JUAN NUÑO
Ayer se cumplieron 17 años de la muerte de Juan Nuño. Su hija Ana envió a sus amigos un mensaje con una oportuna cita de Juan sobre la desmemoria:
“Un monstruoso Alzheimer colectivo parece apoderarse de las jóvenes generaciones, que no sólo son incapaces de recordar nada, sino que a cada instante tienen que reaprenderlo todo. Está bien creer que el mundo comienza con uno cuando se es joven, pero lo patéticamente grave es actuar como si de verdad sucediera así. Madurar es aceptar la carga de todas las memorias precedentes y sobre todo la formación de la propia”
(Juan Nuño, La desmemoria, Escuchar con los ojos, Monte Avila, 1993).
Después de leerla fui a un viejo cuaderno y revisé la anotación que hace 17 años hice en mi diario. Juan Nuño murió un viernes y yo lo supe en la mañana del día siguiente. Copio algunos párrafos de lo que entonces escribí:
06-05-95: Sábado. Ayer murió Juan Nuño. Leo la noticia en El Nacional estando ya en el estacionamiento de la universidad, adonde tuve que venir para participar en la aplicación de la llamada Prueba de Aptitud Académica. No tengo con quién compartir el dolor, ni siquiera puedo llamar a Cuchi. No hay teléfono cerca. Además, debo permanecer en el aula casi tres horas, cuidando el examen y llenando planillas. Afortunadamente comparto la responsabilidad con la señora Amalia Hernández, quien se encarga de ordenarlo todo.
Lo de Juan Nuño me golpea. Fuimos amigos. Vino varias veces a Barquisimeto para atender invitaciones mías. Fue generoso conmigo, no sólo por puntuales y certeros estímulos, sino –y sobre todo- por brindarme su amistad. (…). Para una separata de Letra Continua me cedió su ensayo Kafka en clave judía. En esa época (primer lustro de los 80) tuvimos un breve intercambio epistolar. Recuerdo una carta donde me decía en tono de exclamación, refiriéndose a mi pasantía por Barcelona: “Castillo Castellanos, con ese par de apellidos que usted carga y viviendo entre catalanes…” (…).
Juan Nuño es una de mis adhesiones más firmes. Lo fue antes de conocerlo personalmente y después, con el trato amistoso, esa adhesión se profundizó. Lo admiraba. Lo admiro. Su talento, su cultura, su inmensa formación filosófica, ocupan un espacio único en Venezuela. Pocos como Juan, tan eficaces en la polémica, en la esgrima intelectual o en el uso apropiado de la argumentación sagaz y pertinente. Poseyó estilo literario, sin atavíos ni manierismos. Sus lectores disfrutamos de ese estilo singular, mientras sus blancos predilectos (los dogmáticos de cualquier especie y color) lo sufrían, más que como estilo, como estilite.
Juan Nuño era a veces demoledor, pero siempre auténtico, genial. Recuerdo su respuesta a una pregunta que decía algo así como “¿Cuál es el episodio bélico que más admira?”. La respuesta fue toda una proclama literaria: “La batalla del Quijote contra los molinos de viento”.
El “temible y ácido” Juan Nuño era también un caballero andante.
Juan Nuño es una de mis adhesiones más firmes. Lo fue antes de conocerlo personalmente y después, con el trato amistoso, esa adhesión se profundizó. Lo admiraba. Lo admiro. Su talento, su cultura, su inmensa formación filosófica, ocupan un espacio único en Venezuela. Pocos como Juan, tan eficaces en la polémica, en la esgrima intelectual o en el uso apropiado de la argumentación sagaz y pertinente. Poseyó estilo literario, sin atavíos ni manierismos. Sus lectores disfrutamos de ese estilo singular, mientras sus blancos predilectos (los dogmáticos de cualquier especie y color) lo sufrían, más que como estilo, como estilite.
Juan Nuño era a veces demoledor, pero siempre auténtico, genial. Recuerdo su respuesta a una pregunta que decía algo así como “¿Cuál es el episodio bélico que más admira?”. La respuesta fue toda una proclama literaria: “La batalla del Quijote contra los molinos de viento”.
El “temible y ácido” Juan Nuño era también un caballero andante.
(…)
Juan Nuño polemizaba en la calle. No le tenía miedo (ni desdén) a los lances periodísticos. Los protagonizaba y provocaba con gusto. Se deleitaba en ese oficio incisivo. Recuerdo que cuando emprendió en forma continua la publicación de artículos en El Nacional le envié una carta felicitándolo por ellos. Me respondió: “No me felicite por los artículos de El Nacional. Compadézcame, más bien. Cuando pase por Caracas y se decida a llamarme, le contaré, al calor de un grato yantar, el cúmulo de enemistades y otras delicias que me han proporcionado los fulanos artículos”.
(...)
A Juan quizá le hubiera gustado que en este momento lo recordáramos con Borges: “Con vino rojo hemos brindado a tu salud…”.
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