Vicente Lombardo Toledano
Aunque no escribí su nombre de corrido, en mi artículo de la semana pasada aparecieron las tres sonoras palabras que lo integran: Vicente Lombardo Toledano. Aludí a él de pasada, más por una razón lúdica o retórica frente a sus apellidos, que por interés en la historia cultural que su figura encarna. Me aprovecharé ahora de ese amable azar concurrente para recordar a uno de los más apasionados socialistas de América Latina, cuando serlo era inaugurar un nuevo y desafiante camino.
Hijo de piamontés y sefardita, el joven Lombardo Toledano (22 años) suscribe en 1916, con seis amigos suyos, el acta constitutiva de una sociedad cultural que sería conocida como el grupo de los “Siete sabios”. Tenían como meta “propagar la cultura entre los estudiantes de la Universidad de México”. Iniciaron su trabajo dando conferencias sobre el socialismo, la justicia, la educación y las asociaciones obreras. Fueron el detonante de un movimiento universitario innovador y crítico. Sus conferencias y artículos coparon las páginas de un diario de gran circulación (El Universal). Cuenta Krauze que fue tal el fervor concitado por los “siete sabios”, que el mismísimo maestro Antonio Caso suprimió los exámenes orales y comenzó a exigirles a los alumnos la presentación de trabajos escritos.
En la casa de los Lombardo se reunían para tomar helados y degustar una que otra vez un chilposo de puerco, en honor a la cocina de la ciudad poblana donde habían nacido Vicente y sus hermanos. Allí se fraguaron proyectos democráticos y trabajos de conexión efectiva entre la cultura universitaria y el mundo obrero. Leían, escribían, investigaban y hacían. No se limitaban al activismo y menos aún, a la acuñación de consignas. No eran dirigentes estudiantiles de una claque especializada en la repetición de lecos. Vicente Lombardo Toledano, por ejemplo, dio en la Universidad Popular Mexicana estas seis conferencias: ¿Qué es la política?; El concepto de Leonardo da Vinci sobre el arte; El culto a los héroes; Nietzsche y Jesucristo, moralistas del sacrificio, “La ciudad y las sierras” de Eça de Queiroz; y La influencia de los héroes en el progreso social. Respetaban las tradiciones humanísticas para poder cuestionarlas con razones. Amaban los libros y sabían que las bibliotecas eran el centro de toda universidad que se preciara de serlo. Ejercieron con afecto y cultura lo que después se llamaría extensión académica y se adelantaron a los legendarios cordobeses en la lucha por la autonomía. Algunos se entregaron de lleno a la política, afrontando todos los embates que ésta le prodiga a los empecinados. Lombardo fue uno de esos políticos. Tanto, que un día su cuñado, el enorme intelectual dominicano Pedro Henríquez Ureña, se atrevió a pedirle que se dedicara más bien al bufete de licenciado. Hubo quienes radicalizaron sus pasiones y también quienes devinieron asesores del capital bancario. Vicente Lombardo Toledano fue de los primeros y Gómez Morín de los segundos.
En estos días de ebullición sobre el tema de la universidad, luce conveniente el estudio de su historia en América Latina. Comprobaremos que la reforma de Córdoba no es la fuente única de los antecedentes de transformación y que de “universidades socialistas” se habló y se discutió hace mucho tiempo. Así, las ilusiones de Lombardo Toledano encontraron respuesta en la prosa insomne del inteligentísimo Jorge Cuesta. Hubo extremos y matices. Hubo pensamiento.
Como estamos entre universitarios, vayamos, pues, a la biblioteca, leamos y debatamos sobre la base de ideas. No hagamos proyectos a uña de caballo. Esto, que en cualquier ámbito educativo debería ser oído como frase redundante, es hoy en día una estorbosa proclama de incorrección política.
Hijo de piamontés y sefardita, el joven Lombardo Toledano (22 años) suscribe en 1916, con seis amigos suyos, el acta constitutiva de una sociedad cultural que sería conocida como el grupo de los “Siete sabios”. Tenían como meta “propagar la cultura entre los estudiantes de la Universidad de México”. Iniciaron su trabajo dando conferencias sobre el socialismo, la justicia, la educación y las asociaciones obreras. Fueron el detonante de un movimiento universitario innovador y crítico. Sus conferencias y artículos coparon las páginas de un diario de gran circulación (El Universal). Cuenta Krauze que fue tal el fervor concitado por los “siete sabios”, que el mismísimo maestro Antonio Caso suprimió los exámenes orales y comenzó a exigirles a los alumnos la presentación de trabajos escritos.
En la casa de los Lombardo se reunían para tomar helados y degustar una que otra vez un chilposo de puerco, en honor a la cocina de la ciudad poblana donde habían nacido Vicente y sus hermanos. Allí se fraguaron proyectos democráticos y trabajos de conexión efectiva entre la cultura universitaria y el mundo obrero. Leían, escribían, investigaban y hacían. No se limitaban al activismo y menos aún, a la acuñación de consignas. No eran dirigentes estudiantiles de una claque especializada en la repetición de lecos. Vicente Lombardo Toledano, por ejemplo, dio en la Universidad Popular Mexicana estas seis conferencias: ¿Qué es la política?; El concepto de Leonardo da Vinci sobre el arte; El culto a los héroes; Nietzsche y Jesucristo, moralistas del sacrificio, “La ciudad y las sierras” de Eça de Queiroz; y La influencia de los héroes en el progreso social. Respetaban las tradiciones humanísticas para poder cuestionarlas con razones. Amaban los libros y sabían que las bibliotecas eran el centro de toda universidad que se preciara de serlo. Ejercieron con afecto y cultura lo que después se llamaría extensión académica y se adelantaron a los legendarios cordobeses en la lucha por la autonomía. Algunos se entregaron de lleno a la política, afrontando todos los embates que ésta le prodiga a los empecinados. Lombardo fue uno de esos políticos. Tanto, que un día su cuñado, el enorme intelectual dominicano Pedro Henríquez Ureña, se atrevió a pedirle que se dedicara más bien al bufete de licenciado. Hubo quienes radicalizaron sus pasiones y también quienes devinieron asesores del capital bancario. Vicente Lombardo Toledano fue de los primeros y Gómez Morín de los segundos.
En estos días de ebullición sobre el tema de la universidad, luce conveniente el estudio de su historia en América Latina. Comprobaremos que la reforma de Córdoba no es la fuente única de los antecedentes de transformación y que de “universidades socialistas” se habló y se discutió hace mucho tiempo. Así, las ilusiones de Lombardo Toledano encontraron respuesta en la prosa insomne del inteligentísimo Jorge Cuesta. Hubo extremos y matices. Hubo pensamiento.
Como estamos entre universitarios, vayamos, pues, a la biblioteca, leamos y debatamos sobre la base de ideas. No hagamos proyectos a uña de caballo. Esto, que en cualquier ámbito educativo debería ser oído como frase redundante, es hoy en día una estorbosa proclama de incorrección política.
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