezama Lima
Heberto Padilla
Heberto Padilla
A aquel hombre le pidieron su tiempo para que lo juntara al tiempo de la Historia. Le pidieron las manos, los ojos, los labios, las piernas, el bosque que lo nutrió de niño, el pecho, el corazón, los hombros. Le dijeron que todo eso resultaría inútil sin entregar la lengua, porque en tiempos difíciles nada es tan útil para atajar el odio o la mentira. Finalmente le rogaron que, por favor, echase a andar, porque en tiempos difíciles ésta es, sin duda, la prueba decisiva. Como primeros pasos le impusieron la confesión, la palinodia y el vergonzoso acto de delatar amigos. A aquel hombre lo siguieron día y noche para obtener los chismes que serían usados en su contra. Lo habían escogido como blanco de una labor higiénica y admonitoria para erradicar las desviaciones del mundo cultural, lleno de almas pequeño-burguesas y de escritores quisquillosos, cultos y creativos. Un libro de poemas encendió las alarmas del sectarismo y activó la deleznable cacería. Adujeron que en sus páginas flameaba la contrarrevolución y que su autor mantenía amistades con dudosos extranjeros a quienes susurraba quejas y revelaba iniquidades. Trataron de impedir el premio que un jurado digno, presidido por Lezama, terminó otorgándole. Al poeta le tendieron celadas para acorralarlo. Débil como era, lo llenaron de miedo. Ya han pasado casi cuarenta años de esos hechos lastimosos. La autocrítica tardía hablaría más tarde de “quinquenio gris”. Quedó la poesía, entonces condenada y hoy más viva que sus verdugos. Quedó la lección moral para quien quiera entenderla.
Aquel hombre se llamaba Heberto Padilla y escribió el gran poema que he intentado recordar en las primeras líneas de este artículo, copiando algunos de sus versos incisivos. El próximo viernes 24 se cumplirán diez años de su muerte, triste y solitaria, en Alabama. Pienso que su famoso “caso” merece de nuevo una lectura, aquí y ahora. Son muchas las enseñanzas que podríamos extraer de sus grandezas y miserias. ¿Por qué no leerlo esta vez desde la poesía misma? La crítica, la disidencia verdadera, los avisos profundos y certeros, se aclimatan más en el arte que en los discursos políticos al uso. Leer a Padilla y al centenario Lezama, desde la soledad solidaria del creador, puede ayudarnos a iluminar el tiempo que vertiginosamente corre delante de nosotros y evitar que éste nos ciegue del todo. Walter Benjamin habló una vez de poner freno al tren de los cambios, antes de que la falta de crítica nos conduzca al abismo. Que ningún triunfo o derrota de circunstancias nos vede la urgencia del freno benjaminiano y reflexivo. Esto puede parecer una contrariedad o un inmenso fastidio en medio de euforias radicales, pero no se trata de aguarle la fiesta a nadie. Se trata de evaluar descarnadamente, no sólo lo que estamos haciendo, sino las bases conceptuales que creemos sustentan nuestra acción. Debemos verle la cara al pasado, en procesos semejantes o parecidos y confrontar las tragedias, las pesadillas, los errores, las intransigencias y los crímenes. Encararse con el caso Padilla, por ejemplo, puede ser un ejercicio de introspección contestataria, útil para superar dicotomías de manual y afirmar una visión integradora, apta para convivir y compartir con la diversidad. Algo de esto dejó escrito, a propósito del citado caso, el gran pensador argentino Nicolás Casullo.
Que nos acompañe, por ahora, la imagen gozosa de un Lezama recreado en el libro emblemático del “caso Padilla”: Persona non grata, de Jorge Edwards. En la casa del poeta César López, los escritores cómplices del “contrarrevolucionario” Heberto disfrutaban de un pavo que Raúl Roa le había regalado al novelista chileno, a la sazón “Encargado de Negocios” de su país en Cuba. Allí estaba Lezama “comiendo con los pies cruzados y la cabeza algo inclinada sobre el plato, que sostenía con una mano regordeta encima del vientre… Comía y hablaba sin parar, con esa voz de entonación monótona, o más bien ritual, que permanecía en suspenso al final de cada frase, lista para recuperar el aliento, amenazado por el asma, y engranar con otra, en un proceso de asociación de ideas y de imágenes que podía prolongarse, salpicado de alusiones históricas y citas librescas, hasta el infinito”.
Dan ganas de exclamar: “¡Más Lezama y menos héroes para las revoluciones, cualquiera sea su ritmo!”.
Aquel hombre se llamaba Heberto Padilla y escribió el gran poema que he intentado recordar en las primeras líneas de este artículo, copiando algunos de sus versos incisivos. El próximo viernes 24 se cumplirán diez años de su muerte, triste y solitaria, en Alabama. Pienso que su famoso “caso” merece de nuevo una lectura, aquí y ahora. Son muchas las enseñanzas que podríamos extraer de sus grandezas y miserias. ¿Por qué no leerlo esta vez desde la poesía misma? La crítica, la disidencia verdadera, los avisos profundos y certeros, se aclimatan más en el arte que en los discursos políticos al uso. Leer a Padilla y al centenario Lezama, desde la soledad solidaria del creador, puede ayudarnos a iluminar el tiempo que vertiginosamente corre delante de nosotros y evitar que éste nos ciegue del todo. Walter Benjamin habló una vez de poner freno al tren de los cambios, antes de que la falta de crítica nos conduzca al abismo. Que ningún triunfo o derrota de circunstancias nos vede la urgencia del freno benjaminiano y reflexivo. Esto puede parecer una contrariedad o un inmenso fastidio en medio de euforias radicales, pero no se trata de aguarle la fiesta a nadie. Se trata de evaluar descarnadamente, no sólo lo que estamos haciendo, sino las bases conceptuales que creemos sustentan nuestra acción. Debemos verle la cara al pasado, en procesos semejantes o parecidos y confrontar las tragedias, las pesadillas, los errores, las intransigencias y los crímenes. Encararse con el caso Padilla, por ejemplo, puede ser un ejercicio de introspección contestataria, útil para superar dicotomías de manual y afirmar una visión integradora, apta para convivir y compartir con la diversidad. Algo de esto dejó escrito, a propósito del citado caso, el gran pensador argentino Nicolás Casullo.
Que nos acompañe, por ahora, la imagen gozosa de un Lezama recreado en el libro emblemático del “caso Padilla”: Persona non grata, de Jorge Edwards. En la casa del poeta César López, los escritores cómplices del “contrarrevolucionario” Heberto disfrutaban de un pavo que Raúl Roa le había regalado al novelista chileno, a la sazón “Encargado de Negocios” de su país en Cuba. Allí estaba Lezama “comiendo con los pies cruzados y la cabeza algo inclinada sobre el plato, que sostenía con una mano regordeta encima del vientre… Comía y hablaba sin parar, con esa voz de entonación monótona, o más bien ritual, que permanecía en suspenso al final de cada frase, lista para recuperar el aliento, amenazado por el asma, y engranar con otra, en un proceso de asociación de ideas y de imágenes que podía prolongarse, salpicado de alusiones históricas y citas librescas, hasta el infinito”.
Dan ganas de exclamar: “¡Más Lezama y menos héroes para las revoluciones, cualquiera sea su ritmo!”.
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