lunes, agosto 08, 2011

La casa encarnada en la memoria


Casa Mariana, en Ouro Preto

La víspera de mi partida lo compré. Me refiero al número de agosto de la revista Piauí. Ya se me ha hecho costumbre leerla cuando estoy en esta ciudad que siempre me depara una amable y oportuna aparición literaria. Esta vez la visita inesperada me aguardaba en las páginas del conocido magazine cultural. Por cierto, esta edición  trae una polémica entrevista que resultó fatal para un importante ministro de Dilma: fue destituido por esas declaraciones. Pienso que la referida entrevista debe haber sido la gota que rebasó el vaso y no la causa verdadera que tuvo la híspida Dilma para remover a su ministro de la Defensa, Nelson Jobim. Ese hecho provocó, desde luego, una polvareda mediática que la presidenta rubricó con habilidad al designar como sustituto del gaúcho, nada menos que a Celso Amorim, el apreciado canciller de Lula. Piauí aumentó sus lectores estos días y los cambios ministeriales no se redujeron a uno, ni a la corrupción (caso de Transporte), como motivo de los mismos.

Si bien las discordias o los rifirrafes políticos del Brasil son temas entretenidos, ninguno de ellos es hoy el de este artículo. Así que retomo el hilo de las epifanías literarias y sus diversos avatares. Decía que compré el sábado pasado la revista, mirando solamente el inmenso simio de la portada. Ya en el hotel, me fijé que entre los contenidos anunciados en la indiscreta tapa, figuraba un reportaje sobre la casa de Elizabeth Bishop en Ouro Preto. De nuevo Piauí incitaba mi curiosidad por la extensa (e intensa) vida brasileña de la gran poeta bostoniana. Recordé que hará unos cuatro años unas páginas dedicadas a su relación con Lota de Macedo Soares, me alentaron a indagar más sobre ambas y, en particular, acerca del imponderable aporte que, de consuno con Roberto Burle Marx, Lota le hizo a Río de Janeiro: el increíble Aterro de Flamengo, un enorme y verde paseo ganado al mar para el infinito solaz de los cariocas. Busqué y compré libros que me hablaran de ellas. Obtuve información en otras revistas, fatigué google con sus nombres y comprobé que una especie de culto parecía estar aflorando en el Brasil, centrado, especialmente, en la figura fascinante de Elizabeth Bishop. El fervor que algunas veces me proporcionan ciertos personajes me convierte en un “fiebroso” que busca en todo momento darle desahogo a sus manías. De ese modo, no sé cuántas veces le conté a Cuchi y a Martín algunos pasajes de la historia de Elizabeth y Lota, viniera o no viniera al caso, sólo para compartir mi efusión de entonces. Hoy la impudicia me lleva más lejos: celebro en público mi primer acercamiento a la casa que Elizabeth Bishop tuvo en Ouro Preto, “la casa más bonita del mundo”, según le aseguró ella a su entrañable amigo Robert Lowell.   

El escritor y periodista Roberto Pompeu de Toledo visitó la casa para entrevistar a sus actuales propietarios y armar su excelente reportaje publicado en Piauí.  Descubrió que allí habita aún el alma de  Elizabéti, como dirían los brasileños. Ella la llamó Casa Mariana, en homenaje a su admirada Marianne Moore, lo que ya es decir. El jardín, que Lota no tuvo tiempo de diseñar y sembrar (se suicidó en el 67) debe ser  hoy el albergue de algún duende jocundo.

Además de versos y murmullos, en sus espacios se alojan recuerdos de algunos tesoros, perdidos con la sabiduría del arte que sólo ella conoció de veras: un reino, dos ríos y un continente, por citar apenas tres referencias de su célebre poema Un arte. En la cocina perdura la ordenada gracia de su amor por la buena comida y el rastro de que allí se prepararon muchas veces calabacines al horno, lomos de cerdo con manzana verde y espléndidos bolos de fubá. Persiste, igualmente, la balanza que la poeta usaba para pesar los ingredientes, celosa como era de la exactitud culinaria y de la precisa composición de sus platos preferidos. Los dueños de la Casa Mariana la muestran ahora con orgullo y  hablan amorosamente de su vieja amiga. Saben, quizá, que poseen un tesoro imperdible: la memoria encarnada en la casa, que es,  asimismo, la casa encarnada en la memoria. De allí su formidable persistencia.

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