Casa de Lezama. Trocadero 162. La Habana
Es el 5 de Octubre de 1957. José Lezama Lima se encuentra en un café de La Habana. Desde la mesa más cercana a la suya, ocupada por afamados jugadores, surge de pronto una voz: “Todo el que tiene una novia china, tiene buena suerte”. El poeta se conmueve. Algo maravilloso ha ocurrido, algo que sólo a él le es dado percibir por una rareza vivencial, insólita, oblicua, acaso inevitable. Y es que acaba de producirse una fulguración repentina que abrió el cauce para la infinita posibilidad de la poesía. De inmediato nace un verso de raíz asombrosamente lezamiana: “Novia china, buena suerte”. Al poeta le parece deslumbrante y comienza a saborearlo con el mismo moroso e íntimo deleite que experimentó hace apenas un momento ante su copa de deliciosa crema helada. Al cabo de un rato Lezama anotará en su diario: “Fue la voz que oí, pero cuando me fijé en el grupo, observé que me era imposible precisar de quién era esa voz, la voz de ese verso. Poética la voz, anónimo el rostro. Buena señal”.
El episodio anterior, luego recogido por Lezama en su ensayo Preludio a las eras imaginarias, no revelaría gran cosa si su protagonista no fuese quien es: el autor de una teoría poética que exalta la imagen como centro y motor del hombre y uno de los pocos seres a quien la poesía se le impuso siempre como una segunda naturaleza. Escribir poesía será, de acuerdo a esa teoría, una búsqueda sagrada, la continua errancia de una voz misteriosa que procura aclararse. Búsqueda que es, a la vez, la marcha y contramarcha donde se querellan, tenaces, la causalidad y el azar. Por eso es tan expresiva la inopinada aparición de la “novia china” y de la “suerte” en aquel instante de 1957. Habían estado detenidas en alguna región de las emigraciones imaginarias, justamente hasta ese día, en que la voz de un jugador, en acto de azar (que le es propio) y de hipertelia (que ignora), las trasladó hasta el abierto universo del potens, el reino de lo posible, donde el etrusco Lezama apuraba con voracidad una anisada crema de coco y piña, que si bien merecía el don de su gula, no alcanzaba las excelencias de aquella que antaño elaboró doña Augusta para el consumo exclusivo de Cemí.
Un discurrir como el descrito ilustra lo que podemos llamar el “lezámico” modo de vivir la poesía, sin dejar de leerla y de escribirla nunca. Es el hechizo permanente, abierto, que no descansa ni en el más nimio momento de la molicie cotidiana, entre otras cosas, porque para el hechizado no hay nimiedades y él mismo se ha encargado de poetizar hasta las muelles instancias de lo cotidiano. Así, en Oppiano Licario encontraremos la exaltación de una ventura criolla, tal vez hoy olvidada: el respeto sagrado por el momento rutinario de la comida y del baño. Recordemos: “Está comiendo o se está bañando, son de las pocas fórmulas de civilidad y de cortesía, que entre nosotros mantienen una perenne vigencia. Tienen un universal aspecto, nadie osa quebrantarlas. Me sacó de la mesa, me vino a interrumpir el baño, son formas de execración, de maldición bíblica casi, que el cubano no tolera como descortesía”.
Al comer podemos estar convocando dioses para departir con ellos. No lo sabemos con certeza, pero sí podemos, como Lezama, saborear un cangrejo y posar la mano en una fuente de agua dulce. Tal vez un pájaro nos traiga de postre la fruta que más nos gusta y nos dejemos llevar por su sabor hacia territorios imprevistos. Que no nos interrumpan.
El episodio anterior, luego recogido por Lezama en su ensayo Preludio a las eras imaginarias, no revelaría gran cosa si su protagonista no fuese quien es: el autor de una teoría poética que exalta la imagen como centro y motor del hombre y uno de los pocos seres a quien la poesía se le impuso siempre como una segunda naturaleza. Escribir poesía será, de acuerdo a esa teoría, una búsqueda sagrada, la continua errancia de una voz misteriosa que procura aclararse. Búsqueda que es, a la vez, la marcha y contramarcha donde se querellan, tenaces, la causalidad y el azar. Por eso es tan expresiva la inopinada aparición de la “novia china” y de la “suerte” en aquel instante de 1957. Habían estado detenidas en alguna región de las emigraciones imaginarias, justamente hasta ese día, en que la voz de un jugador, en acto de azar (que le es propio) y de hipertelia (que ignora), las trasladó hasta el abierto universo del potens, el reino de lo posible, donde el etrusco Lezama apuraba con voracidad una anisada crema de coco y piña, que si bien merecía el don de su gula, no alcanzaba las excelencias de aquella que antaño elaboró doña Augusta para el consumo exclusivo de Cemí.
Un discurrir como el descrito ilustra lo que podemos llamar el “lezámico” modo de vivir la poesía, sin dejar de leerla y de escribirla nunca. Es el hechizo permanente, abierto, que no descansa ni en el más nimio momento de la molicie cotidiana, entre otras cosas, porque para el hechizado no hay nimiedades y él mismo se ha encargado de poetizar hasta las muelles instancias de lo cotidiano. Así, en Oppiano Licario encontraremos la exaltación de una ventura criolla, tal vez hoy olvidada: el respeto sagrado por el momento rutinario de la comida y del baño. Recordemos: “Está comiendo o se está bañando, son de las pocas fórmulas de civilidad y de cortesía, que entre nosotros mantienen una perenne vigencia. Tienen un universal aspecto, nadie osa quebrantarlas. Me sacó de la mesa, me vino a interrumpir el baño, son formas de execración, de maldición bíblica casi, que el cubano no tolera como descortesía”.
Al comer podemos estar convocando dioses para departir con ellos. No lo sabemos con certeza, pero sí podemos, como Lezama, saborear un cangrejo y posar la mano en una fuente de agua dulce. Tal vez un pájaro nos traiga de postre la fruta que más nos gusta y nos dejemos llevar por su sabor hacia territorios imprevistos. Que no nos interrumpan.
2 comentarios:
Doy por casi seguro que esto que te agrego es de tu conocimiento, además de tu gusto. Pero por ese "casi" (por las dudas) me atrevo a poner aquí este enlace a este trabajo de la que fue su secretaria, Ofelia Gronlier. En una de esas quien dice que el azar concurrente no...
http://abiculiberal.blogspot.com/2008/12/lezama-en-la-memoria.html
Cordialmente
Pues sí, Fernando, el azar concurrente ha hecho de las suyas: no conocía esa maravilla de testimonio. Conocía a Díaz Martínez, a quien admiro, pero no a su esposa. Te agradezco, infinita y lezamianamente, ese regalo.
Un abrazo
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