Higía
PALABRAS PARA LA INTRUSA
(Enfermedad y literatura. Borrador de unas notas)
“En julio de este año se apagaron los últimos fuegos
de artificio y cuando me disponía a volver
a mis quehaceres, la no invitada, la enfermedad,
golpeó en mi puerta. Abrí y ella, sin decirme nada,
me miró con una mirada que me traspasó
pero que no puedo definir: no era cólera ni piedad
ni siquiera indiferencia. Era lo que llamamos,
en nuestra pobreza para decir lo que sentimos,
padecimiento.
Octavio Paz
(Prólogo al tomo 10 de las Obras Completas)
1. Una primera aproximación podría conducirnos a La muerte de Virgilio (Broch), pero tal vez no sea ese el camino idóneo para este paseo que se pretende rápido, somero, acaso divertido. Seguramente Hermann Broch nos atraparía en su moroso tiempo narrativo y, quizá, no podamos salir a la hora, para tomar puntuales el tren de Thomas Mann hacia La montaña mágica, esa cumbre literaria de la tuberculosis. Mejor, entonces, el simple recuento fragmentario, con lo que tengamos a mano, sin molicie, pero también sin ningún apuro sofocante.
2. Hölderlin, Artaud, Walzer, Lowell, Plath, Panero: nombres de la locura corriente. Nombres que nos hablan de una enfermedad que arrebata para siempre o que va y viene, para mayor suplicio de todos. Ella va y viene, pero casi nadie retorna ileso de su infierno. Desde allí, la vieja herida de Van Gogh nos hace señas.
3. Tan sólo un golpe en el costado y después la enfermedad en todo su esplendor. La enfermedad que abre las puertas para que Psique encuentre el centro. Así, Tolstoi nos cuenta en La muerte de Iván Ilich la historia de la enfermedad iniciática, la enfermedad que te abre los ojos, que te hace ver lo que realmente eres, que te ilumina de pronto y te reconcilia con los tres tiempos y las cinco direcciones.
4. Algo lo atenaza en la papada. En este momento un monstruo está en su cuerpo haciendo de las suyas. Empezó a la altura del pecho y fue ocupando poco a poco el resto del cuerpo. Es sordo e insistente. Pero no ha podido aún dejarlo sin conocimiento. La víctima resiste y será capaz, poco después, de describirlo todo en un texto inolvidable. Mientras tanto, Jan Kott –ese es su nombre- sigue en la ambulancia, infartado.
5. El asma de Lezama y de Proust. Nada que agregar a esas respiraciones. Sólo, y por ahora, la mirada de la señora Rialta, en la clínica, después de su operación, demostrando que sus ojos son los mismos, pese a todo: “Aquella mirada, aunque estuviese enterrada, parecería siempre que lo seguía mirando, como si le diese una interminable alegría su llegada, como si disculpase sus despedidas. Sólo las madres poseen esa mirada que entraña una sabiduría triste y noble, algo que jamás se podrá precisar lo que es, pero que necesita el regio acompañamiento de la mirada de las madres. Sólo las madres saben mirar, tiene la sabiduría de la mirada, no miran para seguir las vicisitudes de una figura en el tiempo, el desplazamiento del móvil en las carrileras del movimiento, miran para ver el nacimiento y la muerte...” (Paradiso).
6. La melancolía, raíz de tantos males. Llega silenciosa y como “la resaca de todo lo sufrido” se te empoza en el alma. Hace estragos en los poetas y en los enamorados. Es antiquísima. Aristóteles se ocupó de ella. Recibió el nombre de “bilis negra”, por vía etimológica. También la designaron como “acedia”, “tristitia”, “taedium vitae”. Bajo el signo ascendente de Saturno, señor de los anillos, el sol negro de la melancolía nos arropa. Para conjurarlo, leamos a Nerval, o a Vallejo, quien, por cierto, nació “un día que Dios estuvo enfermo, grave”.
7. Los diarios nos revelan no sólo las manías de los escritores. Llevar diarios, es, de suyo, una. Y no de las menores. También nos introducen en sanatorios oscuros o en habitaciones caseras donde el afiebrado delira o simplemente escribe su diario. Recuerdo ahora que Jaime Gil de Biedma tituló la primera versión del suyo como el Diario del artista seriamente enfermo. Enrique Lihn, por su parte, lo escribió en versos y más que de enfermedad, le resultó un desgarrador diario de su muerte.
8. Si la vida toda es una enfermedad, Cesare Pavese la describió sin patetismos en su dolido y grandioso Oficio de Vivir. Un verso suyo lo dice así: “Esta muerte que te acompaña,/ de la mañana a la noche,/ insomne, sorda, / como un viejo remordimiento o un vicio absurdo…”.
9. En sus diarios, Julio Ramón Ribeyro, fumador indomable, está siempre enfermo. Entre el matadero y la cama, el humo se acumula y el esófago se pierde. Su larga enfermedad de hierro, nos legó una de las mejoras obras narrativas de América Latina en mucho tiempo.
10. Susan Sontag, en La enfermedad y sus metáforas nos habla de la doble ciudadanía que se nos otorga al nacer: “la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos”. Por cierto, Enrique Lihn, en su ya citado Diario de muerte se refiere a esos reinos de este modo: “Hay sólo dos países: el de los sanos y el de los enfermos/ por un tiempo se puede gozar de doble nacionalidad/ pero, a la larga, eso no tiene sentido/ Duele separarse, poco a poco, de los sanos a quienes/ seguiremos unidos, hasta la muerte...”.
11. Lady S. S (Severo Sarduy, no Susan Sontag) se despidió de la literatura y de la vida con Los pájaros de La Habana, una novela en la que el sida (severo, como siempre) ejerce su misión de peste monstruosa y sagrada. Acudir al “Diario del Cosmólogo”, allí incluido, es atravesar la barraca de los desahuciados, la conversación febril con los sarcomas, el delirio final de los enfermos.
12. Yourcenar en las “memorias” de Adriano. Y Reynaldo Arenas en las suyas. Cáncer y sida. Animula, blandula, vagula.
13. La mágica enfermedad. Lo es, por ejemplo, el amor. También es el nombre del único libro de poemas de Jesús Sanoja Hernández. ¿Sufre Sanoja el síndrome que Enrique Vila-Matas llama “de Bartebly”? No lo sé. Por ahora recuerdo a otro venezolano con un libro que el mismo Sanoja calificó de “hospitalario”: Efraín Hurtado y sus Papeles de Condenado. Y al argentino Héctor Viel Temperley con su temporada en el Hospital Británico. La vida del hombre en las casas de salud. Otro tiempo. Otro lugar.
14. El enamoramiento o eros melancólico: sobran los ejemplos de escritores y de personajes de ficción. Pienso ahora en dos: Goethe y Werther. De todos modos, paso. Pero no dejo de compartir la descripción que sobre esta enfermedad hizo el doctor Bernardus Gordonius, en Montpellier, a finales del siglo XIII: “Es una angustia melancólica causada por el amor hacia una mujer. La causa de esta afección reside en la corrupción de la facultad de la estima por una forma y una figura que ha permanecido impresa en ella de forma muy intensa. Cuando alguien se apasiona por una mujer, piensa desmedidamente en su forma, en su figura, en su comportamiento, puesto que cree que es la más bella, la más venerable, la más extraordinaria y la mejor hecha, tanto de cuerpo como de alma. Por esta razón, la desea con ardor, olvidando la moderación y el sentido común (...) El juicio de su razón está tan alterado que imagina constantemente la forma de la mujer y abandona todas sus actividades, de manera que, si alguien le habla, apenas le oye. Y puesto que se trata de una cogitación ininterrumpida, puede ser definida como una angustia melancólica... Todo el cuerpo se debilita, salvo los ojos”.
15. Hablando de Vila-Matas, un mal puramente literario es el que aqueja al personaje de su última novela: “el mal de Montano”. Convertirlo todo en literatura, absolutamente todo, es la manifestación extrema de esa enfermedad probablemente incurable. Como la epilepsia, creo que el mal de Montano admite la versión pequeña y la versión grande. Tracio, un heterónimo de Mariano Alvarez me suministra este ejemplo:
Me queda, como siempre, Borges, para salvarme.
Lo leo y todo cuanto me azora se convierte en texto.
Su poesía le traza límites a esa tigresa
que iba a devorarme en este instante,
detiene miradas corrosivas,
verbaliza a la mujer fatal
que se había adueñado de la sala,
después de una irrupción finamente calculada.
Borges desarma, en fin, a las serpientes.
Pienso en sus ojos (en los de ella)
y me encuentro ahora sólo con signos.
La mujer que se bañaba en el Antiguo Testamento
es apenas un fantasma,
una neblina que acaba de esfumarse en el patio de mi casa,
una página en blanco que se dispone
a albergar la urgencia de estas líneas.
Y el arcángel llamado Borges
guarda nuevamente su espada sarracena.
16. El síndrome de Stendhal: se marean, sudan, van al baño, se desmayan. Quienes lo padecen, no son capaces de aguantar la belleza de Simonetta Vespucci en El nacimiento de Venus ni la lectura seguida de dos páginas de Proust. Quizá cure momentáneamente a los estíticos este mal de la estética (borrar después esta frase que parece un chiste de José Luis Blondet y no de Cabrera Infante, como era mi intención paronomásica, pero nadie es perfecto). Sobre los efectos del síndrome stendhaliano, un poema de José Fabián Fabbiani, furtivo heterónimo de mi amigo Najul, puede darnos alguna pista. Lo copio:
Cuando entré a la sala de Matisse,
en 1974,
se manifestó por vez primera.
Tuve que esperar casi una mañana
para tomar cierta distancia,
y recuperar el equilibrio.
Pero al salir de L´Ermitage
ya estaba marcado para siempre.
Lo sufrí después en Venecia.
Fue un otoño veloz,
desesperado.
No soporté ni dos minutos
ante los hermosos caballos de Bizancio.
Desde entonces,
no paso de tres páginas de Proust
sin que me ataque el mal.
Un día,
al entrar en la biblioteca,
apenas vi el lomo de "La Educación Sentimental",
lloré.
Profusamente lloré.
He procurado disfrazar el libro
para no reconocer su rostro,
pero ha sido en vano.
Flaubert persiste en sus apariciones.
José Luis Ochoa
me suele consolar
con estas palabras curativas:
"No te aflijas, amigo,
sólo es el síndrome de Stendhal".
17. Ayer estuve a punto de superar el mal de Bartleby. Había tenido una excelente idea de cuento, la mejor que he tenido en mi vida. Comencé a escribirla, pero no pasé de tres líneas. Algo, no sé, me detuvo. Temí ser víctima de un raro padecimiento. Opté por llevarle la hoja a mi médico, Vicente Guerrero, quien de inmediato me detectó un nuevo morbo: "el síndrome de Pierre Menard". Las líneas escritas eran estas: "Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto".
18. Jöe Bousquet, poeta de Carcassonne, toda la vida en una cama, leyendo y escribiendo cartas a sus amigos y poemas. La enfermedad como protagonista, tomando el centro de la vida y fecundándolo. Pero puede ocurrir también que la invasión sea total y nos anule, que no sea la enfermedad una compañera entregada al diálogo, sino una dictadora intraficable. El “Davalú” de Rafael Argullol: “Bajo su dominio sólo hay monólogo, un monólogo que se disocia en diálogo interior, pero únicamente con la propia bestia”. Argullol, en Davalú o el dolor, hizo el diario de una dolencia que le duró meses y construyó un personaje tentacular e implacable que no habita dentro de tu cuerpo, sino que es el interior completo de tu cuerpo.
19. En La vida breve es un cáncer en el pecho. También un cáncer en el pecho aparece fugazmente en El Aleph. Onetti y Borges. Gertrudis y Beatriz Viterbo. Sufrimiento y goce. Creo, sin embargo, que ninguno de los dos autores, como el personaje del segundo, “se rebajó un solo instante al sentimentalismo ni al miedo”.
20. No me acuerdo bien ahora, pero creo que en uno de sus libros de memorias, Juan Gil-Albert nos habla de cierto disfrute de la enfermedad, de un raro deleite por el padecimiento. Lo buscaré. Pero como la memoria es un laberinto que te conduce a pasillos imprevistos, en este instante estoy de visita en un relato de Humberto Rivas Mijares, específicamente en una frase en la que "el murado” experimenta “un extraño gozar de la pena”. El ciego sabe que no verá y sufre por eso. Sin embargo, una dicha lo invade de repente.
21. El sábado pasado (25-10-03) en el suplemento Babelia de El País, un poema del peruano Carlos Germán Belli, me condujo hasta una diosa griega de la salud, hasta Higía, quien formaba parte de la corte de Asclepio y hacía el generoso favor de los alivios. Le pedí por mis padres, enfermos y viejos, pero bellos y curables.
Freddy Castillo Castellanos
Salsipuedes, 27 de Octubre del 2003.
2 comentarios:
Ludovico Silva y sus "Papeles del amonio" ofrecen otra lectura, intimista y dolorosa, de la estancia del poeta en un manicomio y sobre un doble problema (psíquico y hepático). Breves notas de nuestra fragilidad.
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