lunes, agosto 22, 2011

Emocionario de Paredes

Pedro Pablo Paredes

En primer plano hay un pavimento, sobre este pavimento se proyecta la luz. Si nos fijamos en él, vemos que ese pavimento era de ladrillos. Alzamos los ojos unos segundos y pensamos; recordamos: vemos los ladrillos rojos; los vemos brillantes por la acción de la limpieza; ¿no había, por delante, un sardinel también de ladrillos, pero donde estos estaban colocados de canto? Pensamos en esos ladrillos; pensamos en este sardinel: inevitablemente, vemos, también, un patio. Hacia uno de sus lados, un trozo de jardín; hacia el otro, la tierra desnuda. Sobre este patio cae el sol, o cae, en gruesos chorros, el agua de la lluvia que acopia el tejado. Tornamos los ojos a la fotografía. Al fondo se alza, del todo oscura ya, la pared. ¿Qué hay sobre este pavimento, a qué sirve de fondo esa pared –negra en la fotografía, pero que estuvo siempre enjalbegada, blanca-?// Una dama aparece, alta, erguida, solicitando nuestra mirada. Repetimos que es alta, alta, esta dama. ¿Cómo es y cómo va vestida? Ella sólo entrega a las caricias del aire la cara y las manos. El vestido de esta dama nos llama la atención (…) En su recato, en su sencillez, qué aire de tradición flota. Es oscuro. Consta de dos piezas. Una falda amplia, recta, sobria, bien ceñida a la cintura, baja hasta los pies; roza, sí, roza ligeramente el pavimento. Debajo de esta falda, asoman las puntas de los zapatos. La falda, arriba, aparece asegurada por ancho cinturón negro. Se destaca, sobre este cinturón negro, la blancura –cuatro líneas centrando un círculo-  de la hebilla. El busto de la dama está cubierto por una blusa del mismo color que la falda; esta blusa se abotona de arriba abajo; sus mangas avanzan hasta las muñecas; su cuello protege la garganta. De la garganta, blusa abajo, pende un collar. La dama, además, está tocada con un sombrero de fieltro, de anchas alas. // ¿Cómo es y qué actitud revela esta dama? (…) Por su actitud, por su indumento, parece estar a punto de salida. Acaso la espera, a la puerta, listo para la cabalgata, un manso caballo castaño. Sobre este caballo la dama recorrerá los vecindarios, observará la labor del campo, se extasiará largos minutos, viendo pasar, tumultuosa, el agua del río. Esta dama –lo sabemos- lee mucho…
He asaltado las páginas de un hermoso libro para que ustedes tuvieran la impresión de que por fin el autor de este blog ha comenzado a escribir con sorpresiva  gracia. En verdad, me habría gustado que se debiera a mi pluma el bellísimo texto anterior, pero, qué lo voy a hacer, no me pertenece el pulcro trazado de esas líneas. En un jesuítico canon de sobresalientes, los párrafos que anteceden figurarían con honores en el cuadro premiado de composiciones inspiradas en fotografías. Porque de eso se trata: de una ejemplar composición poética a partir de un retrato. Todo estaba en la foto, pero no todos podían verlo. Menos aún, escribirlo. El diálogo de imágenes entre el anónimo fotógrafo y el cronista, marca la elipse de una época, penetra en el centro de una nostalgia familiar, se detiene en un punto y explora sus detalles. Por hacerlo, terminará descubriendo que las líneas faciales de la dama son las de su propio rostro, mejor dicho, de Laín Sánchez, el heterónimo del escritor Pedro Pablo Paredes, fallecido en San Cristóbal la semana pasada, a los 94 años y autor de una joya literaria de la que he tomado la larga cita de este artículo.
Ese tesoro se llama, precisamente, Emocionario de Laín Sánchez y es un armonioso mapa espiritual de los Andes venezolanos. Vayamos a sus páginas o volvamos a ellas. Nos esperan paisajes, asombros, reflexiones… y  hasta un desayuno con arepa andina, huevos fritos, cuajada, papas cocidas en su concha y el incomparable mojo de San Rafael de Mucuchíes.

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